Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 6 de marzo de 2024

EL PODER DE LA LECTURA

 Estamos perdiendo la imaginación. Todo se nos da hecho. Las imágenes invaden nuestros días, nuestra mente, nuestros ojos…y los sonidos completan un escenario en el que nuestra fantasía no tiene cabida.

         Si hay algo que suscita los millones de matices que la mente puede inventar, es la lectura. Nadie puede avanzar sin leer, nadie crecer sin que lo que lee esté por detrás, fundamentando lo que vive, nadie entrar en planetas de sensaciones inagotables sin atrapar palabras nuevas, ideas geniales en múltiples direcciones.

Veamos este breve relato.




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“Una hormiga llamada Horacio tenía la inusual afición de leer. Pero en su colonia, la lectura estaba prohibida para las hormigas, considerada una actividad

inútil y peligrosa que alejaba a los individuos de sus labores diarias.

"Una hormiga debe trabajar, no perder el tiempo con tales frivolidades", le decía el carcelero hormiga, siempre vigilante, siempre siguiendo las directrices de la reina.

Horacio fue finalmente descubierto y encerrado en una pequeña cárcel de tierra y piedras, con un carcelero hormiga asignado para asegurarse de que no leyera.

—Te quedarás aquí hasta que comprendas el valor del trabajo y el peligro de la lectura —le espetó el carcelero.

Sin embargo, Horacio fue ingenioso. Le dijo al carcelero que había leído en un libro, que también se encontraba en la biblioteca de la colonia, sobre una antigua ley que prohibía actuar en contra de la lectura.

—¿Una ley? ¿En contra de la lectura? —preguntó el carcelero, incrédulo pero curioso.

—Sí —respondió Horacio—. Al final de ese libro, hay un párrafo que puede liberarme y permitirme leer nuevamente.

Intrigado y un poco preocupado por la posibilidad de estar infringiendo una ley ancestral, el carcelero permitió que Horacio tuviera acceso a otro libro de la biblioteca para verificar su afirmación.

Esa tarde, el carcelero se acercó nerviosamente. —¿Y? ¿Dónde está el párrafo?

Horacio, que acababa de llegar al final del libro, levantó la mirada y dijo: —Oh, lamento el error. Parece que en este libro no era. Pero acabo de empezar con otro. No desesperes, encontraré la respuesta que me hará libre.

El carcelero, ahora inquieto y curioso, decidió concederle más tiempo. Y así, día tras día, libro tras libro, Horacio seguía leyendo, siempre con la promesa de que el próximo libro contendría el párrafo liberador.

No solo logró Horacio seguir con su amada afición, sino que, con el tiempo, el carcelero empezó a preguntarle sobre las historias que leía, y poco a poco empezó a cuestionar las estrictas reglas de la colonia.

Nadie sabe si Horacio encontró alguna vez ese párrafo, pero una cosa era segura: había ganado su libertad, y quizás algo más valioso, había sembrado la semilla de la duda y el cuestionamiento en la mente de quien debía ser su verdugo.

El poder de la lectura había triunfado de nuevo.

 

domingo, 3 de marzo de 2024

DOMINGOS LITERARIOS

 ANTERIORMENTE:

 

.-¡ Volveré. Te encontraré allí donde estés. No te quedarás con ello.!.- y diciendo esto, tomó bruscamente el brazo a la mujer desplomada en el rellano y desaparecieron escaleras abajo…

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Estuve sin poder moverme mucho rato. Tanto que perdí la noción del tiempo. Nada se oyó en la casa desde que aquellos siniestros personajes se habían ido. Salí de mi escondite lentamente, aún con miedo de hacer ruido y sintiendo la humedad entre mis piernas por el líquido, frío ya, que se me había escapado entre ellas.




 

Me acerqué sigilosa hasta el arrugado bulto en el que se había convertido mi hermano. Su cara desencajada, mantenía abiertos unos ojos de mirada perdida que se clavaban fijos en un reloj de pared, ya sin vida.

 

Apenas me atrevía a tocarlo. Frente a él, observé durante largo rato la esperpéntica imagen que mostraba. No podía dejar de mirar aquellas manos que encerraban tantos secretos. Una de ellas reposaba en el brazo del sillón donde estaba medio caído. Apretaba un reloj de bolsillo con una hora que no se correspondía al momento en el que nos encontrábamos. Me di cuenta, sin embargo, que coincidía con la que marcaba el reloj de pared, detenido en algún momento indefinido de tiempos pasados. Sin duda, no era casualidad aquella coincidencia que más tarde entendería.

 

En la otra mano, apretaba un papel amarillento, un tanto ajado por lo antiguo que parecía. Necesitaba quitárselo para conocer su contenido, pero no parecía una tarea fácil. Me daba miedo tocarlo. Me fui acercando muy despacio hasta rozar levemente una de las puntas del arrugado escrito. Tiré despacio de ella. Apenas se movió del encajado lecho que lo mantenía oprimido. No quería tocar su mano. Una sensación de cierta repugnancia me invadió al instante. Su mano macilenta pareció moverse sutilmente lo que hizo que me retirase de inmediato. Tenía que conseguirlo o nunca conocería lo que mi hermano estaba dispuesto a decirme en aquella visita truncada por los desconocidos agresores que me había dado tiempo a ver.

 

Deje pasar unos minutos. Todo permanecía igual. No había vuelto a moverse, lo que me animó a cogerlo definitivamente.

 

Acompañada de una sensación de malestar y miedo, me acerqué de nuevo y de un solo tirón logré arrancar aquel trozo de papel que se rompió en su último tramo. Había quedado mutilado dentro de su mano lo que, en algún momento, me obligaría abrirla para recuperar el trozo perdido.

 

Comencé, esperanzada, a leer lo que estaba escrito con tinta de pluma, a juzgar por los trazos de la letra, muy antigua.

 

Apenas pude entender lo que contenía su mensaje. Mal trazado, borrado en algunas de sus letras y fracturado por el pedazo encerrado en la mano de mi hermano, solamente ofrecía un incógnito legado de dificultosa comprensión…

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