Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


jueves, 15 de diciembre de 2016

¿CONOCES A ALGUIEN ASÍ?



Hoy sobran mis palabras. 

Vamos a revisar la arrogancia. ¿Conoces alguna persona así?¿Quizás lo seas tú… o yo misma?.

Nadie estamos libres de sufrirla. Y lo peor es que nos volvemos ciegos y sordos cuando nos invade. Vana actitud que se desmonta rápidamente ante quien nos adelanta.

Veamos.
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Un Maestro de combate a mano desnuda enseñaba su arte en una ciudad de provincia. Su reputación era tal en la región que nadie podía competir con el. Los demás profesores de artes marciales se encontraban sin discípulos. Un joven experto que había decidido establecerse y enseñar en los alrededores quiso ir un día a provocar a este famoso Maestro con el fin de terminar con su reinado.

El experto se presento en la escuela del Maestro. Un anciano le abrió la puerta y le pregunto que deseaba. El joven anunció sin dudar su intención. El anciano, visiblemente contrariado, le explicó que esa idea era un suicidio ya que la eficacia del Maestro era temible.

El experto, con el fin de impresionar a este viejo medio chocho que dudaba de su fuerza, cogió una plancha de madera que andaba por allí y de un rodillazo la partió en dos. El anciano permaneció imperturbable. El visitante insistió de nuevo en combatir con el Maestro, amenazando con romperlo todo para demostrar su determinación y sus capacidades. El buen hombre le rogó que esperara un momento y desapareció.

Poco tiempo después volvió con un enorme trozo de bambú en la mano. Se lo dio al joven y le dijo:

- El Maestro tiene la costumbre de romper con un puñetazo los bambúes de este grosor. No puedo tomar en serio su petición si usted no es capaz de hacer lo mismo.

El joven presuntuoso se esforzó en hacer con el bambú lo mismo que había hecho con la plancha de madera, pero finalmente renunció, exhausto y con los miembros doloridos. Dijo que ningún hombre podía romper ese bambú con la mano desnuda. El anciano replicó que el Maestro podía hacerlo. Aconsejó al visitante que abandonara su proyecto hasta el momento que fuera capaz de hacer lo mismo. Abrumado, el experto juró volver y superar la prueba.

Durante dos años se entrenó intensivamente rompiendo bambúes. Sus músculos y su cuerpo se endurecían día a día. Sus esfuerzos tuvieron sus frutos y un día se presentó de nuevo en la puerta de la escuela, seguro de sí. Fue recibido por el mismo anciano. Exigió que le trajeran uno de esos famosos bambúes de la prueba y no tardo en calarlo entre dos piedras. Se concentró durante algunos segundos, levanto la mano y lanzando un terrible grito rompió el bambú. Con una gran sonrisa de satisfacción en los labios se volvió hacía el frágil anciano. Este le declaró un poco molesto:

- Decididamente soy imperdonable. Creo que he olvidado precisar un detalle: el Maestro rompe el bambú... sin tocarlo.

El joven, fuera de sí, contestó que no creía en las promesas de este Maestro cuya simple existencia no había podido verificar.
En ese momento, el anciano cogió un bambú y lo ató a una cuerda que colgaba del techo. Después de haber respirado profundamente, sin quitar los ojos de bambú, lanzó un terrible grito que surgió de lo más profundo de su ser, al mismo tiempo que su mano, igual que un sable, hendió el aire y se detuvo a 5 centímetros del bambú... que saltó en pedazos.

Subyugado por el choque que acababa de recibir, el experto se quedó durante varios minutos sin poder decir un palabra, estaba petrificado. Por último, pidió humildemente perdón al anciano Maestro por su odioso comportamiento y le rogó que lo aceptara como discípulo.


miércoles, 14 de diciembre de 2016

RECONOCER NUESTROS ERRORES, ¿DIFÍCIL?



El primer paso para sanar, mejorar o reconducir una conducta es reconocer lo que hacemos, cómo lo hacemos y por qué.


 A veces, no es fácil porque solemos perdonarnos mucho a nosotros mismos y tendemos a derivar culpas en cabezas ajenas. 

Pero no debe olvidársenos que en realidad, cuando surge un problema, cuando una situación se nos pone en contra, no hay otro modo nada más que parar y analizar en qué punto del caminos nos hemos tropezado y qué parte de culpa tenemos en ello.


Reconocer que nos hemos equivocado es la parte más difícil; en principio por la claridad mental que debemos ejercitar y luego por la valentía de corazón que tenemos que usar para ello. Sin duda, es el paso más importante para poner remedio, se llame como se llame nuestra culpa.


