Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 14 de diciembre de 2013

EL PRÍNCIPE Y EL FAKIR

Érase una vez un monarca que no tenía hijos. En vista de ello decidió un día tenderse en el cruce de cuatro caminos, a fin de que cuantos pasaran tuvieran forzosamente que verle.
Al cabo de mucho rato, acertó a pasar un fakir, quien al ver al rey le preguntó:
- ¿Qué haces aquí?
- Más de cien hombres han pasado sin preguntarme nada; imítales tú y
sigue adelante -contestó el soberano.
- ¿Quién eres? -insistió el fakir.
- Soy un rey. No me faltan bienes materiales ni dinero, pero he vivido
largos años y aún no ha alegrado mi vida la risa de un hijo de mi sangre.
Por eso he venido a tenderme en el cruce de estos caminos. Mis pecados
deben de ser muchos y necesitan sin duda una larga expiación. He
escogido esta penitencia con la esperanza de que Dios se apiadará al fin de mí y me concederá lo que tanto ambiciono.
- ¿Qué me darías si tuvieses un hijo? -preguntó el fakir.
- Cuanto me pidieras -contestó el rey.
- No necesito oro ni joyas. Voy a rezar una oración y tendrás dos hijos. Uno de ellos ha de ser para mí.
Dicho esto, el viejo sacó dos pastelillos, que entregó al rey, diciéndole:
- Haz comer estos pasteles a dos de tus esposas, y dentro de poco tendrás lo que deseas.
El rey cogió los pastelillos y los guardó junto al corazón. Luego se despidió del fakir, a quien dio las gracias.
- Dentro de un año volveré a verte -dijo el viejo.- Recuerda que, de los dos hijos que nacerán, uno es mío.
- Desde luego -asintió el rey.
Los dos hombres se separaron.
El rey se fue a palacio y siguió las instrucciones recibidas. Al poco tiempo nacían dos hermosos niños. Temeroso de perderlos, el soberano los encerró en un pozo, y cuando llegó el fakir le enseñó los hijos de una esclava.
- ¿Son éstos tus hijos? -preguntó el fakir.
- Sí.
- Bien, me corresponde uno. Te ruego que hagas traer unas parrillas, pues deseo asarlo para comérmelo aquí mismo.
El rey se dispuso a dar la orden, pero el fakir le atajó, diciéndole:
- ¡Tu boca ha faltado a la verdad! Esos no son tus hijos. Si lo fueran, no permitiríais que me comiese a uno de ellos. Haz que me traigan enseguida a tus verdaderos hijos, o de lo contrario, morirán los dos.

El rey derramó abundantes lágrimas, pues adoraba a sus pequeños, pero
como había prometido entregar uno al fakir, ordenó que los trajesen.
El viejo los examinó atentamente y al fin escogió al más hermoso.
Quince años pasó el príncipe al lado del fakir, quien le enseñó cuanto
sabía. Indicole la manera de hacer oro y piedras preciosas; de convertir el agua en vino, las piedras en pan, los perros en hombres, las hormigas en camellos y los hombres en árboles. Cuando el viejo murió, el príncipe no ignoraba nada de cuanto saben los hombres sabios de la India, y con sus conocimientos, partió dispuesto a ver el mundo y sus maravillas.
Al poco tiempo llegó a la capital de un país sitiado por un ejército invasor.
El príncipe entró en la ciudad, cuyos habitantes estaban a punto de morir de hambre. Los mismos perros, a los cuales nadie tocaba, pues su religión les prohibía matar animales, estaban en los huesos. Al ver al joven, todos se echaron a llorar, pues su llegada, aparte de no ayudarles materialmente, iba a ser perjudicial, pues habría que alimentarle.
- ¿Quién gobierna este pueblo? -preguntó el príncipe a un viejo guerrero.
- La princesa Jali. Su padre murió al principio de la guerra, y ella ha sostenido toda la campaña. Pero ya estamos a punto de ser vencidos, y nuestra soberana tendrá que casarse con el rey de nuestros enemigos.
- Condúceme a presencia de la princesa. Quiero ayudarla.
El guerrero obedeció la orden del para él hombre santo, ya que ignoraba que era un príncipe, y a los pocos minutos llegaban hasta la princesa Jali.
Ni en sueños había visto el príncipe una mujer más hermosa. Tenía quince años, y su belleza no era comparable a ninguna otra.
- ¿Qué deseas, hombre santo? -preguntó al que ella suponía un fakir.
- Quiero ayudarte, hermosa princesa.
- ¿Y cómo vas a ayudarme, si ya nada puede hacerse? Has entrado en esta ciudad, porque eres fakir y los sitiadores no se han atrevido a tocarte, pero no me queda ya ningún amigo de quien pueda esperar socorros, y hoy he repartido los últimos panes que nos quedaban.
- Haz que me traigan cien mil piedras -dijo el príncipe.

