Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 26 de octubre de 2013

APRENDIENDO LECCIONES



         Hay mañanas que uno no se levantaría. Notas el ambiente frío a tu alrededor, la ventana te devuelve un gris opaco a punto de llorar y la vuelta en la cama se convierte en un refugio amable en el que, curiosamente y a pesar de todo,  tampoco deseas estar demasiado.
         Uno se viste por dentro antes de salir a la vida de nuevo. Estoy convencida que importa mucho el tono de los colores que uno elija para cada día. Al menos a mi me pasa. Mis ropas siguen mi estado emocional, muchas veces.  Aunque he de decir que no me gusta el gris, ni el medio, ni el agua tibia, ni el lado suave de la orilla, ni lo excesivamente blando, ni lo light.
Soy una persona de emociones fuertes y contrastadas que lucha por encontrar un equilibrio en ellas. No es fácil y no siempre lo logro pero ahí está mi reto.
Muchas veces me resisto a los cambios simplemente por la comodidad que da la seguridad de continuar en lo mismo, pero me he dado cuenta que ese temor a romper las rutinas, a desmontarnos de lo que ya se ha instalado en la mente como definitivo, sea bueno o malo, nos pasa una factura muy alta.
La vida es cambio siempre. Ni un solo segundo es idéntico a otro, ni nosotros somos los mismos de hoy para mañana. Creemos conocernos. Pensamos que somos de una forma determinada y que sabemos hasta dónde y cómo podemos llegar y sin darnos cuenta y sin sentirlo como amenaza, de pronto, nos encontramos frente a un abismo que nos devorará en el siguiente paso.
         He aprendido a dudar de mi misma. A esperar y mostrarme cada vez más cauta ante lo que pueda llegar, a no creerlo todo conseguido, ni todo perdido, a sufrir para algo y no gratuitamente, a tener presente que todo en la vida pende de un fino hilo a punto de deshilacharse. Que nada es seguro y que la fatalidad puede llegarte de donde menos lo esperas.
 Pero también he aprendido a tener confianza, a creer que la gente podemos equivocarnos y restablecer la cordura, a valorar la renuncia y a agradecer el amor aunque llegue en  partículas finísimas rociando el alma.
No lo he aprendido todo. Sé que aún me queda mucho, pero procuro ser buena alumna y no repetir aquello, que sin querer, hace daño a otros y, en definitiva, a uno mismo. En ese empeño continúo.

viernes, 25 de octubre de 2013

EL OMBLIGO DEL MUNDO



 Hay personas que se creen el ombligo del mundo. Gente prepotente y descarada que va adelante arrasando a los demás y vistiendo del color del triunfo sea lo que sea o quién sea, lo que caiga.
         No entra en mi corazón actitudes tan despiadadas como las de algunas personas que corren tras su objetivo sin importarles nadie ni nada. Son una especie de depredadores, de tiburones con fauces infinitas que todo lo engullen y que si reciben una pequeña contrariedad se revuelven  serpenteando sobre su ponzoña para seguir adelante con su presa.
         Creerse el centro del universo es tan malo como ubicarse en sus antípodas. La sobreestima propia llega a ser tan dañina como la baja autoestima y peor aún si ambos comportamientos se balancean en una misma persona. Ésta es gente dolorosa. Personas que causan daño gratuito solamente porque otros no sean felices. Gente sin alma que no se ablandan con la pena ajena ni con nada que no represente el beneficio propio.
         Me cuesta ceder a mi tozudez y desmontarme del tópico de que “todo el mundo es bueno”. Me cuesta estar con la espada levantada, la puerta medio abierta y el escudo en alto. Me cuesta reconocer que me engañan, pensar que por detrás de la sonrisa hay veneno que va directo a eliminar lo que molesta. Me cuesta aún, mirar a los ojos y divisar la niebla, pero sobre todo me cuesta hacer opaca la transparencia que me recorre en la mayoría de las ocasiones.
         No hay más remedio que endurecer la cáscara. No hay otro camino que el del amor que sabe defenderse, no hay más opción que ayudarse a uno mismo y comenzar a darnos todo el cariño, el afecto y la confianza que hemos derrochado en otras personas que no lo merecían.
        

