Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 21 de mayo de 2011

La revolución del silencio

Algo muy importante está pasando en nuestras calles. No estamos bien. Nada está bien. La revolución que se ha iniciado en las plazas manifiesta el descontento no solo con el enfangado sistema político en el que hemos convertido la democracia, sino también con la ausencia de valores humanos que preside la vida. Precisamente de ahí parte el resto de desmanes. No todo vale. Y es hora de parar la sinrazón de la inercia que alienta la perpetuación del mismo mal. La gente está harta. Harta de los entesijos por los que discurre la gestión de la nación, harta de ver imputados en listas que enumeran los que han de gobernarnos, harta del desequilibrio económico que permite inumerables lujos a quienes se sientan en un sillón y gobiernan a una gran mayoría que no puede ni siquiera pensar en ellos. Harta de que se exija transparencia a quien aprueba una oposición de funcionario y le sea revisado hasta la saciedad  la ausencia de problemas con la justicia y prime otro rasero para los que han de decidir sobre nuestro futuro. Harta de callar y permitir. Harta de colaborar en que todo siga igual. Ha pasado el tiempo de las cadenas.
Han comenzado a manifestarse los más jóvenes, como debe ser. En ellos está la esperanza de que todo cambie. Ellos son los que deben darnos la sacudida a los que por edad y situación estamos acomodados a soportar los desmanes que, a pesar de no gustarnos, aceptamos colaborando de este modo a perpetuarlos. A nadie puede escapársele el ambiente de malestar que vivimos con respecto a la política. Hemos perdido la confianza en las personas que nos representan porque tenemos la sensación de que todos son iguales. Incluso las diferencias de partidos políticos, en cuanto a ideario, han comenzado a desdibujarse bajo la consigna del todo vale y no pasa nada, hagas lo que hagas. Por debajo de cada sigla, la derecha y la izquierda nunca han estado tan cerca porque para el ciudadano, las opciones políticas han perdido la capacidad de autocrítica y se han apoltronado en enfrentamientos perpetuos, en errores sistemáticos y en lavar la imagen de quienes ponen su particular podredumbre al servicio del partido.  Ni todo vale, ni todo está bien. Es hora de que esto cambie. A esta convocatoria de reflexión sobre la situación a la que hemos llegado se suman, con rapidez, muchas personas que siempre han pensado lo mismo pero cuya actitud de crítica se ha suavizado tanto que como si de un síndrome de Estocolmo se tratase, albergan aún esperanzas, en cada convocatoria de elecciones, de que su voto servirá para apoyar a alguien distinto que cumplirá con el deber de administrar la voluntad del pueblo, sea de la ideología que sea.

Lástima que el espíritu de aquellos griegos que debatían en el ágora, en el ejercicio más puro de la democracia, no puedan rescatarla ahora del pozo a donde la hemos llevado. Pero aún queda esperanza. Los jóvenes son sin duda ese espíritu vuelto a la vida.

viernes, 20 de mayo de 2011

No hay pastillas para el miedo

No hay pastillas para el miedo, ni doctor que pueda curarlo. Todos tenemos miedo a algo. A veces, los miedos son irracionales, se esconden en las profundidades del alma sin saber cómo han llegado allí. Solo notamos su presencia, visceral y arrebatadora, esperando a devorarnos en cualquier descuido. Incluso están siempre al acecho para levantar su muro frente a nosotros y aislarnos del mundo. Rendirnos ante nuestros miedos equivale a perder el control de nuestro barco. Dejar a la deriva las cadenas que nos atan a las columnas del terror de nuestra mente. Porque los miedos están ahí...en el fondo del pensamiento, en lo más oscuro del cerebro...en ese cuarto que permanece cerrado por temor a lo que hay dentro.
No hay más sistema que enfrentarnos a ellos. Pasar por las situaciones que nos aterrorizan y comprobar que no pasa nada. Que los fantasmas que nos axfisiaban son solamente una cortina de humo esperando a ser abierta. Que el pensamiento insano sobre lo que tememos es una fantasía más de las que elaboramos en nuestro interior para componer el mundo...cuando el mundo está compuesto con y sin nosotros; antes y depués de nosotros. 
Todo está en la mente. Allí se cocinan las recetas más sabrosas que hayamos podido gozar nunca...al igual que se componen los brebajes más venenosos que podamos tomarnos. Podemos nacer a la vida, cada día, o morir en ella a cada instante. Todo en el interior de nuestros pensamientos, sin nadie al lado que se de cuenta. Por eso, debemos expresarnos, dejar pasar a los sentimientos de otros y lanzar los nuestros como un cometa que espera al viento para subir más y más alto cada vez. Libres de cualquier miedo que convierta nuestra vida en un infierno.


