La reflexión de hoy está centrada en la culpabilidad al poner límites, en la necesidad de ponerlos y en la incapacidad de hacerlo.
No es fácil, cuando estás inmers@ en la educación de la complacencia hacia los demás, decir que “no”. Y no lo es porque con ello, creemos que vamos a desairar al otro, que nos mirará de otra forma y que, en definitiva, nos estimará menos. Tememos ofenderlos, molestarlos y, sobre todo, que cambien la opinión de persona flexible, tolerante y amable que tienen de nosotr@s.
¿Cuántas veces, en este juego desproporcionado y dispar, perdemos sin remedio?. ¿Cuántas veces desearíamos dar la vuelta y marchar después de una rotunda negativa?¿Por qué nos “ congelamos” en la imagen y pasamos por encima de nuestros deseos para que otros puedan llevar a cabo los suyos?.
A estas preguntas podríamos añadir otras muchas en las que nos veríamos much@s de nosotr@s reflejados. Y nos preguntamos…¿Por qué yo no puedo?.
Poner límites, delimitar nuestra zona de “posibilidad”, saber hasta dónde pueden invadir tu espacio físico y mental es todo un arte. Una habilidad que debemos aprender sin demora y sin culpa. Una necesidad si queremos vivir una vida plena y libre de los condicionamientos que otros quieran imponernos.
No es difícil si empezamos por poner en práctica pequeños retos que lleven a autoafirmarnos. Si cuando algo te disuena dentro, ante una propuesta, haces caso a tu sentir, a tu malestar… y te pones por delante de cualquier pensamiento que vaya en tu contra para decir abiertamente y con sencillez, ese “no” que se antoja tan huidizo cuando te muestras débil.
No pienses en el de enfrente. Piensa en ti, porque contigo es con quien tendrás que vivir siempre, el otr@ siempre se va…