jueves, 24 de octubre de 2013

LABERINTO



         Me he levantado pensando en lo conveniente o inconveniente de tener muchas opciones donde elegir. En la actualidad hay mucho de todo. Muchos ámbitos donde estudiar, muchas posibilidades de ocio, muchos campos donde ejercer una profesión, muchas opciones de cambio sentimental, muchas posibilidades para el amor, muchos riesgos, muchos conflictos, muchos prejuicios…
         La verdad es que tener muchas opciones parece una riqueza pero en muchos casos se convierte en un riesgo en el que la torpeza de cada uno puede expresarse con absoluta libertad.
         Es más fácil equivocarse ahora. Hay que tener una gran seguridad en lo que uno quiere para poder con la riada de posibilidades que la vida nos ofrece. Hay una trampa en ello. Nos parece que cuantas más vías transitables existan, mejor caminaremos y, en muchas ocasiones, nos equivocamos.
         Para actuar con libertad hay que tener coraje porque sentirnos libres nos lleva a elegir opciones y a sufrir sus riesgos. Cada decisión tiene un precio y precisamente por él, no se puede tener todo.
         Equivocarnos nos hace sentir estúpidos, a veces, sobre todo si en ello has ido utilizando el autoengaño y te has perdonando a ti mismo antes de juzgarte. Hay errores imperdonables, que nunca se deberían de haber dado y que por mucho que intentes rectificar quedan indelebles para mucho tiempo haciendo daño.
         En la vida, un criterio que deberíamos emplear es la rentabilidad a cualquier nivel. ¿Qué nos aporta el camino que hemos tomado?¿Acaso nos hace sentir mejor?¿merece la pena el beneficio que obtenemos?¿Se mejora algo en nuestra vida con lo que aporta?. Cuando me refiero a rentabilidad rápidamente llega a la cabeza el beneficio material, pero no es precisamente eso lo que más reporta a la persona.
         La rentabilidad emocional, afectiva y emotiva es lo que verdaderamente debe pesar a la hora de invertir en felicidad a corto o largo plazo.
         Dudo si las múltiples opciones que la vida nos pone delante nos facilitan las cosas o las empeoran. Tener claro dónde estamos y a dónde nos queremos dirigir supone una garantía de éxito inmensa. Triunfo que nos deberemos siempre a nosotros mismos en la libertad de ser y llegar a la meta nuestra. Una, única entre todas. Descubrirlo a veces lleva tiempo.
No hay prisa, no debe haberla porque  del resultado posterior dependerá el resto de nuestra felicidad futura. Por eso, si no tenemos clara una opción es mejor sentarse con uno mismo y conversar, lenta y tranquilamente. En el fondo, algo tendremos que decirnos e incluso, tal vez, debamos reñirnos. Todo antes de volver a equivocarnos en lo mismo, porque entonces nadie nos estará engañando salvo nosotros.

