Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 23 de abril de 2019

UN ABRAZO ESPECIAL...


Mi pequeño homenaje al día del libro, a las letras, a quienes las convierten en arte, a los lectores…Un poco tarde, pero aún dentro de una celebración tan importante.



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Llamé al timbre de la puerta de entrada, en la calle. Iba nerviosa. Tenía que decirle, a un desconocido, la intimidad de mi día a día. Los miedos que me invadían, los sufrimientos que se repetían afectando a todos los que más amaba. Era difícil, sin duda.

Estaba muy cerca de mi casa. Solamente debía cruzar el puente que dividía la ciudad. Sin embargo, me había parecido un largo camino. Iba formalmente arreglada. Incluso llevaba un collar de perlas que me había dejado mi madre. Exquisitamente elegidas, una a una.

Estaba decidida a dar el paso. Subí por las escaleras evitando el ascensor que me hubiese puesto aún más nerviosa.  Cuando llegué al piso de la consulta me pareció extraño. Ante la puerta de la vivienda había una verja. El timbre estaba fuera, bastante alejado del singular escenario. Llamé de forma corta  decidida.

Una muchacha, de edad similar a la mía, me invitó a pasar. 

-Pase, por favor, a esta sala. Don Alfonso le atenderá en un momento.

No había nadie. Estaba segura pero seguía nerviosa. Al principio, me senté a esperar suponiendo que serían breves instantes los que tardaría el letrado en aparecer, pero me di cuenta que la espera se dilataba por lo que me levanté para revisar los títulos colgados en la pared. Me fijé en su edad. Incluso en el día en el que había nacido. No sé por qué. Era un hombre de 51 años entonces. Yo tenía 36. 

Encima de la mesita central, uno de sus libros. Estuve ojeando aquellas páginas de letra diminuta con una terminología propia del mundo legislativo. No me interesaba demasiado pero la tardanza del inicio de aquella consulta estaba convirtiéndose en un momento decisivamente desagradable. Incluso pensé marchar. Pero no tardó apenas unos segundos, después de aquel pensamiento, en abrirse una segunda puerta que conectaba directamente aquella salita con el magnífico despacho del abogado.

Se presentó disculpándose por la tardanza, con una sonrisa abierta y su mano tendida hacia la mía. Me miró a los ojos como si me conociese de toda la vida. Eso me tranquilizó.

Era un hombre alto, de cierta corpulencia. Moreno y cuyos grandes ojos habían comenzado a darse cuenta, tras unas gruesas gafas, de mi figura y la definición peculiar de mi cara.

Rápidamente se interesó por mi caso. Era afable y cercano, a pesar de no conocerme. Durante la conversación ágil y resuelta por mi parte, recibió dos llamadas que su secretaría le pasó ante su permiso. Era una mujer desde Canarias. Su cercanía y la buena disposición hacia la clienta me hicieron entender que no solo era el mejor abogado matrimonialista de la ciudad, sino de que su fama de buena persona era un innegable hecho.

Sabía que estaba soltero y que había sido cura hasta hacía unos años, no demasiados. Daba clase en la universidad y era autor de varios libros.
En la medida en que íbamos adentrándonos en la conversación, me di cuenta de que se preocupaba más por mí que por lo que me había llevado hasta allí, que lo consideraba algo resolvible.

Él mismo comenzó a contarme su propia historia; su vida resumida y, sobre todo, a situación y el punto en el que se encontraba. Una confianza nada usual para mí y creo que ni siquiera para él.

Tenía calor. A pesar de la distensión de la conversación, pasados unos minutos, seguía tensa.

Me pidió permiso para tutearme.

.- Quítate la chaqueta si quieres, la calefacción está muy fuerte. Es central y no podemos regularla.- Lo hice. Quedaron al descubierto unos hombros redondeados y bien definidos enmarcando un generoso escote donde podía apreciarse mis tersos y empinados pechos. 

Me miró con agrado pero sin descaro. Una chispa brillante iluminó los cristales de sus gafas y su sonrisa se instaló en la cara de forma permanente.
Fue fácil contarle lo mal que lo estaba pasando. Sutilmente me preguntó si amaba a mi marido a pesar de todo.

Le dije que no. Que le temía.