miércoles, 18 de mayo de 2011

Cada nuevo día

Siempre es peor pensar la magnitud de lo que nunca hacemos, y tenemos pendiente, que el hacerlo sin pensar. No siempre nuestra mente nos ayuda. En muchas ocasiones nos juega malas pasadas, otras olvida lo que necesitamos recordar y en la mayoría se detiene en lo que debemos olvidar. Por eso, aprender a manejarla, dominar el ímpetu que posee y reconducir los pensamientos es la clave de la serenidad interior y la única posibilidad de ser feliz verdaderamente.
Cuando dejamos que el pensamiento encamine el día por los derroteros que elige podemos estar frente a un abismo del que no conocemos la profundidad. Cuando abrimos los ojos a la nueva luz del día lo primero que debemos hacer es agradecer que podamos seguir sientiendo la vida como una oportunidad magnífica de aprender y mejorar continuamente. En segundo lugar, comenzar con la seguridad de que el día está por descubrir y que de nuestras elecciones depende que se convierta en un infierno o se suceda abriéndonos las puertas a nuestro paso. Porque muchas de las malas sensaciones, los sinsabores, el mal humor, la insatisfacción o la desgana se generan en nuestro interior porque lo permitimos. De la forma de aceptar o rechazar lo que la mente pone frente a nosotros, va a depender el estado de ánimo que nos acompañe todo el tiempo.  Siempre está en nuestras manos relativizar lo que nos parece tan dramático, dudar de lo que se muestra en nuestra contra y decidir que a pesar de lo mal que esté el mundo a nuestro alrededor, nadie puede entrar en nuestro cerebro y someterle a su antojo. Ese sagrado espacio es sólo nuestro, como lo es nuestra responsabilidad para ser felices o amargarnos la vida. Siempre hay una solución a los problemas...y a pesar de que nos parezca que son irresolubles, que sin nosotros y nuestro empeño no saldrán adelante las soluciones y que irá nuestra vida en salir de ellos...nos equivocamos terriblemente...porque olvidamos que la vida siempre es soberana y resuelve con y sin nosotros.

lunes, 16 de mayo de 2011

Diferencias

Una de las cosas que menos toleramos son las diferencias. Lo que no es igual a nosotros lo solemos rechazar de entrada por considerar lo nuestro siempre correcto, lo más acertado o lo que está en el camino verdadero. De ahí surge con mucha facilidad la crítica. Ese ponzoñoso veneno que puede hacer mucho daño al salir de nuestra boca de forma gratuita y poco pensada...la mayoría de las veces. Nos cuesta poco desanimar, tan poco como agredir con la palabra o el gesto. Incluso estamos bastante acostumbrados a opinar sobre los demás como si supiésemos todas las condiciones que les rodean, o sus profundos miedos o sus necesidades urgentes. No respetamos al que hace lo contario a nuestras costumbres ni permitimos, sin enjuiciar, que abracen otros ideales o se muevan por motivaciones diferentes. Creemos a nuestra "verdad", la única, y en ese afán desmedido de elevar el ego a centro del mundo, pisoteamos las bondades que animan a los demás a ser cómo son y a guiarse como lo hacen.
Hay que tener cuidado con esto porque hasta la más inofensiva crítica sobre otra persona, lleva en sí la semilla de la discordia y la ausencia de veneración por lo que cada uno decide para sí en el sagrado derecho de protagonizar su vida. Parece que nos toca a nosotros asumir las consecuencias ajenas por el empeño que ponemos en uniformar los criterios, los gustos o la vestimentas. Es como si no quisiéramos que hubiese distintas formas de ver la vida y quisiéramos que todo quedase bajo un velo monocrómo que igualase a la mayoría.
Esa sensación tengo cuando los distintos partidos políticos no se respetan. Cuando el juego dialéctico covierte en proyectiles las palabras, cuando a base de lanzarse miradas que matan, todos se descalifican como válidos, pero sobre todo cuando en nombre de la democracia, que debe ser "respeto" en estado puro, se atropellan tantas veces unos a otros. Mal ejemplo para el ciudadano ya gustoso de ejercer la profesión de criticador oficial en cualquier lugar. ! Qué nadie se parezca a mi!-es lo que nos gusta...pero !qué tampoco sea diferente!...por si dejo de ser el modelo más perfecto para mi mismo.

domingo, 15 de mayo de 2011

Creer o no creer

Todos tenemos un dios. Necesitamos imperiosamente creer. En lo que sea. Es más difícil desfondar la vida después de la muerte sin creencias que vivir con la seguridad de que algo o alguien...nos protege, nos ama y nos cuida permanentemente. Bastaría con dejar de creer para que nada tenga el mismo sentido. El bien y el mal, resueltos tantas y tantas veces en referencia con la bondad, emanada de la creencia en el amor infinito de quien no descuida nuestra protección, se proyectan en las consecuencias que en esta vida o en la futura, tendrá para cada uno. Los fracasos, las dificultades de la vida, los sinsabores o los baches del camino son más ligeros si se cree. La fe es una necesidad.
Lo que sería debatible queda centrado en el objeto de la creencia. ¿Es necesariamente un dios quien asume el protagonismo?¿Es una idea o filosofía de vida?¿Es una fuerza poderosa?...no importa tanto cuál sea el motivo por el que creemos como el hecho en sí de confiar en algo que nos asegura la certeza de estar protegidos y poder seguir adelante con la fortaleza puesta en la de otro.
En ocasiones, los acontecimientos que nos rodean son tan radicalmente contrarios a nosotros que dejamos de lado la creencia y pedimos explicaciones a aquel en quien hemos dejado de confiar. ¿Por qué a mi?¿Acaso me he portado tan mal para merecer ésto?¿Por qué siempre me persigue la misma suerte?...Preguntas que derivan en una nueva fe necesaria para salir adelante: la que nos profesamos a nosotros mismos.
Si no se es capaz de creer para seguir en la seguridad de que ante aquello que no depende de nosotros, lo que se escapa a la normalidad de la vida o lo que llega por sorpresa tenemos un compañero de camino que nunca se cansa de tener su mano sobre la nuestra; si no se es capaz de sentir la necesidad de esa protección, que no se ve pero se intuye de algún modo...lo mejor es mirar hacia dentro y encontrar en nuestro interior las razones para cobijarnos al seguro bienestar de entender que nosotros, al menos, no deberíamos fallarnos y si eso ocurre, poder reaccionar con rapidez para no perder la única esperanza que nos mantiene fuertes ante las dificultades: la fe en nuestra capacidad de renacer de nuestras cenizas, como el ave fenix.