Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 30 de agosto de 2013

LISTOS O INTELIGENTES...¿QUÉ PRIMERO?



         Conocerse a uno mismo es todo un reto. Una aventura infinita que lleva tiempo y empeño. Incluso a veces, ni siquiera depende de nuestra entrega al análisis de cómo somos o por qué podemos ser así. La mayoría de las ocasiones el examen lo pone la propia vida. Ella se encarga de medir lo que somos capaces de hacer o a lo que somos capaces de enfrentarnos.
         He aprendido mucho de la gente que le ha tocado en suerte experiencias duras. De los que a penas han logrado salir adelante entre dificultades y penurias y de los que a pesar de todo, lo han logrado.
         Estas personas son ante todo gente que ha logrado cierta calma porque a veces, no les ha podido ir peor y aún así están aquí. Son personas a las que les han puesto a prueba muchas veces y ahora son ellos los que saben cómo hacerlo. Es muy enriquecedor el contacto y la comunicación con ellas porque aprendes a valorar cada palabra, a observar cada gesto, a recordar cada detalle y a atar nudos con los cabos sueltos que otros van dejando tras de sí.
         Muchos de nosotros nos hemos pasado la vida estudiando y al final, nos damos cuentas que no nos ha servido de mucho para saber jugar las cartas que nos han tocado en la partida de la existencia. Teorizamos mucho y hacemos poco. Sabemos por dónde comenzar, que no está mal, pero obviamos lo importante, disponer  de las herramientas justas y adecuadas para ser más sabios con lo que está o no a nuestro favor, para reconocer a quién quiere hacernos un mal o para actuar de inmediato cuando las cosas van mal.
         La universidad no enseña a vivir. Se vive y se aprende. Siempre se ha dicho que la experiencia de otros no sirve para enseñar porque debemos hacerlo sobre nuestro propio dolor. Yo quiero empezar a poner en práctica lo que he aprendido en esta última etapa de mi vida y ser más lista que inteligente porque lo primero puede salvarnos la vida, mientras que lo segundo estará ideando la estrategia para iniciar el salvamento.
         Nos conocemos cuando en realidad la situación no te deja más opciones y sea como sea debes salir adelante. Eso es lo que verdaderamente pone límites a tus miedos, al temor de no saber o no poder, a creer poco en ti o a no tener valentía suficiente para salir del charco.
         No hay nada mejor que una circunstancia que apriete…entonces vas viendo el poder de tu fuerza de voluntad, cómo crece la capacidad de análisis o de qué forma superas dificultades que te parecieron siempre imposibles.
         El Oráculo de Delfos sabía que lo único que de verdad es importante para vivir con éxito, feliz y pleno es conocerse uno a sí mismo. Entonces nada nos pillará de sorpresa y podremos poner remedio a lo irremediable.
         Ahí estamos…intentándolo a cada paso.

TÓMALO CON CALMA



por Emmet Fox

(1886-1951)

NO TE APURES. Vas a vivir para siempre -en alguna parte. De hecho, ya estás en la eternidad, así que, ¿cuál es el apuro?

NO TE PREOCUPES. ¿Acaso este asunto va a tener alguna importancia dentro de veinte años? Tú le perteneces a Dios, y Dios es Amor; así que, ¿para qué irritarse?

NO CONDENES. En vista de que no puedes meterte bajo la piel de la otra persona, no hay forma humana de que puedas saber qué dificultades él o ella ha tenido que enfrentar -cuánta tentación, o malentendidos, o estupidez propia ha tenido que superar. Tú tampoco eres perfecto, y puede que hasta seas peor de calzarte sus zapatos. ¡No juzgues!

NO RESIENTAS. Si algún mal se ha hecho, con toda seguridad la Gran Ley se encargará de ello. Elévate en conciencia, y así te liberas al tiempo que liberas al delincuente. El perdón es la medicina más fuerte de todas.

NO TE QUEJES. Consume tu propio humo. Tu propio concepto es lo que ves; así que hazle un tratamiento y cámbialo.

NO ARREBATES. Sea como fuere, no puedes retener lo que no te pertenece por derecho de conciencia. Arrebatar lo ajeno pospone tu bien.


