Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 7 de enero de 2012

ES NECESARIO AMANECER FELIZ

Nuestro descanso nocturno tiene mucha importancia. Nos marchamos a la cama con todos los problemas del día, de la semana, del pasado y del futuro…a cuestas tras de nosotros, acostándolos en la almohada. No podemos evadirlos y cada vuelta que gira nuestra cabeza se encuentra con ellos susurrando en nuestro oído interno. No nos conformamos con dedicarles la mayor parte del día y les concedemos las preciadas horas de la noche donde deberíamos restablecer la armonía y el equilibrio cuerpo_mente para lograr la ponderación correcta del trabajo celular que nos mantiene sanos.
         No damos importancia a la tóxica costumbre de acostarnos con nuestras angustias. Sería bueno invitarlas a quedarse fuera del dormitorio y a lo sumo, urgirlas a que nos esperen cuando salgamos al día siguiente porque estoy segura de que entonces ellas tendrán mejor cara y nosotros más serenidad para resolverlas.
         En gran parte, el error está en elevar a tiempo real un tiempo que aún no existe. En ese tiempo imaginario, seguimos ideando todo tipo de males asociados a las dificultades que tenemos en el momento y lo que tiene una dimensión proporcionada se triplica en nuestra mente para asustarnos de mejor manera. No tenemos nada más que el momento presente.
         Todos nuestros recuerdos están formados de momentos. Momentos en los que vemos, oímos o sentimos algo. Recordamos tan solo momentos. Con frecuencia la memoria es selectiva y juega a nuestro favor. En definitiva, el cerebro siempre  persigue la supervivencia del organismo por eso lo acerca a aquello que más le beneficie. Si un momento ha sido especial o mágico entonces esa porción de vida vivida se convierte en lo mismo almacenándose para siempre. El secreto está en almacenar tantos momentos de ese tipo como se pueda y extraerlos del fondo de armario de nuestra memoria para reconstruir, cada noche, nuestra porción de satisfacción propia. Mullir el colchón de la felicidad pensando que el día que pasó, como el día que vendrá, no volverán a amanecer jamás y por ello no podemos desaprovecharlos.  
         Debemos aprender  a tomar las cosas cuando vienen y a dejarlas ir, cuando se van.
         Probemos a invitar a los momentos felices para que nos acompañen al dormitorio mientras dejamos las preocupaciones en la puerta de la calle caminando hacia la salida.
         Hoy dormiré mejor. Estoy segura. Es necesario que me despierte feliz y así lo haré.

jueves, 5 de enero de 2012

LOS REYES DE ESTA NOCHE

Los Reyes de esta noche siempre han sido los niños. Ha sido, también, el cóctel de emociones que les acompañan y que se extienden por la casa como la pólvora salpicando a todos. Cuando  recordamos cómo nos sentimos cuando los esperábamos comprendemos  los ojos enamorados de la magia de los pequeños. Al igual que podemos saborear aún el amargo trago de saber que los regalos procedían de los padres. Todo se rompía en aquel momento aunque lo que parecía importante siguiese estando. De qué valían los juguetes si el mejor regalo se había extinguido…éstos se convertían en una compensación breve de la desilusión que habíamos pasado.
         Posiblemente, el secreto esté en creer  que las situaciones que pedimos que nos sucedan son un regalo en manos de la magia del Universo. De alguna forma, podemos volver a la ilusión de niños pero no estando obligados a despertar del sueño de seguir creyendo.
Tal vez, esta noche al cerrar los ojos podamos visualizar todo aquello que deseamos en nuestra vida para ser mejores y vivir más plenamente. Podamos, incluso, vernos derrochando alegría mientras lo gozamos y sintiéndonos plenamente felices por ser merecedores de ello.
Seamos niños de nuevo pero con la ventaja de concedernos los deseos con nuestra propia varita mágica.
La verdadera magia está en la fe. En la creencia imperiosa en que sucederá. Siempre funciona. Los niños pierden esta facultad cuando cambian su creencia y la trasladan a sus padres, entonces sucede lo peor: nunca volvemos a creer en ellos como lo habíamos hecho. Luego entendemos con el tiempo que llevados por el entusiasmo de nuestra ilusión acabaran con la fantasía. Algo cambia en nosotros entonces y nos desconectamos con la posibilidad de creer en nuestros sueños.
Sin embargo, estoy segura de que podemos rescatar a nuestros Reyes Magos personales, los de cada uno…y pedirles, esta noche, todo lo que de verdad anhelemos.
Yo, al menos, voy a hacerlo. Seguro que mañana al despertar la magia habrá invadido mis sábanas e irá detrás de mí, cuando me levante, impregnándolo todo. Ese será mi mejor regalo.

