Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 13 de mayo de 2011

A orillas de la vida

Siempre solemos hacer lo más cómodo. Y cuando se trata de remar en contra, es fácil dejar caer los brazos y soltarnos a la deriva. Sin embargo, conocemos el camino cuando no luchamos. Todo aquello que constituye la razón de nuestros desasosiegos y malestares interiores se vuelve con más fuerza contra nosotros y comenzamos a parecer rocas de arenisca que se degranan en pedazos en cada choque con la corriente. Sin fuerzas, sin confianza en nosotros mismos, sin ilúsión por salir del oscuro agujero y sin algo que tire de nuestra conciencia para avanzar...comenzamos la dolorosa tarea de nuestra muerte en vida. ¿Hay algo peor que vivir muriendo?.¿Realmente nada se puede hacer por despertar del letargo aniquilador y seguir en la brecha?. Estamos siempre dispuestos para la pena, la insatisfacción y la queja. Es algo que de forma muy sencilla pasa adelante de la puerta que abrimos y se instala para quedarse en nuestro corazón como si lo hubiésemos estado esperándolo todo el tiempo. ¿Por qué no hacemos lo mismo con la alegría, la esperanza, la confianza o el valor para salir de la oscuridad interior?. 
Hay que comenzar por las cosas pequeñas. Esas rutinas simples que nos ayaudan a entender que podemos sentir el sol en nuestra piel, la primavera volver a brotar, la brisa fresca en una tarde calurosa...o la sonrisa de una persona que se cruza, aún desconocida, agradeciendo nuestro paso. Es lo simple de la vida, su día a día, lo que puede rescatarnos de la depresión, la ansiedad o el desasosiego mortal. Pero sobre todo, lo que realmente juega a nuestro favor es la acción. No podemos dejar de remar. No podemos morir en la quietud. Debemos participar, se parte, implicarnos con todas nuestras ganas en vivir día a día y en ese sereno acto de inundarnos de vida, encontrar pequeñas ilusiones que justifiquen nuestra existencia. Vivir es vibrar. Si sientes que no vibras, que nada te conmueve, que no hay ningún motivo que te emocione, que viertes la mirada al horizonte y todo se llena de gris...entonces estás obligado a volver la vista a quienes saben que su vida se termina de inmediato y aún así luchan sufriendo tratamientos tortuosos, a quienes no pueden comer porque apenas tienen acceso a lo necesario, a quienes no pueden abrir su frigorífico y sacar lo que les apetece, a quienes no compran ropa en cada temporada, a aquellos que no pueden tender su mano porque no hay otra al lado, a quienes  lloran sin consuelo y nadie seca sus lágrimas...a tantos y tantos que quisieran para sí la situación que creemos tan insalvable y que nos hace tan infelices. Y si no es suficiente pensar en ellos, toma un transporte y vive junto a ellos tan solo por unos días...cuando regreses a casa...todo lo que tienes te gustará de nuevo y no volverás a quejarte sin antes recordar que lo que tu desprecias, otro lo desea.

jueves, 12 de mayo de 2011

El valor del silencio

Llegamos a la vida con demasiado ruido. El primer llanto parece expresar que el lugar donde aparecemos no nos gusta. Crecemos desde lo espontáneo de nuestro temperamento limitados, en todo momento, por las normas que comienzan con fuerza desde la cuna. Y aprendemos a hablar...hablar y hablar creyendo que con esta herramienta todo podemos solucionarlo. Sin embargo pocos nos enseñan el valor del silencio. Ser capaces de mirar hacia dentro, replegarse y hacer un acto de reflexión antes de pronunciar aquello de lo que muchas veces nos arrepentimos.
Sócrates nos dejó los tres filtros con los que juzgar lo que sale de nuestra boca y decidir, más tarde, si emitirlo o no. El primero era el de la VERDAD. ¿Es cierto y verdadero lo que vamos a decir?. La mínima duda merecería silenciarlo. Nunac sabemos qué daño puede hacer lo que decimos y la trascendencia de éste. Por ello, al menos que sea verdad.
El segundo era la NECESIDAD. ¿Es necesario y útil lo que se va a contar?. ¿Va a mejorar en algo a los que me escuchan para sus urgencias y necesidades?. Si es vano, si no aporta nada, si realmente da igual escucharlo o no...mejor el silencio.

Por último, aludió a la BONDAD. ¿Es bueno lo que voy a contarte?¿Te mejora en algo?¿Te da felicidad?¿Vas a poder ayudar a otros?. Si no colabora en el progreso del que escucha...mejor dejarlo dentro.
El dicho popular que encierra en su sabiduría el valor del silencio, nos ayuda a entender que efectivamente deberíamos escuchar más y hablar menos. "Tenemos dos oídos y una boca...para escuchar mucho más de lo que hablamos".
!Cuántos disgustos nos ahorraríamos!!, !Cuántos sin sabores!, !Cuántos desánimos! si aprendiésemos a confiar más en nosotros mismos y mucho más en la valía de los demás, en su juicio, en las razones por las que cada uno toma sus decisiones...entonces...dejaríamos de lado la crítica y ese veneno insidioso que es el intervenir cuando nadie nos lo pide y el molestar cuando nadie lo quiere.

martes, 10 de mayo de 2011

Mirando al horizonte

La vida es una Maestra silenciosa que quiere ayudarnos a aprender. Las lecciones que nos enseña son, casi siempre, las que necesitamos integrar a la conducta para avanzar siempre en nuestra mejora. Puede que éstas, según diversas teorías orientalistas, sean  lecciones que hemos escogido aprender antes de nacer. O puede que sean las que otros escogieron por nosotros para dirigir nuestro crecimiento, tal vez sin ánimo de dominar nuestra vida, pero sí con la disposición de condicionarla para siempre al escoger por nosotros, lo bueno y lo malo de cada instante.