jueves, 29 de agosto de 2013

TIEMPO DE ESPERA



         A todos nos ha sucedido alguna vez. Me refiero a estar en un tiempo de espera, en una especie de burbuja al vacío, en un paréntesis del que deseas salir pero temes hacerlo. Es como si no supieses qué camino tomar o si hay que tomar alguno distinto del que estás. Se trata de un estado light, mate e incoloro. Sin sabor, ni matices, sin brillos, ni sombras. Un stand by que espera una pulsión para arrancar.
         Posiblemente todos pasemos algún tiempo así entre dos etapas. Momentos en los que parece mejor estar quieto que vaciarte en la acción. Tiempos de espera para que la cosecha madure y de frutos. Instantes eternos que crecen en su discurrir como si se tratasen de olas que cubren la arena en una fuerte marea.
         A veces, es mejor esperar. Es verdad que es difícil parar. Es cierto que meditar, reflexionar y vivir la pulsión en los adentros, cuesta. Estamos demasiado acostumbrados a la acción y a la reacción de los demás. Estamos siempre pendientes de lo que hay que hacer ahora, dentro de un rato y mañana. En pocas ocasiones dejamos hueco en nuestra agenda para el reposo. Nunca creemos que hay que construir este tiempo de espera y menos aún creemos que esperar pueda significar mantener entretenida la esperanza. Pero es así.
         Mientras se espera lo que uno cree que debe sucederle está pendiente, como si se tratase de una serie en la que la siguiente figura está por aparecer. El aliento se sucede cuando esperamos  y no hay certeza, sino de la ilusión por la cual nos mantenemos alerta en la quietud.
         El paso del invierno al verano y viceversa, me provoca ese tránsito donde mis pies apenas tocan el suelo, donde me deslizo sin hacer ruido por las horas y los días, donde sin querer aparece, poco a poco, la luz en el cenit del universo y creo que lo hace para abrir una ventana en mi corazón y poder respirar profundo de nuevo.
         Mientras espero, me acerco a ti en silencio, en la oscuridad de tus ojos cerrados, en la respiración contenida y atrapada en el pecho, en el suspiro hondo que me provocan tus ojos sobre mi lectura. Y pienso de nuevo que seguiré esperando a que las espigas broten y la cosecha entone un hinmo de bienvenida a lo mejor que queda por vivir.

miércoles, 28 de agosto de 2013

¿CREE DIOS EN NOSOTROS?



El eterno dilema de creer o no creer en algo que nos proteja, que nos ayude, que de sentido al antes que queda tras nuestro nacimiento pero sobre todo que encamine el destino después de nuestra muerte…
Pensamos que nuestra suerte debe estar ligada a la existencia de un ente superior que todo lo puede y de cuyos designios hacemos carne y en función de este pensamiento, muchas veces, renegamos de él.
Si nuestra vida es excelente, tenemos salud, gozamos de suerte en el trabajo y nos sonríe el amor…¿cómo no pensar que todo ello es un regalo del cielo?. Si falta alguno de estos ingredientes, aún seguiremos pensando que realmente hay algo, pero que tal vez no lo merezcamos todo. Si por último, nuestra vida ha sido un cúmulo de desgracias renunciaremos a la idea de que algo debe protegernos puesto que no lo ha hecho.
Nada hay seguro, mas que aquello que grita en tu corazón. Lo que sientes desde el estado emocional que genere en ti tu  caótica o magnánima existencia. Sin embargo, tampoco nada es definitivo y si ahora no crees en dios…tal vez él si puede que crea en ti y de alguna forma esté esperando el momento de decírtelo. Puede también que ya creas y sientas con fuerza tu propia voz interior reclamando gratitud por tu serenidad incondicional…en ese caso, también mirará para ti sin despistarse por tenerte seguro.
De cualquier forma , creamos o no…él, ella o lo que sea tiene que venir a rescatarnos, alguna vez, de la desesperanza de sentirnos una hoja a merced del viento; de un viento que tanto te estrella contra las paredes como te sube a la más alta cima.
Posiblemente, ni el cielo esté arriba ni el infierno abajo. Nada está fuera de nuestra consciencia y nada etéreo estará en el exterior tampoco para extender su ayuda.
Lo que hay, lo que existe, lo que debe redimirnos de la desesperanza, vive dentro. Hemos nacido con ello y con ello nos iremos de nuevo.
No estamos solos. Eso es ya bastante.

martes, 27 de agosto de 2013

EL COMIENZO DE CADA DÍA



Algunas mañanas comienzan mal. Empiezan con equivocaciones, errores y despistes que parecen condicionarnos todo el día. Cuando esto sucede uno se siente alerta, como si el resto del tiempo que queda hasta la noche estuviese condenado a llevar el mismo tinte.
         Es difícil no contagiarnos de la sensación de esperar qué más va a suceder pero como siempre venimos diciendo, es indispensable valorar lo sucedido, saber el coste que tiene y asumirlo. Nunca nada de lo que  nos sucede es tan blanco ni tan negro. Hay matices que tal vez no vemos en un principio y que seguro que tienen algún tono favorable también.
         Lo mejor de un mal comienzo es saber remediarlo y no podemos hacerlo sino con la actitud que nos resta para los momentos que quedan. A mí me gusta ser práctica y ello conlleva a no dar demasiadas vueltas a lo sucedido, a extraer de ello un aprendizaje, por pequeño que sea, a aparcarlo en el rincón de los sucesos perdidos y a seleccionar las emociones que me provoca. No es sencillo aunque lo parezca. Pero tampoco imposible.
         Siempre digo que la mejor memoria es la selectiva. Todo está en ella indeleblemente pero podemos establecer cajones en los que vayamos  diferenciando lo que nos puede servir de lo que ya nos sirvió.
         La acción nunca se produce en el pasado. Lo que sucedió terminó. El ahora tiene otras exigencias y éstas siempre requieren lucidez para resolverlas a nuestro favor, en la mayor medida posible.
         Si has comenzado mal el día pregúntate dónde estuvo el error para no volver a cometerlo. Si lo que hay de malo en él no depende de ti, olvídalo, mantente a flote sobre el agua, quédate quieto y espera. Después de un tiempo cortito podrás reanudar la marcha. Eso sí, olvida lo sucedido o de lo contrario actúa…siempre concediéndote plenas indulgencias a ti mismo porque de otro modo, nadie lo hará.
         En el fondo, nunca pasa nada.