Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 1 de julio de 2011

DEPRESIÓN ENDÓGENA

DEPRESIÓN ENDÓGENA
La vida es un continuo aprendizaje. Uno cree que en la edad en la que se encuentra ya sabe casi todo, pero se confunde. Cada día nos sorprendemos a nosotros mismos reaccionando de forma diferente ante sucesos imprevistos e incluso, situaciones que ya habíamos vivido con anterioridad, se muestran caprichosamente variables y nos desconciertan. Solemos subirnos a nuestro ego y pensar que nadie va a darnos lecciones, que hemos sufrido demasiado para que otros vengan con su palabrería a desfondar lo que conocemos en carne propia. Tendemos a menospreciar al que consideramos menos que nosotros y a obviar el aprendizaje que puede conllevar el contacto con cualquiera de nuestros semejantes. Todos enseñamos a todos y todos aprendemos de los demás. El interés por entender mejor el mundo, la curiosidad por mejorarnos continuamente o el asombro de conquistarnos cada día un poco más es la llave que abre la puerta a una mente siempre dispuesta a ir más allá, a perderse en el frenético empeño de seguir activa siempre…en definitiva a alcanzar ese estado en el que no se muere nunca, mientras se vive.
Si logramos enamorarnos de la vida, ser su compañero/a más entusiasta, enredarnos en sus retos y besar el día a día como una nueva oportunidad para ser felices estaremos en el camino de lograrlo. Para ello debemos revisar las metas que hay en nuestro futuro inmediato; porque ante todo uno siempre debe tener un objetivo al que aspirar, una meta por la que luchar o un reto que alcanzar. Sea del tipo que sea. Tener claro lo que uno quiere conseguir a corto plazo, motiva y da razones para continuar. Las metas deben ser claras, posibles y no excesivamente dilatadas en el tiempo. No debemos perder la ilusión por continuar siendo valiosos. Pero en muchas ocasiones ese sentimiento de valía llega cuando nos dedicamos a otros. Cuando lo que hacemos sirve a los demás. Cuando tenemos la inmensa satisfacción de ayudar para ser ayudados. No cabe estar deprimido sin motivo porque entonces debemos ponernos en marcha y actuar. Debemos entregarnos a remediar las penas del otro y nos daremos cuenta que las nuestras son insignificantes al lado de las desgracias de otra gente. El contacto con los demás, la ayuda que podamos darles y su infinito cariño hecho con palabras, miradas o contactos, nos sana. No hay duda. Estamos hechos para compartir. Evolutivamente nuestra especie ha sido capaz de llegar al desarrollo que hoy tenemos gracias a la empatía y la compasión. Pilares, sin duda, de lo genuinamente humano. Seamos capaces de ponernos siempre en el lugar del otro y haciéndolo así llegará muy fácilmente la ternura de comprenderlo. En este estado, cualquier depresión huye al instante.

miércoles, 29 de junio de 2011

¿Hay categorías en el AMOR?

