Esta
afirmación al leí hace tiempo en un artículo de un prestigioso economista
italiano. Todo el contenido de sus reflexiones versaba sobre ello.
Quien
invierte quiere el rendimiento de lo invertido y espera encontrarlo, tarde o temprano,
y soporta el precio de su riesgo.
Me
pareció interesante. La economía es un excelente mapa donde encajar también las
emociones. Parece, sin embargo, que nada tienen que ver incluso nos empeñamos
que de ser algo, sean lo contrario.
En
realidad y en el fondo, todo es una transacción. Invertimos en acciones
bursátiles, pero también invertimos en pasiones indescriptibles o en amores
potenciales.
Invertimos
dinero, en caso de la economía; invertimos tiempo, voluntad, alegría, impaciencia,
deseo, ternura y un sinfín de sentimientos que esperamos recuperar e incluso
superar, en el caso del amor.
El
amor puro existe solamente en una dimensión de ensoñación lejana a la realidad;
ese amor que no espera nada a cambio hay que buscarlo con lupa. Siempre se
espera. Lo mismo, al menos, si no más.
Nasrudín
nos deja hoy una ilustrativa forma de testarudez de quien, a pesar del
resultado no quiere renunciar al provecho que sea.
Veamos.
…”En
el curso de un viaje, Mulla Nasrudin llega a un pueblo. En el mercado se queda
pasmado delante de un tenderete de Frutas exóticas, desconocidas, que encuentra
de lo más apetitosas. Le dice al vendedor:
Estas frutas me parecen excelentes. ¡Póngame un kilo!
Se va la mar de contento con su compra. Un poco más lejos, le hinca el diente a una de estas frutas rojas, pero al instante siente que la boca le echa fuego. Se pone rojo. Sus ojos lloran y, sin embargo, continúa comiendo. Un transeúnte, que le está mirando desde hace rato, le aborda:
-Pero ¿qué hace usted?
-Creía que estas frutas eran muy buenas. Pensando que no iba a tener bastante con una sola, he comprado un kilo.
-Comprendo, pero ¿por qué se empeña usted en comérselas? Son pimientos rojos, y son terriblemente fuertes.
-No son los pimientos lo que yo me como ahora -profiere Mulla-, sino mi dinero!”
En
todo tenemos que invertir. De todo esperamos recibir. Posiblemente, lo más
rentable sea invertir en felicidad. Eso nunca falla.