Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 26 de agosto de 2016

EL ORIGEN DE LA ENFERMEDAD



Hay veces que estamos mal y no sabemos por qué. O sí. De cualquier forma, la angustia continua es una infinita fuente de desgaste. Un termómetro que nos sitúa el nivel por encima de la marca roja continuamente. Y eso no es saludable.

Hay que identificar la fuente del malestar. A veces no es evidente. Otras se oculta debajo de persuasiones, autoengaños o simulaciones con las que no queremos ver la verdad. Pero es necesario conocer qué es lo que nos daña, dónde está el punto de ignición, en qué lugar se detiene el bienestar para convertirse en lo contrario.

Por otra parte, también hay que hacer el trabajo a la inversa. Localizar qué nos da placer, dónde está lo que nos gusta, cómo se materializa aquello que nos lleva al cielo. Y sea lo que sea y por pequeño que sea, gozarlo.

El malestar sostenido, la angustia permanente, el sufrimiento continuo son el origen de la enfermedad y lo son porque en cuerpo entra en un estado de desequilibrio que va creciendo y va apartándole de su centro donde todo está bien.

En el lugar en el que nuestro cuerpo es más débil, donde focalizamos la pena se asocia la mutabilidad.

La medicina debería considerar seriamente las relaciones entre las emociones y las enfermedades, entre el estado de stress y la alteración de la salud y por tanto, dar paso a herramientas que se conviertan en auténticas medicinas. 

La meditación, la relajación, la vuelta al equilibrio del estado interior podría recuperar lo dañado. La auto sanación es posible cuando el auto daño se produce. 

Necesitamos calma. Necesitamos amor. Necesitamos estar bien con nosotros. Necesitamos necesitar menos cada vez y reducir las expectativas. Cuanto menos esperemos de los demás y de las situaciones, menos sufriremos y todo lo que llegue será un regalo.
La enfermedad comienza en el momento que se siente malestar emocional profundo y si lo prolongamos en el tiempo, sin duda, terminará siendo un serio problema de salud al que habrá que atacar con medicinas propias del ámbito de las emociones.

La farmacia del alma cura el cuerpo, seguro.

miércoles, 24 de agosto de 2016

RELATO SOBRE EL HOMBRE QUE NUNCA QUERÍA MORIR



Vivimos como si la muerte no fuese nuestra nunca. La ocultamos. Hacemos que nuestros niños no se fijen en los coches fúnebres o apartamos los cementerios de las zonas de vida.
Nos queremos escapara de ella obviando que existe. Nunca estamos preparados para lo que forma inexorable nos va a suceder. Tampoco apuramos la vida teniéndola en cuenta.

Este texto puede ayudarnos a comprender que hay que asumirla como parte de la vida, que nos debe servir para gozar más y mejor y que no es nada extraño que deba ocultarse porque es la única verdad segura de cuanto tenemos.

Gratitud por las oportunidades que se presentan durante la existencia y plenitud para vivirlas con intensidad serena.

Os dejo el relato.

"Hay una antigua historia. En los días de los Upanishads había un gran rey, Yayati. Le llegó la hora de la muerte. Tenía cien años. Cuando la muerte llegó, empezó a sollozar y a llorar y a gemir. La muerte le dijo, "Esto no encaja contigo. Un gran emperador, un hombre valeroso, ¿qué estás haciendo? ¿Por qué lloras y gimes como un niño? ¿Por qué tiemblas como una hoja al viento? ¿Qué te ha sucedido?" Yayati dijo, "Tú has llegado y yo aún no he sido capaz de vivir. Por favor dame un poco más de tiempo para que pueda vivir. He hecho muchas cosas, he luchado en muchas gue­rras, he acumulado mucha riqueza, he construido un gran imperio, he incrementado en mucho la fortuna de mi padre, pero no he vivido. En realidad no me quedó tiempo para vivir... y tú has llegado.

No, es injusto. ¡Dame un poco más de tiempo!" La muerte le dijo, "Pero me he de llevar a alguien. De acuerdo, hagamos un pacto. Si uno de tus hijos está dispuesto a morir por ti, me lo llevaré".


