Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 7 de mayo de 2011

Aprendiendo a ver

No siempre que abrimos los ojos...vemos. En multitud de ocasiones miramos a través de una cortina de niebla perpetua que todo lo vuelve opaco y nebuloso. Y creemos que esa visión borrosa es la única posible. Para aprender de la experiencia es necesario tomar distancia de ella, reflexionar cuando todo esté sereno en nuestro interior para ser capaces de colocar las piezas en su lugar justo y a partir de ahí, comenzar de nuevo la partida. Si no logramos aprender con lo que vivimos, con cada error, con los fracasos, con el dolor de las pérdidas incluso con lo que dejamos de hacer y debimos haber hecho...estamos condenados a repetir, una y otra vez, la rueda de sucesos similares hasta poder superarlo. Este relato, nos ayuda a entender que las experiencias, por nefastas que parezcan, nos ayudan siempre si queremos aprender de ellas.

En una ocasión un hombre vino a Buda y le escupió la cara. Sus discípulos, por supuesto estaban enfurecidos.

Ananda el discípulo más cercano, dirigiéndose a Buda dijo: ¡Esto pasa de la raya! Y estaba rojo de irá y prosiguió: ¡Dame permiso! ¡Para que le enseñe a éste hombre lo que acaba de hacer!

Buda se limpió la cara y dijo al hombre: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

Has creado, una situación, un contexto, en el que he podido comprobar sí todavía puede invadirme la irá o no, y no puede, y te estoy tremendamente agradecido, y también has creado un contexto para mis discípulos, principalmente para Ananda mi discípulo más cercano.

Esto le permite ver que todavía puede invadirle la ira ¡Muchas gracias! ¡Te estamos muy agradecidos! Y siempre estás invitado a venir. Por favor, siempre que sientas el imperioso deseo de escupirle a alguien puedes venir con nosotros.

Fue una conmoción tal para aquel hombre… No podía dar crédito a sus oídos, no podía creer lo que estaba sucediendo, había venido a provocar la ira de Buda, y había fracasado.

Aquella noche no pudo dormir, estuvo dando vueltas en la cama, los pensamientos le perseguían continuamente: El escupir a Buda, una de las cosas más insultantes, y que el Buda permaneciese tan sereno tan en calma como lo había estado antes, como sí no hubiese pasado nada… El que Buda se limpiase la cara y dijera: “GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, cuando sientas ganas de escupir a alguien, por favor ven a nosotros”, se acordaba una y otra vez …

Aquella cara tranquila, serena, aquellos ojos compasivos, y cuando Buda le dio las gracias, no fue una formalidad le estaba verdaderamente agradecido, todo su ser, le decía que estaba agradecido, Buda desprendía una atmósfera de agradecimiento.

A la mañana siguiente muy temprano, volvió precipitado, se postró a los pies de Buda y dijo: Por favor perdóname no he podido dormir en toda la noche.

Buda respondió, no tiene la menor importancia, no pidas perdón por algo que ya no tiene existencia. ¡Ha pasado tanta agua por el río Ganges! Mira ¡Discurre tanta agua a cada momento! Han pasado 24 horas, por qué cargas con algo que ya no existe, ¡no pienses más en ello!

Y además, yo no te puedo perdonar, porque en primer lugar nunca llegue a enojarme contigo, si me hubiera enojado te podría perdonar, guarda la experiencia y aprende profundamente de estos hechos
y del agradecimiento.

viernes, 6 de mayo de 2011

A ojos cerrados...

Confiar "a ojos cerrados" en quién amamos nos lleva a creer en él/ella por encima de cualquier circunstancia. La asoluta certeza en que el sentimiento recíproco debe devolver la misma entrega, evita que, en algunas ocasiones, veamos lo que es evidente para los demás. Incluso viéndolo, sabemos siempre disculparlo porque cuando uno ama, ese sentimiento tiene tanta fuerza que es capaz de tender una fina capa de comprensión y tolerancia con lo que no nos gusta. Por eso es muy sencillo engañar a quien nos quiere de tal forma. Tenemos su confianza incondicional lo que nos permite cambiar la realidad y pintarla a nuestro modo cuando queremos ocultar algo o mantener a la persona en un "siempre disponible" sin condiciones.  Y lo peor de todo ello, es que terminamos creyéndonos las propias mentiras. En ese caso, evitamos sentirnos culpables porque estamos convencidos que lo que decimos es parte de lo que sucedió y que lo que silenciamos apenas tiene importancia como para ser contado. De este modo, terminamos componiendo un marco de actuación sólo real en nuestra mente que el otro acepta sin cuestionarse solamente por el hecho de proceder de la persona que quiere. A veces, esa forma de actuar se instala de tal modo en el comportamiento del amante que comienza a envolver su vida en una tela de araña de la que jamás podrá salir, sin darse cuenta que en ella atrapa también a quien nunca debió estar allí.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Mirar de reojo