Extrañada, la princesa obedeció. Cuando el joven tuvo ante él las piedras pedidas, murmuró un encantamiento, y rociándolas con agua sagrada, las convirtió en pan.
- Ahora manda traer mil jarros llenos de agua -pidió.
Al presentarle los jarros, el príncipe murmuró otras palabras, y el agua quedó convertida en vino.
Con estos alimentos, los guerreros y el pueblo pudieron saciar su hambre, y reunidos todos ante el palacio, aclamaron al fakir que acababa de salvarles de una muerte cierta.
Ordena que traigan cien mil hormigas y quinientos mil perros -solicitó a continuación el joven.
La princesa transmitió la orden, y al momento todo el pueblo partió en
busca de los perros y de las hormigas, que, tras unas palabras mágicas, fueron convertidos en hombres y en caballos.
Con este enorme ejército, el príncipe pudo derrotar fácilmente a las
huestes del enemigo de la soberana, a quien él mismo cortó la cabeza.

- ¿Qué haré ahora con esos quinientos mil soldados? -preguntó Jali,
cuando la batalla hubo terminado.- Mi reino es demasiado pequeño para
ellos, y seguramente morirán de hambre.
- No te preocupes, hermosa princesa -replicó el príncipe.- He visto que las huestes invasoras asolaron por completo el país, dejándolo sin un árbol frutal; para remediar ese desastre convertiré a los soldados en árboles y los caballos podrás regalárselos a tus súbditos para que labren sus campos.
Así lo hizo, y desde entonces el reino de la princesa Jali es el que tiene los árboles más hermosos de toda la India.
En cuanto al príncipe, se casó con la princesa, después de descubrir su verdadera personalidad, y fue muy feliz gobernando los dominios de su esposa.
Y refieren las crónicas que jamás faltó el pan en el país. También dicen que el oro y las piedras preciosas que el príncipe regaló a su esposa, abultaban tanto, que fue preciso construir un palacio de mármol para guardar en él la fortuna inmensa que representaban

