Algunas
veces, lo fácil es sospechoso. El perdón fácil nos hace dudar de su eficacia ya
que no se asienta en un “soltar” el rencor de forma madura o si se desea la
conciliación con la persona que perdonamos, tampoco se fundamenta en una
reconstrucción de la relación mediante la cual sea posible.
La
risa fácil siempre conlleva nerviosismo, ganas de agradar por recompensas de
reconocimiento o sencillamente simpleza.
Los
afectos fáciles tampoco merecen mucha credibilidad si se producen en un
instante, así sin más. Hay que darle tiempo a todo; no un excesivo tiempo, su
tiempo, el necesario.
Por
otra parte, es cierto que huimos de las personas complicadas, que nos gustan
los caminos sencillos y que elegimos en función de esa sencillez si es que de
un reto se trata.
Lo
fácil tiene una doble cara. Un matiz inocente y delicioso que nos hace sentir
bien. Nos coloca una alfombra roja bajo los pies en la que caminar por ella se
hace muy agradable.
Tendemos
a lo fácil por simple economía del esfuerzo.
Nuestro cerebro trabaja menos,
nuestro cuerpo también y el resultado es más sereno, que no más gratificante.
Por eso, hay gente que se empeña en acometer todo tipo de acciones complicadas,
dónde puedan medirse consigo mismos o con los demás. Sin embargo, no vuelve a
indicarnos nada más que otra nueva forma de ser y sentir que, en algunos casos
extremos, raya el histrionismo.
Desconfía
de lo fácil cuando te coloquen lo que pides en una bandeja de oro en el minuto
cero. Algo hay detrás. Nada es gratis. Todo lleva oculto una factura aunque sea
invisible.
Recuerda
que esta suele ser las más difícil de pagar.