(Autor: Paulo Coelho. Publicado
en "El Semanal", nº 729.)
Esta
historia nos enseña mucho respecto a aquello que escogemos siguiendo el camino
trazado por los demás:
"Un día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura. Siendo animal irracional, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.
Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, lider de un rebaño, que, viendo el espacio ya abierto, hizo a sus compañeros seguir por allí.
Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese sendero: entraban y salían, giraban a la derecha, a la izquierda, descendían, se desviaban de obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva alternativa.
Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en un amplio camino donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría haber sido vencida en treinta minutos, si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro.
Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, posteriormente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto era el peor posible.
Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía, al ver que los hombres tienen la tendencia a seguir como ciegos el camino que ya está abierto, sin preguntarse nunca si aquélla es la mejor elección.
Solemos seguir el trazado que tenemos delante, los caminos que han abierto otros o las sendas que han sido transitadas con anterioridad porque nos parece que si otros han pasado por ellas es que realmente sirven de paso. Lo que no entendemos es que tal vez, ese paso no es el nuestro.
"Un día, un becerro tuvo que atravesar un bosque virgen para volver a su pastura. Siendo animal irracional, abrió un sendero tortuoso, lleno de curvas, subiendo y bajando colinas.
Al día siguiente, un perro que pasaba por allí usó ese mismo sendero para atravesar el bosque. Después fue el turno de un carnero, lider de un rebaño, que, viendo el espacio ya abierto, hizo a sus compañeros seguir por allí.
Más tarde, los hombres comenzaron a usar ese sendero: entraban y salían, giraban a la derecha, a la izquierda, descendían, se desviaban de obstáculos, quejándose y maldiciendo, con toda razón. Pero no hacían nada para crear una nueva alternativa.
Después de tanto uso, el sendero acabó convertido en un amplio camino donde los pobres animales se cansaban bajo pesadas cargas, obligados a recorrer en tres horas una distancia que podría haber sido vencida en treinta minutos, si no hubieran seguido la vía abierta por el becerro.
Pasaron muchos años y el camino se convirtió en la calle principal de un poblado y, posteriormente, en la avenida principal de una ciudad. Todos se quejaban del tránsito, porque el trayecto era el peor posible.
Mientras tanto, el viejo y sabio bosque se reía, al ver que los hombres tienen la tendencia a seguir como ciegos el camino que ya está abierto, sin preguntarse nunca si aquélla es la mejor elección.
Solemos seguir el trazado que tenemos delante, los caminos que han abierto otros o las sendas que han sido transitadas con anterioridad porque nos parece que si otros han pasado por ellas es que realmente sirven de paso. Lo que no entendemos es que tal vez, ese paso no es el nuestro.
Nos
anclamos en la comodidad. Seguimos el rumbo que describen otros. Tomamos
prestadas las herramientas del vecino para arreglar nuestra casa; sin embargo,
son las herramientas propias las que servirán para las averías que nos
pertenecen.
No
todas las tuercas valen, ni todos los tornillos encajan en ellas. Hay que
buscar el propio paso de cada uno y arriesgar el precio que la vida nos pida.
Si es que queremos encontrar la felicidad que nos pertenece. Si por el
contrario, solamente estamos dispuestos a seguir pagando la tasa común, no podremos,
más tarde, quejarnos de la vía que hemos seguido porque no será, ni más ni
menos, más que una medida que no es la nuestra.