Siempre se le ha atribuido el color
rosa y por tanto, las mujeres, tal vez de una forma inconsciente, lo hemos
relacionado con la infancia, lo dulces, los vestidos, los lazos y hasta las
golosinas.
Todo
ha pasado entre el rosa y el azul. Nos han contado un cuento con el que no
salen las cuentas.
El
príncipe azul vendría a salvarnos de la rutina y la soledad para vivir con
nosotras, en plena felicidad, dentro de un castillo encantado. Y encantadas nos
quedamos esperando.
Lo que llegaba nada tenía que ver con el
protagonista del cuento pero a base de comprender que estaría llamando a otra
puerta, nos conformamos con lo que sucedió.
Y
ahí empezaron las piezas a no encajar. Queríamos el que estaba vestido de azul
y nos empeñábamos en cambiar el color de la ropa del que nos tocó en suerte.
No
pudo nunca ajustarse la realidad a los sueños. Ni lo hace ahora. Lo que sucede
es que uno se resigna, poco a poco, a todo.
Posiblemente
la palabra resignación suene demasiado estridente. Tal vez, muchos lectores
preferirían hablar de aceptación, pero en el fondo es lo mismo. Porque a la frustración
que le sigue a la resignación le acompaña la tristeza con la que uno acepta.
Y
así vamos pintando la escena de cada día.
También
están los que aseguran que todo no es tan blanco ni tan negro. Que hay matices
y que en los matices está el tono real.
Quizás
sea así pero a mí el gris no me ha gustado nunca. Posiblemente porque prefiero
no endulzar lo que amarga y saber en qué terreno piso.
No
me gustan las personas que dulcifican una situación que de por si es imposible
o gravosa o contraria a nuestro bienestar.
Me
encuentro segura con la verdad, aunque sea descarnada y fría. Pero es lo que
es. Después me queda todo un inmenso trabajo de asimilación de ella, pero es
una tarea digan en la que encuentro bien.
Color
de rosa, príncipe azul, verde esperanza…toda una gama de colores con lo que
regalarnos ilusiones que nunca llegan a ser ciertas.
Voy
a esperar a ver qué color elige la vida para pintar lo que me queda.
Seguro
que de tanto mirarlo me adaptaré a él y como mi cerebro siempre está a mi
favor, hasta llegará a gustarme.