Todo está en la
mente. Hasta el cuerpo lo está. Y la mente determina los cánones estéticos de
cada momento. Impone lo que vemos como bello y lo que no. El modelo al que debemos
aspirar y lo que tendremos que rechazar para que los demás nos acepten, nos
admiren o nos deseen.
Es un tema, que aunque
muchos quieran negarlo, está en todos. Buscamos ser bellos. Buscamos “gustar”
porque en esa aceptación de los demás nos sentimos bien, o al menos eso nos han
enseñado.
A veces, solamente
se asciende cuando uno toca fondo y en ese momento, cuando todo está muy mal en
tu forma de verte, ahí es cuando te aceptas, te resignas o tiras la toalla.
Hemos sufrido la
tiranía de las dietas en estos últimos cuarenta años. Después de la guerras,
donde todo se termina y cuando el mundo se recupera y una gran parte del mundo
occidental, está saciada de comida, al menos.
Sabemos que hay
mucha pobreza, que muchos niños y mayores casi no pueden comer en muchas partes
del mundo, lejanas y también cercanas. Vemos escenas en la televisión, en los
periódicos y nos envuelven las noticias con las consecuencias de las numerosas
guerras que hay en más lugares de los que imaginamos. Pero pronto volvemos a
nuestro día a día, a nuestro frigorífico lleno, a las tentaciones dulces o las
saladas y grasosas delicias que ensanchan nuestro cuerpo y agrandan nuestra
preocupación.
Se habla de salud y
entonces parece que entendemos que hay que “comer sano”, pero la realidad es
que la obesidad aumenta en los países más prósperos y cada vez nos separamos
más del modelo estético estilizado donde las curvas solamente son concebidas en
las carreteras.
En la época que le
tocó vivir a mi madre, por ejemplo, la delgadez era sinónimo de pobreza o de
enfermedad.
Refranes tales como “no
hay mejor espejo que la carne sobre el hueso”, justificaban y ponderaban a las
mujeres metidas en carnes de las que Botero hizo su delirio.
“La buena vida”
siempre va aparejada a una subida en la báscula, por eso hemos de cambiar de
forma de pensar y reprogramar el cerebro para modificar el concepto de la
bondad que hay en la satisfacción inmediata de nuestras papilas gustativas.
Lo primero que hay
que hacer está relacionado con la satisfacción que nos da nuestra imagen. ¿Nos gustamos
a nosotros mismos?, si es así, todo está bien. A no ser que nuestro peso nos condene
la salud. Si no es así, el problema no está en la báscula, sino en nuestra autoestima,
en el apego a los modelos estéticos de la época que nos ha tocado vivir y en
una incapacidad de someter nuestra voluntad a unos hábitos saludables de vida.
Hacemos dietas
alternativas, sucesivas, privativas, líquidas, escasas, solitarias, ansiosas y
generalmente, asociadas al mal humor que nos produce no comer lo que queremos.
La dieta no es
eficaz nunca si no comienza en la intención; si uno no está convencido que
cambiará para siempre de forma de pensar, de hábitos diarios en relación a la
comida y de llenarnos, en definitiva, de la absoluta certeza de que hagamos lo
que hagamos siempre lo haremos por nosotros y no por los demás.
El éxito de
cualquier dieta está en el “después de “, nunca en el durante, ni en su
comienzo donde todos juraríamos sobre la biblia que vamos a quedarnos como una
línea.
No hay voluntad que
no sufra rebote si no ligamos a ella un cambio interior que nos convenza.
Si no lo logras,
acéptate.
Como sea, con lo que
sea.