Uno de los actos más difíciles, y que de peor gana llevamos a cabo, es perdonar. No es sencillo pensar una y otra vez lo que nos han hecho o dicho y no sentir rencor hacia esa persona sin poder remediarlo.
Hay algo que no acabamos de entender y que sin embargo nos obliga a sufrir sus consecuencias y es que el odio solamente envenena a uno mismo y ni una sola gota de él llega al que odiamos. Por eso se convierte en algo urgente poner en práctica cualquier método que nos permita liberarnos de esos sentimientos tan negativos y dañinos.
Lo primero que debemos intentar es "comprender" el estadio en el que se encuentra la otra persona. Mucha veces tenemos expectativas sobre los demás que nada tienen que ver con lo que realmente son. Nos empeñamos en que deben ser de una forma determinada, si es que pretenden merecen nuestro cariño, pero en un proceso de autoengaño evitamos ver cómo son y lo que nunca serán. Si no tratamos de ajustar la imagen real con el espejismo de nuestra mente, siempre quedará por debajo de lo que esperamos de ella y como consecuencia, nunca estaremos satisfechos con su relación.  En este estado de desajuste es fácil interpretar las ofensas con dimensiones mayores de las que deberíamos permitirnos y sobre todo es muy sencillo culpabilizar al otro y sentirnos víctimas.
Una vez comprendida la relación entre ambos, y el acople de las expectativas de cada uno, es necesario "entender" qué sucedió y si realmente esa persona actuó según su condición no pudiendo comportarse de otro modo, lo que no quiere decir que sea el correcto.
Si llegamos a comprender su estadio de evolución personal y entender que en base a él nos hirió, estamos en disposición de "dejar ir" el dolor que nos produjo y a la persona que lo causó. Esto no es sinónimo de intentar una reconciliación con el otro. En absoluto. Podemos haber perdonado en nuestro interior y ni siquiera decir nada a nadie. Porque este acto es privado e íntimo y en ese ámbito debe quedar. Tampoco necesitamos tener delante a la persona ni verbalizar lo que sentimos. Basta con imaginarla cerrando los ojos y trasmitirle nuestro deseo convencido de eliminarla de nuestra vida y sacar fuera el peso del daño que nos produjo. Dejarla ir, sin rencor, ni odio...simplemente...sacarla de nuestra mente. 
No podemos olvidar; eso no. Cuando decimos "perdono pero no olvido" parece que estamos aludiendo a un perdón light, a un simulacro de intento que no pasa de ahí. Pero en realidad, el olvido no puede producirse porque todo lo que hemos vivido, bueno o malo, está en nosotros. Lo que si podemos y debemos conseguir es que el recuerdo no vaya asociado al dolor, ni a la ira, ni a ningún sentimiento que nos corroa...simplemente por un acto de puro egoísmo...evitar beber el venero de nuestro interior que está siempre preparado para el otro.

A primera vista

A primera vista surgen la mayoría de las emociones en nuestra vida. A primera vista podemos experimentar la mayor sacudida jamás sentida cuando nos enamoramos o por el contrario sentir el rechazo más intenso hacia alguien sin conocerle siquiera. Hay algo en los demás que no nos deja indiferentes. Cuando por primera vez conocemos a alguien todos los sensores de nuestro cuerpo evalúa al nuevo sujeto que entra en nuestro radar afectivo. Muchas veces salta súbito un resorte que parece alertarnos ante esa persona sin saber por qué. Algo, imperceptible para el resto, sucede en nosotros que nos lleva a devolverle las mismas vibraciones que hemos recibido.
¿Cómo evitar estos juicios sin fundamento lógico pero cargados de señales que capta nuestro cerebro de inmediato?¿Debemos guiarnos por esa sensación de rechazo que tiene que ver más con la intución que con la razón?.
La intuición ha guiado a la especie humana en su evolución en infinidad de ocasiones. No todo se puede razonar. Y cuando esto sucede, algo en nuestro interior filtra las actitudes, los movimientos, las sonrisas o sus ausencias. Porque sobre todo son los gestos de la cara los que delantan o acercan. Los ojos, la mirada y su expresión cierran las puertas del alma o dan la bienvenida al extraño. Aunque en ocasiones debamos esperar el veredicto del tiempo, juez y guardían de la verdad, para poder valorar si nuestro sentir fue o no equivocado y entonces poder volver a la persona y mirando abiertamente a sus ojos, comenzar de nuevo.