Yayati tenía cien hijos, miles de esposas. Llamó a sus hijos y les preguntó. Los más viejos no le quisieron escuchar. Se habían vuelto astutos y se encontraban en la misma trampa. Uno, el ma­yor, tenía setenta años. Le dijo, "Pero yo tampoco he vivido. ¿Y qué hay de mí? Al menos tú ya has vivido cien años; yo he vivido sólo setenta; debería tener otra oportunidad".

El más joven --que solamente tenía dieciséis o diecisiete-- se acercó, tocó los pies de su padre y le dijo, "Yo estoy dispuesto". Incluso la muerte sintió compasión por el chico. La muerte sabía que él era inocente, que no estaba versado en los caminos del mundo, que no sabía lo que estaba haciendo. La muerte susurró al oído del niño, "¿Qué haces? ¡Estúpido! Mira a tu padre. Tiene cien años y no está dispuesto a morir, ¡Y tú tienes sólo diecisiete! ¡No sabes lo que es la vida!" El chico insistió, "¡Se acabó la vida! Mi padre ha llegado a los cien y todavía cree que no ha sido capaz de vivir, de modo que ¿para qué? Incluso aunque viviera cien años, sería lo mismo: Es mejor dejarle vivir mi vida. Si él no ha sabido vivir en cien años, entonces todo este asunto es una tontería".


El hijo murió y el padre vivió cien años más. De nuevo la muerte llamó a su puerta y de nuevo él empezó a llorar y a gemir. Dijo, "Me olvidé por completo. De nuevo empecé a acumular más ri­queza, a expandir mi reino; y los cien años han pasado como en un sueño. Tú estás aquí de nuevo y aún no he vivido".


Y esta situación continuó. La muerte fue una y otra vez y cada vez se llevaba uno de sus hijos. Yayati vivió mil años más.


Una hermosa historia, pero lo mismo ocurrió otra vez. Pasaron mil años y llegó la muerte. Yayati estaba temblando y llorando y gimiendo. La muerte le dijo, "Ya es demasiado. Has vivido mil años y todavía dices que no has sido capaz de vivir". Yayati le dijo, "¿Cómo puede uno vivir en el aquí y ahora? Siempre estoy posponiendo: mañana y mañana. ¿Y mañana? Y de repente tú estás aquí".


El posponer la vida es el único pecado al que yo llamo pecado.
No la pospongas. Si quieres vivir, vive aquí y ahora. Olvídate del pasado, olvídate del futuro; éste es el único instante, éste es el único momento existencial. Vívelo. Una vez pase, no podrás re­cuperarlo, no podrás reclamarlo.


Si empiezas a vivir en el presente, dejarás de pensar en el futuro y no te aferrarás a la vida. Cuando vives, cuando conoces lo que es la vida, te encuentras satisfecho, saciado; tu ser, al completo, se siente dichoso. No hay necesidad de ninguna compensación. No hay necesidad de que la muerte venga al cabo de cien años y te vea temblando y llorando y gimiendo. Si la muerte llega ahora mismo, estarás dispuesto; habrás vivido, disfrutado, celebrado. Un solo instante de estar realmente vivo es suficiente; mil años de una vida irreal no son suficientes.

 Mil años o un millón de años de una vida que no haya sido vivida, no son nada; y yo te digo que un solo instante de una experiencia vivida, es una eternidad en sí misma. Estás más allá del tiempo; tocas el alma misma de la vida. Y entonces no hay muerte, ni preocupación, ni apego. Puedes abandonar la vida en cualquier instante y sabes que no dejas nada. La has disfrutado plenamente, al límite. Estás rebosante de ella; estás dispuesto.

Un hombre que está dispuesto a morir sintiéndose alegre es un hombre que realmente ha vivido. El aferrarse a la vida revela que no has sido capaz de vivir. Abrazar la muerte como parte de la vida revela que has vivido como debías. Te sientes satisfecho".


Osho, Yoga: La Ciencia del Alma, Vol. IV


domingo, 21 de agosto de 2016

VIAJE A ÍTACA (Relato del Domingo)



Domingo anterior

Había llamado a su amigo el inspector de policía que durante mucho tiempo sabía de la existencia de las pruebas pero le había sido imposible convencerle para que las entregase.