Lo cierto es que nadie puede aprender por otro y de muy poco valen las enseñanzas que la experiencia pone en boca o en manos del ajeno. Uno debe experimentar por sí mismo el resultado de sus acciones y darse cuenta que cada acto tiene unas consecuencias, a veces, irrefutables. Pero incluso en esos casos, en los que nada puede hacerse tras una actuación equivocada...aún queda la esperanza de que sirva, al menos, como ejemplo de lo que nunca debió suceder.
Generación tras generación, los padres han intentado salvar a sus hijos de los sufrimientos que acarrean los fracasos. En un acto de infinita protección, han pretendido dejar a éstos en un lado del camino pedregoso hasta que quede libre de baches. Han querido poner la sabiduría de sus cicatrices a disposición de los que comienzan a vivir. Y siempre, el resultado es el mismo. El rechazo de lo que ofrecen como su mayor tesoro. Pero en realidad, no puede ser de otra forma porque el aprendizaje de cada uno es intransferible. Nadie es idéntico a nadie. Tampoco lo son las circunstancias. Ni siquiera el impulso vital que nos anima a cada cual puede compararse. Nada de lo que se cuente puede transferir en el otro los resultados de vivir. Todos debemos experimentar el dolor, los errores, los fracasos, el amor, la pasión, el odio y hasta el aburrimiento. Porque con seguridad, en ninguno de nosotros será igual, como tampoco pueden serlo las vías de solución que los problemas requieran en cada circunstancia.
La libertad de dejar hacer, sin embargo, no entra en disputa con la sabia orientación de lo que cada uno sabe dentro de sí. Aceptar las diferencias y comprender que cada cual tiene que hacer su camino nos permite soltar amarras, dejar que construyan su vida. A los sumo, sería posible ofrecer herramientas que faciliten el trabajo, siempre que sean aceptadas. Nada puede imponerse a la fuerza porque quienes creemos tener en nuestro poder el arma del conocimiento, en una situación determinada, no logramos asumir que el que está delante es como el alumno que se sienta en una clase de física cuántica a escuchar, al maestro, un tema que va mucho más allá de lo que puede comprender. La única respuesta será el silencio...acompañada de unas tremendas ganas de escapar de allí.

domingo, 8 de mayo de 2011

A simple vista

A simple vista todos parecemos indestructibles o nos empeñamos en ello. Hacemos de la valentía un escudo de cristal capaz de proteger solo nuestro orgullo. Nos creemos, a base de decirlo una y otra vez, que la debilidad va aparejada a las lágrimas y que sentir compasión es el primer paso de nuestra propia caída. Sin embargo, estos sentimientos son el espejo del miedo que llevamos dentro. Un terrible temor a ser vulnerables, a sufrir si dejamos al descubierto lo que somos, a no saber defendernos de aquellos enemigos potenciales que se cubren de bondad y acercamiento para estar más cerca al herirnos.
¿Por qué hemos aprendido a defendernos hasta de las sombras?¿Es acaso un agujero oscuro instalado en nuestra conciencia desde la infancia?¿podemos cambiar nuestro sentimiento de fustración ante lo que suponemos una amenaza?.
La vida es riesgo y más aún las aventuras que iniciamos cada día en las relaciones personales. Siempre hay riesgo de morir, a cada paso, en cada instante...pero mientras ese momento llega hemos de apostar por lo que hay alrededor y saber discriminar lo que merece nuestra entrega y lo que es simple apariencia.
No se es más fuerte por gritar más. Ni tampoco por ironizar en voz baja ante el que no está capacitado para defenderse a la misma altura. No se es más fuerte por no llorar, ni por no dejar que te amen. No se es más fuerte por tener más músculos, ni por estar en contra de todo y de todos. La fortaleza no está en los brazos. No está en unos ojos secos, ni en una lengua afilada. La forteza reside en la resilencia. En saber comprender, en dejarnos a nosotros mismos gozar de las emociones plenamente, en tender una mano para sujetar mientras te sujetan, en curzar una mirada y dejar escapar una lágrima, si es preciso. La fortaleza se esconde en la capacidad de amar. En ser arriesgado para dejar las puertas del corazón abiertas de par en par para que entre quien decidamos sin temor al daño que pueda hacernos; mal que por otra parte es posible siempre pero al que sabremos acercarnos con la seguridad de poder convertirlo en un nuevo pedazo de ese corazón cuya grandeza reside precisamente en su debilidad.