De nada vale, sin embargo, si después de llevar a cabo este trabajo de reconocimiento con nosotros mismos, no dejamos de actuar en sentido contrario. La dirección prohibida nos lleva a chocarnos, seguro. En un momento y otro, nos daremos frente con la verdad y tendremos que llamar a las cosas por su nombre.


A mí no me cuesta nada reconocer los errores. No me cuesta nada, pedir perdón si ellos han causado un daño a otra persona. Ya me cuesta más reconducir conductas porque a veces actuamos con el piloto automático puesto y a la nada te ves cayendo de nuevo en la misma piedra.


De nada valen las disculpas, entonar el “mea culpa” o rasgarse las vestiduras en un momento dado, si en realidad no reparamos en la nueva conducta que debería derivarse del problema causado por nuestras acciones.


Lo primero es llamar a cada cosa por su nombre. El camino se abre entonces. A partir de aquí, uno decide si quiere seguir en la batalla, y salir descarnado cada poco, o si elige la tranquilidad de hacer las cosas sencillamente con normalidad.


Veamos este breve relato zen.
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“…El Primer Ministro de la Dinastía Tang fue un héroe nacional por su éxito como estadista y como líder militar. Pero a pesar de su fama, poder, y salud, se consideraba un humilde y devoto Budista.

 A veces visitaba a su maestro Zen favorito para estudiar con él, y parecía que se llevaban bien. El hecho de ser primer ministro parecía no afectar su relación, que parecía ser la de un venerado profesor y un respetuoso alumno.

 Un día, durante su visita usual, el Primer Ministro le preguntó al maestro, "¿Su Reverencia, qué es el egoísmo de acuerdo al Budismo?" La cara del maestro se volvió roja, y con una voz condescendiente e insultante, le respondió, "¿qué clase de pregunta estúpida es esa?" Esta respuesta inesperada impactó tanto al Primer Ministro que se quedó callado y furioso. 

El maestro Zen sonrió y dijo, "ESTO, Su Excelencia, es egoísmo".

lunes, 12 de diciembre de 2016

¿TIENES LA TRISTEZA DE COMPAÑÍA?



La tristeza se apodera del que se siente sólo, del que añora, del que ansía o del que invoca.
 
Por tristeza hacemos muchas cosas o nos quedamos inmóviles. En definitiva, no respondemos nada más que con los instintos básicos que se manifiestan ante el  placer o el dolor. 

Huimos o nos quedamos inmóviles. Gozando o sufriendo.

La tristeza nos lleva de cabeza fuera de la realidad. Todo lo vemos distorsionado y nada parece consolarnos.

Sin embargo, como un ligero tul, un día la tristeza se disipa. 

Cae la niebla y el sol comienza a penetrar. Vamos viendo de nuevo la luz, aunque sea a puñaditos diminutos. Ráfagas dulces y cálidas que comienzan a sentarnos bien. Entonces creemos de nuevo en que la vida merece la pena y comenzamos a descubrir lo tenemos en vez de focalizarnos en lo que nos falta.

La tristeza ha estado muy valorada en otras épocas. Era la mejor herramienta para los pecadores arrepentidos o el mejor medicamento para los amantes románticos. Era el crisol que reconducía los malos hábitos y la necesaria respuesta ante los desvaríos.

La tristeza ahora está relacionada con la soledad, la pérdida de autoestima y los fracasos.

La resilencia debería ser una asignatura del colegio desde la infancia. Resistir la adversidad y estirarnos con ella para sobrepasarla.

Si la sientes alguna vez es que algo dentro de ti está reclamando atención. Que te fijes en ello, que le dediques tiempo y que al final, te vayas contigo mismo, de la mano, a tomar un café.

¡Sólo!, por favor.

¡A mí me gusta largo!.

domingo, 11 de diciembre de 2016

DETRÁS DE LAS LÁGRIMAS



Detrás de las lágrimas, casi siempre hay alegrías perdidas,

Detrás de las lágrimas, hay recuerdos en color que salpican dicha.

Detrás de las lágrimas, hay risas y palabras bonitas,

Detrás de las lágrimas, hay un mundo encantado que se marchita.

Detrás de las lágrimas, nace un río en la esperanza que corre raudo hacia la cascada chica.

Detrás de las lágrimas, se ciernen horas y horas de escritos sin tinta.

Detrás de las lágrimas, parece  que la pena juega a la escondida.

Detrás de las lágrimas, hay lo que no imaginamos que habría.

Detrás de las lágrimas, asoma siempre lo que está por venir y grita:

…”Que lo tienes todo para abrir el hueco en el que se deposite  un alma nueva aquí, de ti cerquita.”

(Tarde de domingo)