La venganza que el psiquiatra pretendía, directamente ejecutada con sus manos, era ya un imposible. Se había convencido de que arrastraba a muchas personas en este juego maquiavélico en el que todo el mundo salía perjudicado. No podía más. Debía optar por dejar en manos de la justicia la condena de este matrimonio que había sido continuada por sus sucesores.

Ahora no sabía que Swa estaba punto de cometer el error más absurdo y costoso de su vida sin la posibilidad de regresar atrás.
Nadie tenía Liu…

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Domingo 21 de agosto de 2016 

Swa subió al coche. Un cristal ahumado le separaba de la persona que conducía. A su lado, sentado esperándola estaba un hombre acorazado tras sus gafas oscuras con una cicatriz de aspecto dantesco que surcaba su cara.  No era desconocido para ella. Había algo que le recordaba que ya le había visto alguna vez. Su aspecto era tan desagradable que no podía olvidarlo. Sin embargo, no podía ubicar el recuerdo con claridad. 

De pronto, observó lo que aquel personaje sostenía en su mano izquierda. Era un colgante egipcio como aquel que hacía tiempo le había dado una pareja desconocida en la puerta del despacho de Owen. Ella nunca se lo dio al doctor. Lo había guardado en una cajita de marfil que se hallaba guardada en una de las estanterías movibles del despacho. No podía ser el mismo. ¿Por qué nunca se lo había dado a Owen como aquel hombre le había encargado?. 

Estaba nerviosa y temerosa que aquella efigie representara, ahora, la posibilidad de recuperar a Liu.

.-Vamos a dar un paseo, hermosa Swa.- dijo aquel hombre de voz grave y un tanto ronca.

.-¿Y mi hijo?.¿Cómo puedo saber que está bien?.

.-Tranquilízate. Tu hijo está colaborando de forma excelente. No le pasará nada.- 

El coche había arrancado aceleradamente. Swa volvió la cabeza y en el suelo, al borde la de acera estaba aquel animal que le miraba con tristeza lamiéndose sus heridas. Alguien había acudido en su ayuda, lo que convirtió la pena de la mujer china en un alivio inmediato al remediar su culpa por no haber podido auxiliarle.

El hombre, que distaba de ella a penas medio metro, puso aquel medallón egipcio en sus manos. En aquel momento se dio cuenta de que en realidad era una de las dos mitades en las que se dividía el que antes había estado en sus manos.

.-¿Lo ves?. Tú tienes la otra mitad.- Swa asustada respondió:

.-En realidad no la tengo. No sé qué ha sucedido con ella.

.-Te dije que se la entregaras al psiquiatra. ¿Lo hiciste?.

.-No. Nunca lo hice.- De pronto aquel despiadado ser le propino una bofetada descomunal.

.-¡Zorra! ¿por qué no se lo entregaste?. Todo hubiese sido más fácil. Lo has complicado todo.

El labio de la mujer china estaba sangrando.

.-¿Tienes al menos la tarjeta sim?.-Swa pensó dársela con rapidez. Sin embargo, optó por otra estrategia.-¿Cómo sé que mi hijo está bien?. No la tengo aquí.

.-¡Para el coche!.- le ordenó al chofer. –Te registraré hasta el último poro de tu piel.- Mientras tanto, la alterada orden que había dado aquel hombre no se cumplía.

Swa lloraba desesperadamente y se abrazaba a sí misma con sus brazos en señal de recogimiento y defensa.

Ante el caso omiso del chofer de parar el vehículo, pulsó un botón que deslizó el grueso cristal que separaba ambos habitáculos.

.-¡He dicho que pare el coche!.- EL joven que iba al volante volvió ligeramente su cara con una leve sonrisa en sus labios. Swa no podía creer lo que estaba viendo.

 El conductor dirigía el volante  con un brazo pegado al cuerpo.

Un grito ahogado fue proferido por la mujer china que solamente podía repetir en su mente un nombre: ¡Steve!...