Hoy, seguramente, no voy a hablar de un tema en el que la mayoría opine igual porque cuando se habla de amor, en cuanto a sentimiento puro, se suele hacer referencia a la ausencia del ego. Se pretende que el amor incondicional sea siempre autosuficiente y perdurable.
En esta ocasión, siento la necesidad de “necesitar” y de hacer valer lo que no me gusta y no hacerlo mío nunca más.
La ausencia de urgencia en el otro me pone en un lugar aparte en el que no me gusta estar.
No me gusta acampar en la quietud, ni en las serenas aguas de un mar en calma.
No quiero la tibieza del sol de media tarde, ni la tenue luz de un cielo nublado. No me gusta el gris, ni el medio.
No me gusta el rostro sin sonrisa, ni las trenzas en el pelo.
No me gusta el miedo. Por no gustarme no me gustan los ojos que siempre miran al suelo.
No me gusta la sopa fría, ni las palabras de doble sentido, ni una mano que apenas roza en un saludo amigo.
No me gusta el vacío en la mirada, ni unos labios ásperos llenos de palabras necias.
No me gustan las voces, ni los silencios que no son cómplices.
No me gusta el día sin esperar la noche.
No me gusta esperarte sin esperanza.
No me gusta seguir enredada en los recuerdos sin conocer el camino de vuelta.
No me gusta el olvido y sin embargo cuando el amor me olvida…busco la necesidad de saber que por él me muero.