La vida no es lineal. Es una experiencia que tiende a desviarse a
cada instante. Muchos hemos aprendido a sujetarla, o lo creemos así porque en
realidad es imposible.
Aprendemos que lo que está bien no se mueve. Que lo recto es lo que
continúa siempre igual y que si hay cambios siempre traerán cosas peores.
La consabida frase “mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”,
no tiene ningún sentido. Primero porque si lo que tenemos es malo cualquier
cosa puede mejorarlo y más tarde porque lo que está por venir no tiene por qué
restar nada a nuestra vida y sí sumar mucho.
Hay períodos en que parece que todo se detiene. Momentos en los que
aunque no lo deseemos, entramos en una nueva fase con nuevas experiencias por
vivir; en otras que se manifiestan como puntos vacíos con los que no sabemos
qué hacer.
Esos espacios que no están llenos, en los que no vemos nada y nada
se nos hace presente pueden ser muy provechosos si los sabemos gestionar.
Imaginemos que acabamos de salir de una relación tóxica o que se ha
ido de nuestro lado una persona querida o que hemos perdido el trabajo o
tenemos que cambiarlo. Ahí en ese espacio se abre un vacío. Una tierra de nadie
que está por conquistar. Un reto para nuestra conciencia que nos espera sin
dilación.
Los puntos vacíos son los que más llenos están porque en ellos
caben todas las posibilidades y a nosotros solamente nos queda centrar la
nuestra.
Adéntrate en tu espacio vacío, amplía su dimensión, deja que las
ideas fluyan, que los caminos se abran ante ti. Deja que llegue a ti la sabia
intuición de caminar sin suelo.
De toda crisis, de todo momento malo, de toda ausencia, de todo
dolor siempre nace la esperanza y nuevos horizontes que se van dibujando a
medida que demuestres tu fortaleza para seguir.
No te detengas.
Nunca.