martes, 22 de octubre de 2013

OPTIMISTAS REALISTAS


Hoy hemos debatido en clase acerca del optimismo y su contario, el pesimismo. Todo el mundo quisiéramos encontrarnos entre los optimistas porque parece que el concepto lleva un valor añadido sobre la calidad y calidez del sentimiento grato que aporta. Sin embargo, el optimismo puede sobrevalorar las posibilidades y redimensionar los logros de forma que se quede en puro idealismo o en poética interpretación de la realidad.
El optimismo sirve como factor de motivación. Quién lo posee se siente fortalecido ante las adversidades y trata de encontrar una razón favorable dentro de los males que puedan llegar. Se encuentra con la necesidad de derribar barreras y descubrir lo positivo entre lo negativo, el bien sobre el mal y la claridad sobre la oscuridad. Se puede observar a sí mismo como una inagotable fuente de dinamismo y un continuo sonreírle a la vida, lo que no quiere decir que con ello también esté obviando otros factores de protección ante la adversidad de los que dispone el pesimista.
Hace algún tiempo, antes de  instalarse en nuestra cultura la moda de la felicidad perpetua a cualquier precio, los pesimistas tenían hasta buena fama. Se trataba de ver el vaso medio vacío pero con agua que sabía bien. Era como estar preparado para asumir las consecuencias de la fatalidad, una especie de premonición que reducía el impacto de la misma cuando llegaba. Era una autodefensa contra el mal. Una especie de escudo preventivo que ayudaba a poner los pies en el suelo y a bajarse de las nubes.
Los optimistas, sin embargo, parecían estar siempre en un mundo irreal, una especie de limbo al que acudían solamente los inconscientes y algún bohemio sin remedio que no tenía ninguna intención de soportar los avatares de la vida diaria, encerrándose en un mundo de imposible vigencia real.
El punto medio aristotélico es sin duda una zona llena de virtudes. Ser optimista realista es la mejor opción. Se trata de encarar el día a día con una actitud de apertura y flexibilidad, esperando lo mejor de cada momento para que la denominada “Ley de la Atracción”  del universo, se alinee con nuestro sentimiento y nos entregue lo que esperamos.
Por otra parte, el optimista realista siempre tiene los pies en el suelo y la cabeza sobre los hombros. Es capaz de verlo todo, de analizarlo y despejar lo que resta y no suma. Es, en definitiva, una especie de pieza reina de ajedrez que se mueve por todos los lados y consigue seguir con entusiasmo en la realidad que le toca vivir sin enredarse en los miedos, la fatalidad o el dramatismo. Porque entiende que al fin y al cabo, dentro de muy pocos años, nada de lo que hoy nos preocupa, tendrá sentido y que la mejor opción para seguir es creer en uno mismo y en el poder de superación que todos tenemos.

lunes, 21 de octubre de 2013

RECOMENZAR



Hoy me he levantado distinta. Después de un período largo de malestar profundo he decidido elegir otro camino. En el fondo, pase lo que pase, siempre podemos elegir cómo sentirnos y decidir si tomamos el camino del amor y la felicidad serena o el del dolor y el olvido permanente de lo que hemos sido.
         Voy a comenzar de nuevo retomándome a mi misma donde me dejé hace meses. Me han podido las circunstancias algunas veces y otras mis propios miedos. No hay peor temor que el que cala el alma y nos susurra al oído lo lejos que estamos del ser fuerte, decidido y positivo que somos.
No hay mayor impotencia que la de sentir que pierdes el control de la pasión, el entusiasmo y las ganas de seguir con fuerza para continuar compartiendo lo mejor de ti. Pero estoy segura que estas etapas también tenemos que pasarlas. No hay más remedio que valorar por contrastes.
 La acción_reacción, la causa_efecto y otras leyes universales que se cumplen inexorablemente, nos permiten atrapar lo que tenemos, no dejarlo ir y mucho menos decirnos adiós a nosotros mismos bajando por ese tobogán al que yo visualizo como la facilidad de deslizarse por lo más fácil y lo menos conveniente.
Me he levantado con una inmensa gratitud en mi alma por tener la oportunidad de seguir enriqueciéndome con todo lo que me sucede, por aprender cada día de quién está a mi lado, de servir de ejemplo otras veces para el que se acerca a mi o simplemente por volver a sentirme plena en mi día a día, llena de esperanza e inundada por las ganas de seguir adelante con firmeza y seguridad.
Otra vez quiero pintar cielos azules sin nubes ni nieblas. Soles que derraman su esplendor sobre nuestra piel para hacernos sentir su calidez. Aires frescos que inunden los pulmones de oxígeno para respirar profundo y salir al mundo con una nueva sonrisa.
Sigo siendo yo. Nunca me había ido. Qué reconfortante sentirlo así.