Estamos en una sociedad en la que parece que todo vale. Las formas importan mucho, sin embargo, y definen la textura del trato que nos concedemos unos a otros. No es lo mismo dirigirnos a una persona de una manera u otra. Se trata de rescatar la cortesía básica que posibilite un trato acorde cuando nos relacionemos con los demás. Nos sobran actitudes agresivas y nos falta dulzura. No me estoy refiriendo al empalago y la sobre adulación. Basta simplemente con ser amable y usar la cordialidad.
Es cierto, por otra parte, que a las formas y modos deben acompañarles una intención sana de comunicación abierta. Si lo que utilizamos es una burda máscara para engañar sobre intenciones y objetivos, el resultado es un castillo de naipes que caerá muy pronto.
Posiblemente, una de las características humanas que nos define es la sociabilidad pero demasiadas veces uno se pone un escudo protector para ejercer ese sagrado vínculo con los demás. Tal vez nos han dañado muchas veces y a las buenas intenciones de comunicarnos con otras personas y entregarles nuestra confianza han respondido con traiciones y vendettas que de golpe han despejado nuestros ojos. Pero ser amable no significa estar indefenso ante los tiranos, los malvados y los indeseables. Nos permite acercarnos, incluso a ellos, con la capacidad de poder transmitir lo que pretendemos sin acritud, sin promover ni permitir la agresión verbal y sobre todo, levantando una barrera contra la insolencia, la desfachatez y el descaro.
Donde aparece la amabilidad y el trato respetuoso no cabe la grosería. Se va por sí sola. Se aísla como por arte de magia. Se esfuma ante los ojos de todos porque de otro modo, de mantenerla, el único perjudicado es quien la ejerce.
Esta actitud se aprende. La mayoría de ocasiones repetimos modelos de comportamiento que hemos observado en nuestros padres, en las personas de importancia para nosotros cuando éramos pequeños. El estilo comunicativo de cada uno parte de un marco de referencia que se ubica lejos. Nacemos con un temperamento propio, en el que la herencia también determina su desenvolvimiento posterior, pero debemos al ambiente social en el que nos hemos criado el carácter con el que ejercemos ese temperamento a lo largo de nuestra vida.
Es fácil ser amable. Solamente tenemos que probar. Las puertas se abrirán a nuestro paso y los mayores beneficios los recibiremos nosotros.