Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 11 de enero de 2014

ENCONTRAR EL SUEÑO



Es importante saber despertar, primero porque a veces nos gusta tanto el sueño que no quisiéramos hacerlo nunca y otras porque quisiéramos hacerlo tan rápidamente que anulase al instante lo que nos hace sentir la pesadilla.
Posiblemente, lo mejor es saber que cuando estamos dentro de un sueño, éste lo es y aún así gocemos absolutamente de él sin querer despertar.
A todos nos ha pasado, alguna vez, estar en el medio de un sueño y despertarnos sin querer y volver a dormir para poder retomarlo. A veces lo conseguimos. Otras es imposible encontrar un sueño igual.
Lo mejor de todo es despertar y encontrar, que en la realidad, nos acercamos a lo que se parece a nuestro sueño. Entonces estar en él será una gloria, un paraíso que hay que cuidar sin remedio porque lo único que nos llevamos al final de la vida son las experiencias, los recuerdos, las vivencias que sean nuestras y solamente nuestras.
Las personas que están a nuestro alrededor, nos quieran o no, no pueden encargarse de nuestra felicidad porque experimentarla es algo que solo compete a cada uno. No significa que no se ocupen de hacernos felices, otra cosa es que nuestra felicidad, la que siente expandirse el corazón, dependa de ellos. Con intención o sin ella, invertir en lo que nos hace plenos es solo cuestión nuestra.
La clave está en descubrir en qué consiste lo que nos hace sentir tan bien. Una vez definido, el camino es sencillo. Insistir, persistir y resistir en los cuidados que debemos dedicar a lo que más nos gusta. El resto es la otra parte de la vida que estamos obligados a cumplir; ésta otra es devoción y por tanto placer en estado puro.

jueves, 9 de enero de 2014

NUNCA SOMOS LOS MISMOS



Solemos creer que siempre somos los mismos, tenemos una tendencia acérrima a pensar que en nosotros nada cambia y que si de alguna transformación podemos hablar es siempre en los demás, nunca en nosotros mismos.
         Uno procura ver todo lo que hace con buenos ojos, al menos eso le sirve de autodefensa y le evita juzgarse con dureza en muchas ocasiones. Pensamos que estamos en posesión de la verdad y lo vemos con claridad dentro de nosotros. Tanto es así que somos capaces de discutir y deliberar hasta la saciedad por defender lo que creemos que para todos tiene que estar tan claro.
         Pero la realidad es bien distinta. Todo cambia y nosotros no somos ajenos a esa mutación. Las circunstancias son otras, los sentimientos y las reacciones, también. Lo que en un momento importó tanto, por aquello que hubieses empeñado hasta lo más preciado, puede que luego no te diga nada, que sea ave de paso, que se quede en un simple recuerdo afectado de un gran vacío en el que ya no reconozcamos ninguno de los afanes que nos empujaron hacia la lucha.

         Veamos este breve cuento y el mensaje que nos deja:

El Buda fue el hombre más despierto de su época. Nadie como él comprendió el sufrimiento humano y desarrolló la benevolencia y la compasión. Entre sus primos, se encontraba el perverso Devadatta, siempre celoso del maestro y empeñado en desacreditarlo e incluso dispuesto a matarlo.
Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente.
Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
--¿No estás enfadado, señor?
--No, claro que no.
Sin salir de su asombro, inquirió:
--¿Por qué?
Y el Buda dijo:
--Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada. 
 
Para el que sabe ver, todo es transitorio: para el que sabe amar, todo es perdonable.

miércoles, 8 de enero de 2014

AYUDAR A VIVIR



En realidad, lo que más de cerca nos afecta, lo que de verdad merece nuestro amor y nuestra entrega es el apoyo de quienes nos ayudan a vivir. La mayoría de las veces es la familia la que tiene la obligación y la devoción por ello, pero no siempre ni sólo.
         Las instituciones educativas deberían enseñar a vivir también. Posiblemente lo intentan pero se pone en práctica desde la propia humanidad de los profesores, no así desde los currículos educativos. El sistema enseña a competir pero en realidad, la vida es algo más que eso, se trata de empatizar, de poseer sabiduría emocional y sobre todo de mover la bondad del corazón sin por ello escatimar las herramientas de defensa que todos debemos activar para no sucumbir en el intento de ser felices.
         Los amigos hacen su función en esta ayuda vital. También las mascotas. Nuestros animalitos de compañía son auténticos maestros de vida, de amor incondicional y de entrega continua.
         Por eso, el amor tiene mucho que ver con este solidario apoyo.  El corazón agradece, hasta límites insospechados, cada gesto de colaboración, cada punto de inflexión a su favor, cada vez que necesita y encuentra, cada momento en el que llama y le responden.
         Posiblemente es la mayor muestra de solidaridad que podemos establecer con los de nuestra especie. Enseñar lo que vamos aprendiendo de la vida es una obligación, aunque parezca que a los demás no les sirve, aunque cada uno tenga que vivir su propia historia, aunque siempre sea lo que experimentamos y no lo que nos aconsejan, es necesario. Sin embargo y por encima de lo que todos decimos, nos encanta encontrar apoyos en palabras, abrazos, caricias, besos o miradas que de alguna forma nos hagan sentir que no estamos solos.
         Nunca lo estamos. Basta mirar a nuestro alrededor y sentir el afecto que nos rodea y advertir que tiene una dirección única: nosotros.