lunes, 2 de mayo de 2011

Gotas para ver mejor

Vivir es un acto simple que complicamos demasiado la mayoría de las veces. Hay pocas razones con verdadero sentido que justifiquen nuestros desvelos. Razones sencillas, espontáneas y dotadas de libertad propia como el amor de los nuestros, la salud propia, y de aquellos que nos importan, o el brote natural de respeto y comprensión hacia lo ajeno, que siempre contribuye a hacer la vida más fácil. El resto son necesidades creadas sin fundamento definitivo. El poder, el dinero, el prestigio, la belleza y un sin fin de estereotipos ligados a la cultura de la época que nos ha tocado vivir, nos confunden haciéndonos creer que son el fundamento de la vida. Pero de nada valen cuando esta peligra, se tambalea o está terminando. Nos vamos como llegamos. Desnudos de posesiones, que solo están prestadas hasta el día de la muerte, y ajenos a las estúpidas querellas que han conseguido carcomer nuestra vida con la ceguera perpetua que solemos mirarla.
Necesitamos salpicarnos con destellos de sensatez que nos hagan ver con claridad.
Pensar en positivo sería un buen comienzo para acabar con la sensación de tener siempre mala suerte. Creer en lo que merecemos es permitir que llegue hasta nosotros. Confiar en lo que valemos nos dispone para alcanzar lo que nunca pensamos posible. No hay mayor fuerza que la de la fe. La poderosa inercia de dejarnos arrastrar por una absoluta confianza en nosotros y en nuestra capacidad de superación. Pero para todo ello lo primero que debemos tener es una meta clara.
¿Qué es lo que quiero?.¿Hacia dónde puedo dirigir mis esfuerzos?.¿Qué es aquello por lo que estoy dispuesto a luchar incansable o a renunciar sin dudar?.
Cuando uno tiene la absoluta certeza de querer nada se resiste, nada es imposible. Porque entonces, y sólo entonces, pondrás tu voluntad, tu esfuerzo, tu entrega y tu mayor empeño en conseguirlo, y ese camino desplegará la bondad de ir a tu encuentro para que lo transites dejando la huella de tus pasos marcada en cada sendero que quede tras de ti.

domingo, 1 de mayo de 2011

Cerrar los ojos y seguir viendo

Para seguir viendo cuando uno cierra los ojos, la claridad debe estar dentro. Ver cuando la oscuridad se instala requiere tener siempre encendida la luz de la verdadera sabiduría. La propia. Aquella hecha de pedazos de experiencias dolorosas, la que se ha ido construyendo tras las lágrimas o los desvelos. Esa que nos alumbra cuando todo parece sumido en las tinieblas. La que sin encenderse, luce. La erudición nada tiene que ver con la inteligencia práctica, nada tampoco con la capacidad ejecutiva de actuar con acierto, nada con la disposición efectiva de resolver problemas en el medio en el que nos ha tocado vivir. El simple a cúmulo de conocimientos no garantiza que seamos capaces de aprovechar su utilidad, como tampoco nos asegura estar capacitados para superar con éxito los retos de la vida. !Cuántas personas han estudiado hasta la saciedad y no son capaces de salir airosos de su despacho, ni de enfrentarse a situaciones comunes que un niño avispado sabría hacer frente!. Estamos equivocados cuando pensamos que una carrera, un máster, un curso de pos grado, un doctorado, o varios incluso, pueden garantizar el movimiento exitoso en el comportamiento diario, ni una adecuada estabilidad emocional, ni la gestión equilibrada y armónica de nuestras emociones. Tal vez eso lo asegura menos que nada porque todo ello se aleja de la vida. Cuantos más éxitos académicos tenemos, más lejos nos instalamos del día a día y sus retos. Porque, en la mayoría de las ocasiones, encerrarnos para estudiar, investigar o elaborar una tesis, nos sitúa a distancia del exterior. Nos protege de la realidad solamente hasta que necesitamos salir fuera de nuevo. Entonces entendemos con rapidez que la vida nada tiene que ver con las cuatro paredes de un aula, un despacho o un cuarto de estudio. Que saber vivir es una asignatura pendiente nunca concluida. Y que estamos obligados a probar de esa copa si queremos, en realidad, gozar de ella.