miércoles, 4 de enero de 2012

SALVADOS POR LAS RUTINAS

Hoy, cuando me dirigía de nuevo a tomar contacto con mi trabajo, pensaba en las bondades que tienen las rutinas de la vida diaria. La primera es igualarnos a todos, de alguna forma. No todos nos divertimos de la misma manera e incluso, ni siquiera algunos pueden divertirse de ninguna. Pero casi todos hacemos una vida semejante en cuanto a los hábitos diarios, salvando las diferencias cualitativas que nos puedan separar. Todos nos levantamos, nos duchamos, desayunamos y en el mejor de los casos, tal y como está ahora el panorama laboral, vamos a trabajar.
El arco de nuestro tiempo tiene una distribución semejante en la mayoría de nosotros. Y lo que pensamos que sucede de maravilloso en la puerta de al lado no es, sino más de lo nuestro con otros protagonistas.
         Las rutinas nos ordenan la vida y hacen que las tareas que no nos gustan terminen por sernos afines borrando la pesadez de realizarlas. A menudo, las rutinas incluso nos salvan.  La única forma de rescatarnos de un vicio es comenzando a darle de lado en base hábitos que no le incluyan. Poco a poco…suavemente…iniciando el camino con un primer paso lento y seguro podemos desengancharnos de lo que no nos conviene.
Hay que forzarse a uno mismo, muchas veces en la vida. Con lo que no nos gusta y tenemos que hacer, con lo que nos gusta y no podemos hacer, con lo que nos disgusta y estamos obligados a realizar, con lo que ansiamos y nunca llega, con lo que pedimos y nunca se nos da.
         Entendemos pronto que la vida no es sencilla y que el mundo de nuestro hogar, que tanto nos protegía, se acaba muy pronto, nada más que salimos de él. Y lo peor es que muchos de nosotros andamos vagabundeando entre los nuevos hogares que frecuentamos, o los que creamos a lo largo de ella, para encontrar lo perdido sin éxito.  Por esta razón, afianzar las rutinas e incluso rescatar aquellas que nos sirvieron de punto de apoyo en los momentos difíciles, nos servirá para salir adelante en la seguridad que concede lo conocido.
Me ha costado dejar atrás los días de fiesta, y el desconcierto que conllevan, porque a ello también se acostumbra uno rápidamente. Sin embargo, nos podemos dar cuenta que este escenario atípico que estamos terminando debe ser breve si queremos mantener la ilusión de repetirlo.
         Las rutinas no necesitan emoción. Se deslizan solas en el día a día. Por eso, nos dejan libertad añadida para seguir soñando que en algún momento, ellas…serán otras… con las cuales podremos, entonces,  sentirnos igualmente arropados sin el tedio de terminar la vida casi como comenzó.
De momento, voy a retomar las mías de cada día y a pesar de lo costoso de entrar en ellas estoy deseando ese orden que me aportan para seguir teniendo tiempo de ser yo misma cuando las hago.

