No
hay respuesta que diga más que el silencio. Cuando uno calla lo dice todo. El
silencio es un grito que expresa alto y claro el cúmulo de palabras que
encierra. Acoge a la impotencia, la pena y el sufrimiento; expresa los mil y un
matiz de lo que, sin duda, no podría decirse mejor si se hablase.
El
silencio no es la puerta del olvido, sino un diálogo abierto con el alma del
otro para decir lo que no se puede nombrar.
Las
palabras a veces dicen poco. Se quedan en alegatos sin poder. Intentan nombrar
el dolor que nunca puede ser nombrado, expresar la pasión que solo puede ser
sentida, increpar lo que solo puede ser dolido…y se agotan e sí mismas sin
lograr que nos entiendan.
En
el silencio podemos perdernos. Abrir el alma y gritar sin sonido. Agradecer
hasta el infinito lo que hemos recibido y obviar lo negativo que llegó a ella
desde la confusión y la ignorancia de otro ser que nunca logró hacerlo mejor a
pesar de sus intentos.
Cada
uno nos quedamos con eso, con el silencio. Con un vacío de palabras que lo dice
todo. Con una nada entre las manos que ha engullido el mundo que nos dimos. Con
las bondades y las maldades con las que nos emborrachamos, con las luces y las
sombras con las que no supimos poner nombre al amor.
Un
día, tal vez, nuestro silencio será tan grade que tomará forma propia y hablará
con nosotros. Nos pedirá cuentas. Nos urgirá a reparar daños, nos instará a que
digamos verdades; las que quedaron ocultas y que ahora él seguro que permite
decirnos.
El
silencio ayuda con su yugo a morir un poco mejor, pero también permite purgar
el alma para que respire hasta que exhale por última vez.