Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 1 de junio de 2012

ORÁCULO DE DELFOS

El mundo helénico se rendía a la verdad a través del Oráculo de Delfos en el monte Parnaso.  El dios Apolo, rodeado de ninfas y laureles, tocaba la lira en señal de júbilo mientras éstas cantaban en un idílico paraje sagrado en el que más tarde, las pitonisas contestaron a los requerimientos de adivinación de los ciudadanos durante mucho tiempo.
Siempre hemos tenido necesidad de saber. Una imperiosa inquietud por conocer el rumbo imprevisible de nuestro destino y un innegable deseo de intervenir con antelación en lo que éste nos depara.
En todas las épocas han existido personajes ligados a la adivinación que han sido consultados por pobres y ricos, por sabios e ignorantes. Nadie se escapa de esta batalla librada con el sino que nos mantiene en vilo mientras elucubramos los derroteros que llevará nuestra vida.
Nos gustaría poder ver, como si se tratase de una película, el recorrido que nos queda. Posiblemente, nos gustaría variarlo en algunos tramos, si fuese posible, pero sin duda, lo que de verdad nos llenaría de satisfacción es contar con el poder de manejar la fortuna que nos depara el resto de nuestra biografía.
Sin embargo, en todos nosotros hay un Oráculo de Delfos. En el centro de nuestro pecho. Brillando con fuerza para destacar su lugar. Esperando nuestras consultas. Abrigando nuestros miedos.
No tenemos que movernos de donde estamos. No hay que consultar a pitonisas y magos que alcancen respuestas que no son de ellos. No hay que ofrecer sacrificios que precedan la previsión. No hay que ejercitarse en rituales que propicien la consulta.
Nos basta con presentarnos frente al resplandor que emite y formular nuestras preguntas. El silencio y la intensidad del deseo de saber harán el resto.
El oráculo responderá en cualquier momento en el que dejemos salir las respuestas por las rendijas del corazón.
Todos podemos hacerlo. ¡Intentémoslo!!

GANAS DE CAMBIAR

Nuestra vida suele ser muy reiterativa. Nos acomodamos a lo que tenemos como seguro y en ello se nos va el entusiasmo y la creatividad que, tal vez, hace muchos años poníamos en ella.
Si tuviésemos valentía y una sensación más certera de validez posiblemente nos atreviésemos a dar el salto.
Los cambios pueden hacerse en cualquier ámbito en el que nos movemos. Podemos comenzar por variaciones pequeñas, imperceptibles, que apenas se noten pero que abran el camino a lo diferente.
Para abrazar estados nuevos de conciencia hay que cambiar irremediablemente. No podemos advertir un ambiente distinto a nuestro alrededor si no cambiamos nosotros primero. Porque hay que estar seguros de que la realidad es única y que lo que de verdad la hace múltiple y variada es la forma de asumirla, la manera de reaccionar ante ella y la disponibilidad para amar dentro de ella.
A mí me cuesta cambiar. Me supone un tremendo desajuste entre la seguridad y la incertidumbre. En esa lucha enconada triunfa el inmovilismo, que no es otra cosa que una muerte lenta por entregas.
Hay veces, sin embargo, que desearíamos que todo alrededor fuese diferente. Contar con nuevos retos, empeñarnos en nuevos proyectos laborales, frecuentar otras compañías, vivir experiencias diferentes. Y todo por la necesidad interior de crecimiento.
No se crece sin experiencia. La teoría supone solamente el marco. Una pobre referencia que pronto se ve desbordada por la realidad.
Solamente llegamos a conocernos en profundidad cuando se nos presentan realidades nuevas ante las que debemos medir nuestra capacidad de entrega, nuestra solidaridad y ese amor que nos pone a prueba para determinar si de verdad somos como decimos y creemos.
No hay más remedio que cambiar de escenario de vez en cuando o hacer distinto el que tenemos para soportar el peso de la rutina.
Hoy más que nunca, la seguridad se liga a la quietud cuando parece que todo camina aunque sea con lentitud. Lo que olvidamos es que en ese lento pasar dejamos pegada la ilusión a los pies de la comodidad.Vana servidumbre para los corazones que se alimentan de vivencias capaces de matizar su grandeza.
¡Hagamos cambios! Aunque comencemos simplemente por variar nuestra colonia. Oler diferente puede suponer comenzar a sentir que somos otros.