martes, 3 de enero de 2012

PRÍNCIPES AZULES

Nos enseñaron que a cada niña le correspondía enamorar a un príncipe azul. Estábamos seguras de que el nuestro llegaría tarde o temprano y esperándole se nos ocurrió que todos los demás pretendientes tenían mil y un defecto que no podríamos soportar teniendo presente lo que nos estaba asignado.
         Le esperamos por mucho tiempo, tanto que nos cansamos de hacerlo y comprendimos, que el nuestro no vendría. Por eso pasamos de examinar con exigencia las cualidades de aquellos que pretendían nuestro amor a ceder las expectativas en función de lo que había.
         Ayer vi por enésima vez Pettry Woman. No iba a hacerlo, incluso pensé que después del tiempo vivido y de las experiencias que una acumula, nada nuevo me aportaría que no fuese la fantasía desbordada de un cuento de hadas a tiempo real. Sin embargo, de nuevo me quedé pegada en la pantalla conectando con los viejos sueños de niña que al parecer, por debajo del caparazón que ha creado las historias de carne y hueso, aún han quedado.
         Reconocí que sigue gustándome ese tipo de hombre que, además del dinero que le adorna, se presenta como un ser humano sensible, con una historia dolorosa en su infancia y una relación penosa con su padre. Ver que me sigue gustando ser la persona que mueve el corazón del otro y logra, con ello, sacar lo mejor de él. Advertir que no hay barreras para el sentimiento y que si a eso añadimos ver cómo la vida gira en torno de ti cuando estás a su lado, te das nuevamente cuenta que sigues soñando y que no ha dejado de gustarte esa infancia.
         Lo más curioso es que mi hija, jovencita moderna donde las haya y  liberal donde esté, también sucumbió al encanto del tema de film y de repente retrocedió en un tiempo, que nunca fue suyo, para sentir conmigo al unísono.
¿Qué hay en todo ello que nos seduce tanto?. Posiblemente deberían haber presentado al mismo hombre pero menos rico. Ese aspecto parece que enturbia la relación amorosa que pretende ser sincera y real, más allá del dinero. Sin embrago, yo al menos, me seguiría quedando con su galantería, su mirada siempre incierta, seductora y juguetona; esa caballerosidad propia de otro tiempo y su tierno corazón a la hora de concederla un lugar en su vida que no es otro que el centro.
         Cada una querríamos ser la pettry woman de nuestros amores. Al menos para tener la seguridad de que somos lo más importante que les ha pasado en toda su vida y con dinero o sin él, sentir que nos defienden siempre y en todo momento como un tesoro irremplazable.
         Seguro que en algún momento más de mi vida, volveré a verla. Me gusta soñar. No hay ninguna duda.

LA CUESTA DEL PASADO

Concedemos un peso excesivo al pasado cuando le dejamos intervenir, una y otra vez, en nuestra vida diaria. Es como si la mente estuviese decida a no olvidar y a no hacerlo nunca. Incluso cuando la terrible enfermedad de la memoria se hace presente, el pasado no se ha ido de ella. Si alguna imagen aparece en el recuerdo de estos enfermos siempre se liga al tiempo que pasó y que se perpetúa indeleble en lo poco que queda de sí mismos.
         Cuando retrocedemos rememorando las acciones, los errores, los fracasos, añorando lo que pudo haber sido y no fue…estamos viviendo en un escenario que ya no existe. Concedemos existencia real a lo que de ninguna forma puede cambiarse y cuyo poder para hacernos daño se escapa en la distancia temporal que nos separa de ello.
         Sin embargo, la voz interna que nos acompaña siempre comienza a dominarnos cuando le permitimos que se ubique en él y que logre convertirlo en una amenaza que no cede ante nuestras intenciones.
         Tal vez, convenga poner una de una sola abertura entre las situaciones que pasaron y el momento actual. No podemos olvidar. La memoria es un depósito efectivo que nos ayuda a sobrevivir. Pero sí podemos mirar hacia delante desde la atalaya que nos sostiene. Lo que existe únicamente es el momento presente, ese que demanda de nosotros todo nuestro empeño en ser vivido, el que precisa de toda nuestra atención para ser entendido y disfrutado, el que verdaderamente puede darnos satisfacciones o en el que realmente sentimos frustraciones.
         ¿Debemos recordar dolores viejos teniendo los nuevos al lado?¿Debemos regocijarnos en felicidades pasadas pudiendo abrazar las que nos envuelven?¿Debemos sufrir por lo que ya no tiene remedio cuando lo que está por venir siempre puede sorprendernos satisfactoriamente?.
         Es tiempo de empezar de nuevo. Este es el momento de asumir retos, empeños nuevos y metas deseadas que nos devuelvan una imagen exacta de quiénes somos y no de lo que fuimos. Pudimos ser lo peor, pero siempre podemos llegar a ser lo mejor. Pudimos penar hasta la saciedad, pero siempre podremos gozar hasta el infinito. Porque si de algo estoy segura es de que si hemos sufrido es porque tenemos la inmensa capacidad de sentir, de emocionarnos, de hacer nuestros los sentimientos, de no pasar por la vida sin implicarnos en ella.
El pasado es una empinada cuesta en una calle perdida que no hemos de subir ya. Un camino que no conduce a ningún lugar al que debamos ir.
         Si hemos sentido dolor es porque tenemos la grandeza, también, de gozar con la felicidad que nos pertenece.
         Creamos en que nos ha de llegar. Creemos las condiciones idóneas para su llegada y entonces…llegará.