Aún más delicadamente aludió a mis relaciones sexuales, su frecuencia,  la apetencia o el rechazo, el modo y algún detalle más que anotaba en una especie de ficha en la que iba tomando nota de mis confidencias. Para entonces ya me había dejado claro que no entendía cómo una mujer como yo me había casado con semejante persona. Había aludido a mi belleza y sobre todo, a mi inteligencia. Le había gustado mucho que a pesar de mi mal matrimonio y mis dos hijos pequeños intentase presentar la tesis doctoral y le apenó que el director de mi tesis hubiese declinado la dirección por haber publicado yo un libro en una colección que a él le habían rechazado.

Rápidamente se ofreció a dirigírmela él. Cada vez me sentía mejor en su compañía. 

Se levantó de la mesa que nos distanciaba para enseñarme un voluminoso libro que ocupaba el lugar más destacado de su librería. Al pasar detrás de mí, su mano rozó levemente la desnudez de mi hombro. Fue algo muy sutil, casi imperceptible. No se disculpó por ello. Me animó a levantarme para que viese algo de lo que guardaba en aquel libro.

Me acerqué despacio. Llevaba una colonia floral muy fresca y sugerente. Era mi preferida. No pasó desapercibida. Enseguida aludió al exquisito olor que desprendía.

.-No puedo creer que alguien no valore lo que veo en ti. Hueles deliciosamente.


Me quedé inmóvil junto a él. Se acercó, mínimamente, apenas movió sus pies pero inclinó su cara para rozarla casi con la mía.

.-Una mujer como tú debería sentirse siempre como una reina.- Toco levemente un mechón de mi pelo mirando, profundamente, al abismo de mis ojos. Estaba demasiado cerca pero, sin embargo no hizo ademán de besarme. Pronto cambió el tono de voz y volvió al objetivo que nos había puesto de pie.
.- Quería enseñarte este libro. Va a ser muy útil para ti en tu investigación.- Era como si el motivo de mi visita se hubiese disipado en un interés personal inusual, que comenzaba a ser mutuo.

Aclaró su garganta. 

.- No sé. Es como si te conociese de toda la vida. Nunca me ha sucedido nada igual. ¿Tú crees en el destino?.

.- Sí, creo que la sintonía ha sido mutua.

Te propongo que tengas conmigo toda la confianza. Llámame a la hora que quieras. No tengas miedo. Sé que no es fácil por lo que estás pasando.- Mis ojos se llenaron de lágrimas. En ese momento, todo mi mundo se hizo presente. 

 Me abrazó espontáneamente. El universo se fundió conmigo en aquel instante. (…)

lunes, 22 de abril de 2019

HACER LA VIDA FÁCIL



La creencia popular apunta al hecho de que facilitar la existencia, sobre todo en los primeros momentos de nuestra vida, lleva, si no se controla bien, al desastre del adulto en el que se ha de convertir el niño.



Poner fáciles las cosas, a veces, y paradójicamente, no ayuda. Y no lo hace porque asumimos que por derecho tiene que ser así cuando lo tenemos todo.

 No nos permite tener perspectiva, no podemos comparar con otras situaciones peores, no valoramos, por tanto, lo que se nos da sin esfuerzo.

Es necesario pasar por las experiencias y sobre todo, por las duras.  De otra forma, normalizaremos la excelencia y todo lo que no se nos regale cercano a ella, será un puro drama.

Poner límites, saber decir no a  tiempo, marcar lo que se puede y lo que se debe en la ocasión justa nos permitirá que el otro pueda hacer una valoración de lo que tiene, de lo que le falta, de lo que supone alcanzar metas y luchar por ellas.

Sin lucha no hay recompensa porque el premio se convierte en algo cotidiano sin valor.

No es fácil, según que caracteres, dirigir a otros y menos hacerlo bien si son tus hijos.

A nadie nos enseñan a ser padres. Tampoco a vivir. Pareciese que eso se aprende caminando con los tropiezos diarios y con el criterio heredado de los ejemplos recibidos. Pero no siempre es así. En ocasiones, repetimos modelos represores, en otras permisivos y en ninguna de las dos formas está lo correcto.

Lograr un medio en el que todo fluya en su justo punto no es sencillo pero sí necesario. 

Ni que el límite sea insalvable para quién está bajo nuestra dirección; ni que la barrera esté tan abierta que se despeñe por el precipicio.

Intervenir poco, pero en el momento adecuado. Dialogar, pero sentar bases innegociables que defiendan la integridad moral y los valores del que se forma. Ser cautos y amables, ser flexibles y justos. Porque una forma de injusticia es la permisión de lo indeseable. 

Tenemos tarea por delante. Tal vez, con nosotros mismos.