Mirar para otro lado

Estamos acostumbrados a mirar para otro lado cuando no nos gusta lo que vemos. Ni lo propio, ni lo ajeno. Es más cómodo, más fácil y sobre todo, menos comprometido. Enfrentar los retos de descubrir nuestros puntos débiles exige valentía porque nos obliga a asumir riesgos y a esforzarnos por superarlos. Lo primero que debemos hacer es no entender los errores como fracasos, sino como resultados  de acciones inadecuadas a las circunstancias de un momento dado. Nada tienen que ver con lo que valiosos que somos, ni debe por tanto afectar a nuestra estima personal. Tienen, sin embargo, una gran carga positiva: el permitirnos aprender qué es lo que no debemos hacer en similares ocasiones. Comprender de qué forma debemos enfrentar los problemas la próxima vez y sobre todo darnos la oportunidad de equivocarnos como el mejor exponente de nuestra humanidad. Solemos ser jueces demasiado duros con nosotros mismos y someternos a sumarísimos juicios en los que siempre nos condenamos culpables. El peso de la culpa cae como una losa que axfisia nuestras posibilidades de seguir con confianza y seguridad en nuestro día a día. Y, poco a poco, se va edificando el muro tras el que quedamos atrapados para siempre. Así se construyen las barreras desde las cuales iniciamos las relaciones con los demás. Relaciones condenadas al fracaso, muchas veces, por no presentarnos sin escudos defensivos que colocamos antes de presentir el ataque.
Estamos demasiado sensibilizados ante el daño que presuponemos que van a hacernos y para evitar el sufrimiento eludimos la felicidad que pudiese traernos un comportamiento abierto y sincero capaz de albergar la inmensa satisfacción del entendimiento  y la sintonía. ¿Cómo asumir, sin temor, la posibilidad del error?. Confianza en nostros mismos, seguridad en lo que queremos y por lo que merece o no la pena esforzarse y sobre todo, ilusión por comenzar de nuevo después de cada caída.

Mirar para ver...

La gestión de las emociones es una de las tareas de aprendizaje que deberían proponerse como materia, de estudio y práctica desde la infancia, en los colegios. De nada sirve acumular conocimientos y saberes cuantitativamente formativos, si su cualidad no nos permite ser mejores y organizar la vida de forma más plena. Promover situaciones en las que, desde pequeños, pudiésemos ejercitar una adecuada gestión emocional se está convirtiendo en una necesidad urgente de la que carece nuestro sistema educativo.
En realidad, bastaría muy poco para conseguir un ambiente emocional de calidad en el comportamiento de todos dentro y fuera del aula. Sería suficiente con lograr poner en marcha de nuevo la compasión y la empatía, pero sobre todo, habría que lograr despertar la capacidad de ayuda para con los demás y relegar esa competitividad desaforada con la que, desde hace varias décadas, nos deformaron a los demás. Bien es cierto que estamos en una sociedad selvática donde la ley del más sagaz para engañarnos, con razonamientos dialécticos populistas, es el más dotado para el triunfo. ¿Pero de que victoria hablamos?. Sin duda, no es la que uno alcanza sobre sí mismo, ni la que reporta a los demás lo necesario para sentirse bien, ni tan siquiera la que va a favor de una minoría elitista. Es la batalla del egoísmo en favor de lo propio en donde todo vale con tal de conseguir lo que se desea.
Una sociedad que descansa sobre estos pilares está a punto de derrumbarse. Y no puede apuntalarse si no se comienza desde la infancia a cambiar las actitudes ante los demás, con una forma de propia de comportarse decididamente diferente.

Lo que los ojos no ven

Entrar en nuestro interior siempre requiere un acto de valentía. No es fácil enfrentarnos a los fantasmas que nos acompañan desde hace tanto tiempo. No queremos verlos, ni hablar con ellos, ni de ellos. Tampoco sabemos, tal vez, cómo presentarnos ante lo que nos persigue con el peso de la culpa, la indignación, el fracaso o lo que debió suceder y no pasó nunca para estar en paz con nosotros mismos. No es sencillo, pero es necesario si queremos vivir una existencia plena en el hoy y en el ahora. Demasiado tiempo sin descanso en la lucha con la oscuridad. Hemos dejado que la sombra de un pasado que no existe ya, continúe presente para dirigirnos a su antojo.
Creemos que somos dueños de nuestra vida y que en este quehacer diario entre lo que sentimos, lo que realmente somos y cómo nos mostramos a los demás, salimos ilesos en este juego perpetuo de simulacros. Pero de vez en cuando nos paramos ante nosotros mismos para reconocer que algo no va bien. Sabemos que hay que cambiar la forma de manejar las emociones, pero ¿sabemos realmente cómo hacerlo?.