lunes, 2 de enero de 2012

CONDUCTAS NO VÁLIDAS

La mayoría de nuestras frustraciones, desasosiegos y malestares proceden de conductas que filogenéticamente fueron válidas para nuestros antepasados pero que no son operativas en el contexto social de nuestros días.
         Nuestro cerebro más primitivo, el cerebro reptiliano recoge, en su capa más profunda, la impronta de los mecanismos ancestrales con los que los primates resolvían los conflictos. Es decir, la huída ante el miedo o la lucha frente a la ira. Ambas formas de reaccionar quedaron superadas cuando la evolución humana se hizo presente. El lenguaje asertivo, capaz de modelar las relaciones sociales, permitía disponer todo un engranaje sutil de posibilidades de entendimiento intermedias entre huir o luchar.
         Nuestros verdaderos conflictos, los que nos hacen sufrir hasta la saciedad, proceden, sin lugar a dudas, de las relaciones con los demás. Todos nos hacemos daño aún sin pretenderlo. La forma de asumir ese dolor y responder a él nos causa, muchas veces, mayores perjuicios aún.
         En la infancia reaccionamos con las estrategias de nuestros antepasados, antes aludidas. Si tenemos miedo…nos escondemos o huimos. Si estamos enojados… lloramos y peleamos contra la causa de nuestro enojo. Sin embargo, los padres primero y más tarde la escuela y la propia sociedad, se encargan de manipular nuestras emociones y las respuestas que debemos dar a ellas. De tal forma que comienza a aparecer el concepto del bien o del mal ligado a la forma en la que el niño acata o no, las directrices de sus mayores de referencia. Manipulación en la cual deja de tener éxito la huida o la lucha para transformarlas en recursos poco dignos ante los problemas.
Este comportamiento, aprendido desde la infancia, nos lleva a
abdicar, a favor de nuestros manipuladores, nuestra dignidad y el respeto por nosotros mismos, incluso la posibilidad de gobernar nuestra propia existencia o nuestro derecho a controlar nuestro propio comportamiento.
Tales creencias constituyen la base de la mayoría de las maneras en que otras personas, más tarde, nos manipulan para que hagamos lo que ellas quieren. Perdemos las estructuras asertivas básicas como individuos a través de las cuales poder conectar con otras personas por medio de la confianza, la comprensión, el afecto, la intimidad y el amor.
         Si no podemos expresar esta individualidad que nos constituye, rápidamente la confianza cede el lugar a la sospecha, la comprensión degenera en cinismo, el afecto y la intimidad se desvanecen, y lo que llamamos amor adquiere tintes ácidos.
El primer paso para mostrarnos asertivos es darnos cuenta de que nadie puede manipular nuestras emociones o nuestro comportamiento si nosotros no lo permitimos.
Buen comienzo para el nuevo año.

domingo, 1 de enero de 2012

EL PRIMER DÍA DE MI NUEVO AÑO

He dormido con la sensación de comenzar de nuevo,
con la intención de abrazarme a mi misma para sentirme abrigada,
con la dulce voluntad de encontrarme en lo que me gusta,
con la firme decisión de no ceder ante la presión de los demás,
de seguir entregando lo mejor de mi sin vaciarme,
de continuar siendo yo pero amorosamente más mía,
de confiar en mi ante cualquier situación,
de defenderme  de la adulación y el agasajo,
de encontrarme en cada desafío,
de salir al encuentro de la verdad,
de soñar un mundo nuevo que está por llegar,
de bendecir cada fracaso como oportunidades de aprendizaje,
de enfrentar al miedo con el inmenso poder del corazón,
de sentir amor y compartirlo,
pero sobre todo, con la absoluta convicción,
de seguir construyendo para mi alma,
un refugio lo suficientemente amplio y seguro como
para dar cabida a todos los que quieran compartir
sus emociones conmigo.