viernes, 13 de diciembre de 2013

PUNTOS DE MIRA SOBRE UNO MISMO



Necesitamos diferentes puntos de mira para hacer una valoración, de vez en cuando, de nuestra vida o el comportamiento que los demás ven en nosotros.
En ocasiones, no somos conscientes de los mensajes que proyectamos. No lo somos porque estamos inmersos y ensimismados con la excelencia de nuestros actos y sobre todo, es poco usual que hagamos análisis de ellos con frecuencia.
Aquel momento de repaso de la conducta propia durante el día, obligado en la noche, antes de dormir, al que al menos a mí, me tenían acostumbrada, se ha ido olvidando y con él, las bondades de valorar lo que hacemos y sentimos en él.
Sería bueno que de vez en cuando, alguien nos aportase un punto de mira diferente. A veces, quien menos te conoce menos te perdona porque juzga sin la benevolencia de las razones que justifican, de algún modo, la forma de actuar.
Uno cree conocerse y supone que cuando toma decisiones que afectan a otros, lo hace con el mejor criterio. Y puede que sea así. Sin embargo, ayuda  mucho que otra persona te diga, honestamente y sin otro objetivo que expresar lo que ve, que impresión damos de uno mismo y qué podría mejorarse en nosotros.
Yo lo he hecho hoy en clase y el resultado ha sido excelente porque cuento con personas muy variadas, unas que me conocen muy bien y otras que apenas me llevan tratando unos meses. Todas ellas, con la mejor de las voluntades, han perfilado una serie de puntos débiles en mi carácter o en mi forma de proceder que he confrontado con mis propias impresiones y me ayudan a dirigir el cambio para mejorar.
Es difícil hacer este ejercicio con gente extraña porque la intencionalidad de las personas que valoran frente a uno, también puede variar las respuestas y llevarnos a equívocos.
Lo cierto es que todos nos conocemos bien por dentro o…casi, y es difícil llevarnos sorpresas con lo que oímos. Lo que sí puedo asegurar es que después de desechar aquellas valoraciones que se desvían en exceso de la realidad, la mayoría aciertan con plena diana en su punto de mira.
Puede que lo echemos en saco roto. Yo no lo he hecho y cuando se inicie el rito de tránsito hacia el nuevo año y haga mi lista de peticiones y cambios para él, tendré en cuenta a mis alumnas y agradeceré una y mil veces estas perspectivas diferentes de mi ego, siempre dispuesto a estar encantado de conocerse.
Este ejercicio que he puesto en clase, hoy, se puede extrapolar a la gente cercana y, tal vez,  podamos sorprender a amigos, parejas o familiares con la pregunta:…¿”Qué crees que yo podría mejorar en mi”?.
Es todo un reto, no solo para quién contesta, sino para el que tiene el valor de escucharlo y reconocer lo que sea razonable y sensato con la sola intención de reinventarse siempre de la mejor forma.

jueves, 12 de diciembre de 2013

¿LAVAR LA IMAGEN?

El comentario de la entrada anterior ha dado para mucho en mi entorno. En principio me ha demostrado que sigo siendo impulsiva compulsiva y que me arrastra y subyuga lo que se transmite mediante afectos.
Comentaban mis alumnas acerca de la conveniencia de un Papa semejante, en estos momentos, para una iglesia que necesitaba algún aclarado demás.
¿Puede, el representante de una institución, manifestarse abiertamente espontáneo?¿Acaso le dejarían libremente ser como es?¿airearían su biografía si no se necesitase conectar con unos fieles potencialmente diversos, cada vez más lejanos?. ¿Permitiría, la seguridad celosísima del Pontífice, que un niño negro se agarrase a sus faldas?.
Demasiada apertura y demasiado cambio en poco tiempo para el hermetismo continuo que ha dominado a la curia.
Me han hecho dudar. Pero me he reafirmado en algo que me congratula y es que he sentido que efectivamente sigo creyendo en mi propia religión, en la que siento en mí y en el dios, fuerza, ente o ser que creo que me acompaña, me ayuda o protege o, aquel, que simplemente me escucha. Y me he dado cuenta, también, que eso fue lo que me hizo conectar con su mensaje.
Entre todas las religiones, ideologías, tendencias, doctrinas o credos que existen, hay un factor común, la capacidad de entregar al hombre una razón por la que seguir confiando en la vida, aunque sea a través de un ídolo, un libro o un catecismo.
El resto tal vez ni importe.