miércoles, 30 de mayo de 2012

TERRORES NOCTURNOS

En la noche todo parece peor. El momento reservado al descanso, en muchas ocasiones, se convierte en una auténtica película de ficción que cada uno protagonizamos a gusto de nuestros miedos.
Llegamos dispuestos a reposar las vivencias del día. Entramos al dormitorio animados por el final de la luz solar hacia el lugar de mayor intimidad y quietud que nos debe cobijar tras la lucha diaria por seguir estando en la brecha.
Llegamos con la necesidad de vaciar la mente y sobre todo, con el deseo de poder aislarnos de lo que nos preocupa temporalmente para alcanzar la serenidad que nos devuelva la fortaleza.
Un día más vemos con desesperación que la noche se abre de par en par a los terrores y que la mente, en vez de aquietarse y reposar, se convierte en un tiovivo en el que damos vueltas infinitas a ideas absurdas.
En esos momentos nos parece que todo puede pasar. Hasta logramos que los miedos que nunca aparecieron se hagan un hueco al lado de nuestra almohada.
Si logramos dormirnos con rapidez, escapando de la mortal sensación de vernos atrapados en nuestras angustias, pronto nos despiertan los pensamientos que nos esperan y de nuevo, la noche, es toda nuestra.
Es difícil dejar en la puerta lo que nos asusta, tememos o padecemos. Instalarlo en la antesala de la habitación será una parte importante de nuestra salud.
De nada vale dar vueltas a los problemas en la soledad de la oscuridad. De nada, creer reales las miles de escenas que pasan por nuestra cabeza.
Muchas veces comprobamos alentados que nada de lo que sufrimos como seguro, en la lóbrega cúpula del techo que nos cubre, ha pasado ni pasará nunca.
Posiblemente, la solución no prohibirles la entrada, sino dejar pasar a los problemas para tener con ellos una breve y fructífera conversación.
Decirles, simplemente, que la solución que esperan de nosotros, tal vez nos va a llegar mientras dormimos y que de no ser así estamos dispuestos a levantarnos una mañana más para que la vida nos demuestre que ella es la única que los resuelve finalmente.
Dejemos de preocuparnos.
¡Felices sueños!

martes, 29 de mayo de 2012

MÁS ALLÁ DE LO INVISIBLE

Lo que vemos de los demás no es casi nada. La mayoría de lo que nos haría entender sus reacciones está oculto ante nuestros ojos.
Creemos saberlo todo. Somos curiosos y nos gusta hablar en nombre de los demás como si viviésemos su vida. Tanto es así que suponemos  lo que piensan, lo que hacen cuando no los vemos e incluso  lo que no hacen o dejan de hacer.
El fenómeno mediático de los reality televisivos centra su éxito en esta evidencia que cada vez toma una forma más monstruosa para desviar los dramas de cada uno.
A veces, comprobar que el resto no es tampoco feliz compensa nuestra sensación de fracasados perpetuos. Avanzamos sobre lo que vemos y presuponemos en los dramas de los otros aligerando nuestras propias cuitas al  contrastarlas con ellos.
Lo invisible es justo lo que nos haría comprender que no todos ni siempre se es feliz.  Que las necesidades son casi las mismas en todo el mundo y que las carencias hacen presencia en todos los lados.
Mirar lo que no se ve puede salvarnos de la tentación de ser envidiosos y del tremendo estímulo de cotillear la vida de los otros. En raras ocasiones, los demás lo tienen todo mientras nosotros penamos por lo que nos falta. En muy pocas circunstancias, el azar se fija solamente en algunos.
Lo invisible debe desvelársenos para llegar a entender que si estamos en el lugar que estamos es porque hemos sufrido ya lo que nos ha tocado, mucho o poco, en realidad el punto justo  que nos pertenece. Que no es ni más ni menos que al de al lado.
Todos pasamos por todo. Tarde o temprano.
 En esta vida o en otra…

