La sabiduría popular nos dice que “nadie escarmienta en cabeza ajena”, o lo que es lo mismo; no hay aprendizaje hasta que es nuestra experiencia la que nos enseña.
Posiblemente, lo mejor que podemos hacer, en la mayoría de las ocasiones, es que cada uno aprenda por sí mismo lo que es o no importante, cómo debe comportarse o que debe elegir.
Es un acto de responsabilidad, dejar libres a los demás. Ellos aprenderán lo que necesiten sin tratar de que nuestras palabras o nuestros actos sean un modelo a seguir.
Nadie quiere ser una copia. No lo necesitamos. Somos el original puro de nosotros mismos. De ese modo también, tenemos que aprender en la acción, en el silencio, en la calma o en la actividad pero cada uno lo que le es propio.
No seguiremos las instrucciones de nadie, incluso a veces, si nos sentimos dirigidos haremos lo contrario. Por eso, lo mejor es dejar ser y, a lo sumo, estar ahí para sostener a los que amamos en sus caídas. Serán las suyas y por tanto valiosas para su evolución.
Veamos este breve relato alusivo a ello.
“Un discípulo cayó gravemente enfermo y solicitó a su maestro que lo curase, puesto que
además era un médico excepcional capaz de hacer desaparecer cualquier mal. Oída la demanda, el maestro se negó radicalmente a curar al discípulo.
Tiempo después, el discípulo sanó por sus propios medios, pero quedó inmensamente dolido por la conducta de su maestro, al que abandonó.
Un día decidió visitar a un hombre iluminado al que narró el episodio de su enfermedad y la negativa del maestro a curarlo.
Aquel hombre le dijo:
- Te equivocas grandemente, tu maestro actuó con la más alta generosidad.
-¿Cómo puede ser? ¡Él se negó a ayudarme cuando estaba a punto de morir!
-No fue así, él evitó que dejaras de experimentar por ti mismo lo que significa estar suspendido entre la vida y la muerte.”