martes, 7 de enero de 2014

VUELTA A LA NORMALIDAD



         Volver a algo a veces es un placer; otras es una condena y a la mitad del camino, entre una cosa y otra, está la sensación de recuperar la normalidad, que a la larga se convierte en una circunstancia, al menos, segura.
Ya nos conocemos en las rutinas. Ellas nos dan seguridad y sobre todo nos instalan en la comodidad de saber dónde estamos y cómo lo hacemos.
Las sorpresas, los días de fiesta, los encuentros, los abrazos, las risas y las noticias enlatadas que intercambiamos a lo largo de estos días, ya quieren ceder paso a los horarios matutinos, a la sensación de protesta incondicional y a ese ceño fruncido que se nos pone cada vez que se agolpan las tareas y no podemos con todo.
Hay, también, una sensación de añoranza, de pérdida de libertad, de disfrute ya sucedido que nos deja un gustito de boca muy especial. Nos agrada sentir que, a pesar de haberlo pasado bien o mal, estábamos en un tiempo diferente, en unos días especiales que se han ido.
Este juego de contrarios nos ayuda a retomar la vida normal, la del día a día, la que estamos locos por cambiar pero que cuando lo hacemos también añoramos.
Estrenamos un nuevo año, nueva ropa, regalos, tal vez, e intenciones que acaban de ponerse en práctica tratando de no fracasar. Estamos subiendo los primeros escalones de los propósitos, las promesas y los proyectos. Es fácil hacerlo al principio; nos sentimos un poco nuevos, un poco mágicos aún y bastante decididos a que este año, por fin, podamos lograr lo que siempre queda en mera fantasía.
Solamente nos hace falta mantener la intención. Perseverar en ella con la única voluntad del día a día. Es lo mejor. Las metas largas no sirven. Hay que levantarse en la mañana y decidir que por ese día vamos a cumplir lo que nos hemos propuesto. Sin más.
Después de ese día vendrá otro nuevo en el que el mismo afán abarcará únicamente esas 24 horas. Uno tras otro…y al final, este será el año en el que hagamos realidad muchos de los sueños que dependen de nosotros. Y no olvidemos que son casi todos.

lunes, 6 de enero de 2014

EMPEZANDO BIEN EL AÑO

Hay muchas formas de comenzar bien el nuevo año pero quizá una de las más útiles y que nos dejarán mejor estado en el corazón, es olvidando lo que hizo daño y se quedó en el pasado y recordando lo que nos hizo vibrar y siempre estará presente, como un dulce suave o un delicado licor inundando un gozo que no se va.
Volcar los enojos en la soluciones nos va a permitir comenzar la andadura de estos nuevos días con libertad para hablar, para aceptar y para rechazar lo que no queremos en nuestra vida. Las soluciones a nuestros problemas están en nuestros pensamientos positivos; ésos que darán como resultado una actitud abierta y expectante ante lo que suceda y los que serán capaces de no presuponer, de no aumentar, de no ver donde no hay.
No hay más remedio que alimentarnos de todo aquello que nos estimule, nos beneficie, nos fortalezca y nos ayude a seguir creciendo para ser mejores personas.
…” Cuenta una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto. En un determinado punto del viaje discutieron y uno le dio una bofetada al otro.
         El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena:…Hoy, mi mejor amigo me ha pegado una bofetada en el rostro.
Siguieron adelante y llegaron a un oasis, donde decidieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse y su amigo le salvó.  Al recuperarse, tomó un estilete y escribió en una piedra:…Hoy, mi mejor amigo me ha salvado la vida.
Intrigado, el amigo preguntó:
-¿ Por qué después de hacerte daño, has escrito en la arena y ahora escribes en una piedra?.
Sonriendo el otro amigo respondió:
-         Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarlo y apagarlo; pero cuando nos pasa algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde viento ninguno, en todo el mundo, podrá borrarlo.
Este en mi mensaje para hoy. Olvidar lo que nos ha dolido tanto para no prolongar una agonía de lo que debe estar muerto. Acrecentar los recuerdos de lo que nos ha hecho feliz para prolongar esa felicidad fructífera que solamente ha de engendrar más felicidad; o en cualquier caso, dejarnos siempre, al menos, un buen sabor de boca.