Sería paradójico dudar del beneficio de amar intensamente. ¿Cuándo se ama suficiente?¿Cuándo es demasiado?. ¿Cuándo sobra?¿Cuándo falta?...Tratamos el amor como moneda de cambio y creemos que se somete a los vaivenes y devaneos de algo que puede crecer y decrecer con medida. Amar no puede confundirse con depender, ni tampoco con someter, ni con adecuarnos a los deseos del otro, ni siquiera con aferrarnos a los nuestros. Amar es una condición en la que nos encontramos o no. No puede dividirse, ni ser más blanco o más negro. No puede durar poco o mucho. No puede ser pequeño o grande. Simplemente es. Y si es, lo tiene todo. Se trata de un estado en el que solamente puede generarse paz y equilibrio. Si nos revoluciona y sacude, si hace que explotemos por dentro y estallemos al exterior, si no nos deja dormir y cuando estamos despiertos soñamos…no estamos frente al AMOR con mayúsculas. Podemos llamarlo pasión, locura, atracción fatal, obsesión o devoción, pero nunca lo llamemos amor. El amor no exige la ruptura con el sentido del equilibrio interno. No necesita romper con nada, ni revolucionar nuestra existencia. No requiere tiempo porque está por encima y por debajo de él; tampoco espacio porque se dilata sin límites de fronteras materiales. Tampoco esfuerzo porque siempre está siendo uno con nosotros, ni requiere dedicación especial porque ya posee toda sin estar pendientes de que no muera. No pude morir, nunca acaba y ni siquiera necesita del otro para existir. Está instalado en nuestro estado vital de tal forma que aunque no seamos correspondidos, si es amor en verdad, seguirá presente y se alimentará a sí mismo sin necesidad de externalidades. Cuando el amor existe, todo el resto sobra. No admite calificativos porque estos pretenden poner límite a algo que nunca los tuvo ni tendrá. Ni tampoco teme a nada porque no tiene rival que lo reemplace. Es único e indestructible. Es sereno y quieto. Es permanente y seguro. Todas las dimensiones en una. Toda la justificación de la existencia sin necesitar moneda de cambio, ni contrapartida. Si está, se sabe. No duele. Serena. No pregunta.Comprende.No angustia. Da plenitud.
Debemos animarnos a revisar lo que creemos que en nosotros es amor y despues de hacerlo dejar de temer, porque si descubrimos que lo es, estaremos juntos para siempre.

domingo, 26 de junio de 2011

NO ESTAMOS SOLOS

Una de las peores sensaciones que puede experimentar el ser humano es el sentimiento de soledad. Cierto es que puede manifestarse de muchas maneras y que no siempre significa que no haya gente a tu alrededor. La soledad física poco tiene que ver, en ocasiones, con la soledad del alma y ésta última es la que, sin duda, nos devora al instante cuando aparece. Hay soledades infinitas que se presentan en tre la muchedumbre; hay soledades venenosas que confunden y agitan el pensamiento; soledades tranquilas que adormecen el espíritu y le aletargan; otras soledades, las más frecuentes, nos convierten en seres agrios que tienen al mundo por contrincante. Pero también existe la soledad sonora. Aquella que uno elige para estar consigo mismo y conocerse. La que se busca para alcanzar la tranquilidad entre la algarabía; aquella que está llena de silencios que hablan y reconfortan. 
Cuando es la soledad pesada y agresiva la que nos acompaña, debemos someterla a un fructífero diálogo en el cual nos confiese por qué no es capaz de reconocer que todos, absolutamente todos hemos nacido para compartir y ser felices con ello. Que nos diga las razones por las que quiere aislarnos cuando sabemos que hay gente que nos espera aunque aún no la conozcamos. Que sea capaz de convencernos, si es que puede, del beneficio del aislamiento cuando no se desea. No estamos solos. Siempre hay genet que nos quiere, que se preocupa de nosotros o que nos espera. A veces hemos de ser capaces de dar el primer paso. ¿Qué importa quién lo de?. Posiblemente, alguien esté deseando nuestra compañía y no se atreva a acercarse. O tal vez, otras personas la estén necesitando y no sepan reconocerlo. Hemos de estar abiertos a la comunicación, agradecidos por las relaciones que tenemos en el momento y esperanzados con las que llegarán en el futuro. Para no sentirnos sólos bastará con fijarnos en la sonrisa de la gente con la que nos cruzamos, la mirada de ese compañero amigo, el apretón de manos de la nueva persona que acabamos de conocer o simplemente, el saludo de los vecinos con los que coincidimos a diario. No hay que infravalorar ningún gesto sencillo. Todo acompaña. Todo nos dice que no estamos solos. Salgamos a la calle cada mañana y comprobemos que todo, absolutamente todo está dispuesto en nuestro favor y no en nuestra contra. De nosotros depende el querer verlo así y gozar de la infinita grandeza de ser una pieza más en el todo, sin la cual, éste perdería su sentido.