EL PAPA DE TODOS


Por primera vez en mucho tiempo, el Papa actual, es mucho más que un personaje simbólico, es un humanista tan sencillo y rebosante de normalidad que no puede disgustar a nadie.
En un caso como éste, sobran los currículos, la historia de atrás o su origen y  formación académica. Nos sobra todo porque tiene lo más importante, su bondad incondicional y su flexibilidad inmensa.
Personalmente no me he ocupado nunca de los Papas, a no ser como meras figuras históricas enmarcadas en el entramado complejo e intrigante de la curia eclesiástica. Salvo algunas raras excepciones, todos ellos me han parecido la punta de un iceberg.
Llenos de joyas y ornamentos que se repiten y reiteran hasta la saciedad en palacios, jardines, oros y piedras preciosas que, siempre he pensado, que no tiene nada que ver  con ese mensaje humilde, sincero y lleno de fuerza que los primeros cristianos extendieron por el mundo, y mucho menos aun con la imagen cercana a los pobres y a los débiles de Jesucristo.
El Papa actual es una persona que podría confundirse entre las masas como uno más. Me gustan las personas así. Grandes por dentro y sencillas por fuera. Ni me importa entonces que religión profesen, que partido político, que parte de la orilla del río pueblen o qué bandera aclamen. Porque esa actitud, en el comportamiento, borra cualquier diferencia que separe.
Al final de todo, lo más importante es cómo tenga uno el corazón, de qué pasta esté hecho y si ésta es dúctil con los desvalidos y muestra fortaleza contra los opresores. Más allá de la bondad poco importan los colores, las izquierdas y derechas, las insignias o los emblemas. Y eso lo vemos en las situaciones difíciles. Cuando uno está enfermo, cuando está sometido o forma parte de una desgracia compartida, las diferencias de clase, rango, color, situación o prestigio no existen.
Por eso me gusta el Papa actual. Porque no se nota que es Papa. Parece uno de nosotros. Nos hace olvidar su status. Nos parece un familiar amable. Alguien en quien  poder confiar y que puede proteger. En definitiva, uno más de los muchos buenos que existen. Creo que por eso también gusta al resto, y lo más importante, a los suyos. Al menos así podremos estar tranquilos de que continuará hasta el final de sus días.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

MENTE FRÍA. CORAZÓN CALIENTE



Los que tenemos el corazón cálido solemos tener la misma temperatura en la cabeza. Es difícil enfriarla para pensar con rapidez y con la suficiente serenidad para armar el edificio que nos proteja contra la estupidez, las componendas o las mentiras. Y que nos permita, además, encontrar las razones por las que debemos irnos o quedarnos de un lugar.
A veces me pregunto por qué podemos ser tan hábiles en algunos campos de la vida y tan ineptos en la vida misma. Cómo tardamos tanto en aprender y de qué forma repetimos errores una y otra vez.
Estoy convencida que la única forma de no volver a encontrarnos con pruebas que nos den la medida de lo que hemos aprendido es aprendiendo. Aprender no significa creer que tenemos pasado el examen. Hay que pasarlo de verdad y demostrar que lo hemos hecho en la siguiente ocasión.
Frecuentemente, ante tanta repetición de inoperancia podemos llegar a creernos incapaces de ir más allá en nuestra desastrosa manera de para los goles. Sentirnos estúpidos aún parando alguno de ellos y cándidos ante lo avispado del proceder de los demás.
No hay más remedio que aprender, no queda opción. La vida pasa y terminará obligándonos a  superar el curso si queremos terminarla con dignidad y aprovechamiento. Me imagino lo que será marcharnos sin los deberes hechos y con exámenes pendientes. La sensación terrible de las “ cosas que han quedado por hacer” nos sumirá en un profundo vacío que hará de la despedida un final inacabado y absolutamente lleno de insatisfacción.
Hay que equivocarse. Es obligado. Hay que ser inexperto e inocente para que los golpes nos hagan sabios y sagaces, hay que ir por delante después de quedarnos muchas veces atrás y comprobar que el últimos se queda sin nada en el reparto. Hay que perder para darnos cuenta de que es lo mejor que nos pudo pasar.
La vida es una cadena llena de eslabones concatenados. Todos dependemos de todos y en esa rueda que gira sin descanso, unas veces quedamos aplastados unos y otras, el resto. Todo el mundo pasa por la gloria y por el infierno, alguna vez.
Lo mejor es perpetuar una y saber salir del otro. Y seguir caminando con los recuerdos como mochila y la frente alta para poder besar el cielo y llenarnos con ello de gratitud para encontrar un sentido pleno a nuestra  lucha diaria.
Yo lo intento cada día y ese propósito es ya, por si mismo, suficiente. En el medio algo iré aprendiendo…digo yo.