lunes, 28 de mayo de 2012

EL VALOR DE LOS SUEÑOS

No hay más remedio que soñar. Hacemos la vida demasiado complicada para que podamos vivir sin sueños que nos ayuden a pasarla.
Muchas veces podemos pensar que enredarnos en los oníricos devaneos de la mente equivale a alejarnos de esa realidad cuyo apego ha constituido un valor añadido a la sensatez. Sin embargo, no nos damos cuenta que soñar es imprescindible para salvarnos del agotamiento que conlleva el sufrimiento.
Los sueños siempre son una vía creativa de reconstrucción de las emociones curativas que debemos manejar para sanar las enfermedades del alma.
Podemos mantener un coqueteo con la fantasía y soñar despiertos o jugar a media luz,  con la ilusión y recrear anhelos, rescatar  voluntades o sofocar desánimos. Podemos hacerlo a plena luz del día o en la intimidad de la noche con los ojos abiertos.
Para soñar no es necesario estar dormidos. Basta alejarnos de lo contingente  e idear un mundo solo nuestro donde dirigimos nosotros. Posiblemente, es el único espacio en el que los acontecimientos se suceden en cascada desde lo imposible hasta lo posible, desde lo estático a lo animado, desde el dolor hacia el placer.
Sin sueños no podríamos resistir la vida. La percepción de lo que sufrimos es tan poderosa e invasiva que si nos pidiesen que hiciésemos un balance sobre nuestra existencia, aun sin ser demasiado escabrosa, tendríamos la sensación de que lo bueno era más bien escaso.
Los otros sueños, los que se producen mientras dormimos, esos que parece que no podemos controlar, son grandes maestros si sabemos recibir sus mensajes.  
         Todo lo que en ellos aparentemente no tiene sentido, encaja a la perfección en el escenario de la biografía de nuestros temores, inseguridades e incertidumbres. Si logramos encontrar el hueco que les corresponde podremos entender el mundo y entendernos mejor cada día.
Aprender a soñar despierto,  debería ser una materia obligada desde la escuela. Seguro que lograríamos, a través de ello, sacudirnos los complejos, las trabas mentales y las ideas paralizantes que nos infravaloran tanto ante nuestros propios ojos.
Hay que atreverse a soñar y a hacerlo tanto como nos apetezca.
Es, sin duda, un medio seguro para deslizarnos por la felicidad.

domingo, 27 de mayo de 2012

CUANDO EL CORAZÓN NO ENTIENDE

Nada es peor que el corazón no comprenda, porque él también tiene su inteligencia y se rige por la lógica de los afectos, que no es menos razonable que la del intelecto.
Ante una situación dolorosa que no aceptamos, uno siempre debe comenzar por el dolor que causa en el interior. Por ese malestar del alma que se queda pegado a las entrañas como si quisiera absorberlas y desintegrarlas. Como si estuviese dispuesto a arrancarnos a pedazos la piel del corazón para hacerse un escudo de victoria frente al maltrecho órgano.
Cuando no comprendemos lo que nos está sucediendo damos rienda suelta a la ira, a la tristeza y al decaimiento y nos rendimos ante la soledad del que ha sido abandonado sin explicaciones ni piedad.
Entender el porqué, aunque nos duela, es menos trágico que asumir un dolor sin sentido. Por eso debemos esforzarnos en determinar lo que de nuestra parte hay en ese mal y sobre todo, advertir aquello que es ajeno a nuestra voluntad pero que los otros no han podido evitar en él.
A veces esta especie de digestión afectiva lleva un tiempo. Mucho tiempo, en algunos casos, pero siempre supone un avance en la percepción de lo válido y de lo inaceptable que hay en cada uno.
No se trata de cambiar el rumbo de los acontecimientos.   Lo que termina, termina irremediablemente, la mayoría de las veces. No podemos girar las manillas del reloj, ni desdoblar el calendario hacia atrás para volver a un tiempo que ya no es nuestro. Lo único que está de nuestra parte es la posibilidad de disponer el corazón para volver amar. Pero eso sí, cada vez con una incondicionalidad mayor; cada vez con un agujero menos por donde poder colarse la traición, el engaño o la falsedad.
Comprender significa volver a mirar lo que ya habíamos visto para divisar nuevos matices que habían quedado ocultos a nuestra percepción y con ellos formar un arco iris que dibuje una sonrisa abierta en nuestra alma. 
Aceptando lo que llegue; esperando lo que debemos aceptar.

DOMINGOS LITERARIOS

PREGUNTAS...

No sé... dónde te has ido, ni sé que manos acariciarán las tuyas, ni que rostro te mostrará su sonrisa…
No sé... por qué te has ido, ni sé que preguntas te habrás hecho, ni que respuestas no te habrán llegado…
No sé... cuándo te he perdido, ni sé por cuántas horas me has dejado, ni siquiera cuántos minutos han pasado en tu ausencia…
No sé... cuánto te he extrañado, ni si tu vacío me lo he merecido, ni sé si sin jugar he perdido…
No sé... cómo te he tenido, ni si fuiste real o fuiste un mito, ni sé si llegaste ya o te has ido…
No sé... para qué soplaste sobre mi rostro la ternura, la eternidad y el infinito…
No sé... si te he soñado, si te imaginé o te idolatré porque ya no vivo…
Ya no sé nada de nada, ni  sé si quiero saberlo... porque me duele el sin sentido.
 FLOR Y NATA