Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 8 de septiembre de 2017

SI TE CORTAN LAS ALAS...



Las relaciones comienzan con una explosión de todo tipo de sentimientos. Nos encontramos descolocados, nos metemos en el otro, hacemos piruetas para que se fijen en nosotros y nos creemos los mejores cuando obtenemos respuesta.



 En esos casos, no somos nosotros; sino otros que representamos un papel, que lo vivimos como propio y que hasta adaptamos a la forma nueva por agradar a la otra persona.

El tiempo lo pone todo en su sitio y los ropajes de magnánimos  reyes los vamos cambiando por nuestros vestidos de andar por casa.

Las relaciones, es decir, cualquier relación humana, tienen un punto de dificultad que conllevan intrínsecamente. 

Es la continua oposición de un ego contra el otro.  Parece que los egos se borran en un principio. Estamos seguros que la otra parte es como nosotros mismos y que además de complementar nuestros anhelos, deseos y necesidades, nos enriquece y empondera. Pero también estamos llenos de nuestros hábitos, nuestras formas de pensar, de nuestro comportamiento longevo y tantas y tantas maneras de afirmarnos frente al otro en vez de colocarnos a su lado.

Somos felices cuando volamos libres, con todo lo que nos gusta como compañía. Si nos cortan las alas en algún momento, el vuelo desciende y ese cielo que surcábamos henchidos de plena satisfacción se convierte en un choque contra el suelo en el que comenzamos a morder el polvo.

Ese es el verdadero punto de inflexión en las relaciones. El tránsito de la película primera, de alcanzar el trofeo y pasearse por la alfombra roja al descenso a tierra donde la realidad, en muchas ocasiones nos deja desnudos a base de habernos arropado tanto.

A pesar de todo, venimos a experimentar. Si en ese rato que es la existencia logramos amar y ser felices, aunque sea por periodos de tiempo muy definidos, habremos cumplido nuestra misión.

martes, 5 de septiembre de 2017

LO INVISIBLE QUE NO SE DICE, QUE NO SE VE



Gran parte de la vida es invisible. Pasa delante de nosotros sin ser visto. Pasa delante de los demás sin que lo vean.

Muchas de las sensaciones que tenemos nunca llegan a salir de nosotros, ni pensamientos que quedan silenciados por no herir al otro o por no convenir en la circunstancia. 



Mucho de nuestro sentir se va sin ser oído, sin salir de nuestra boca, sin tomar forma fuera de nuestra alma.

Posiblemente no convenga que el resto lo sepa todo. Pero en esos silencios, a veces, se deja en reposo tanta información importante, tantas lágrimas contendías, tanto dolor encapsulado que cuando miramos a los ojos a la otra persona pareciese que hubiésemos puesto los primeros ladrillos de un muro que empieza a separarnos.

Sin embargo,  también a veces en lo invisible, está precisamente la salud de las relaciones. Aquello que no se dice, lo que incluso a pesar de hacernos tanto daño tampoco haría ningún bien fuera de nosotros, es lo que mantiene la posibilidad de continuar más allá de lo que molesta, enfada o entristece.

Estamos llenos de lo que los demás no ven. Llenos de silencios sonoros, de gritos ahogados, de lamentos sepultados en lo más recóndito de la sensatez.

No se puede vivir a golpe de corazón. Los humanos terminamos olvidando  lo que debería primar; se esconde lo que parece que no conveniente, aunque nos arañe por dentro aquello que nos gustaría decir.

Otras veces uno piensa, que por mucho que se diga hay oídos que no escuchan, mentes que no se abren y miradas que no miran. Porque es más sencillo obviar que atender. Conlleva una nula responsabilidad.

En definitiva, lo que nos enseña la vida y los golpes de ésta es que, efectivamente, el cerebro nos protege de los ataques del exterior y aprende muy pronto a salir airoso en las batallas sorteando obstáculos, haciendo mutis o incluso, pareciendo estúpido.

Nosotros sabemos que no lo somos. 

El resto es pura cortesía para poder seguir viviendo en sociedad.