Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


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miércoles, 23 de noviembre de 2011

EL SECRETO DEL PERDON

Estamos acostumbrados a escuchar que perdonar es necesario para ser felices. Sabemos que efectivamente el perdón es un bálsamo para el alma cuando somos capaces de usarlo. Pero lo que nos queda por descubrir es el verdadero secreto de su nacimiento; del arranque donde debe instalarse la voluntad y la disposición del ánima para abrazarlo. Si logramos acercarnos a ello, si podemos comprenderlo entonces será sencillo perdonar y perdonarnos.
En lo más profundo del perdón, a su base…está el error. ¿Por qué odiamos tanto a quién ha cometido uno o muchos errores?¿Acaso nosotros hemos estado, estamos y estaremos libres de cometerlos?.  Desde luego que no, pero cuando estamos frente a la imagen interna que tenemos del otro, nos alzamos con la soberbia de quien está en disposición de suspender una ejecución y le cuesta demasiado cancelar el acto.  Nos mantenemos en el borde del abismo, sin terminar de decidir si empujar a la otra persona o salvarla. Mientras no perdonamos, la estamos empujando, una vez jugada y condenada, por nuestro ego superior. En un momento u otro de nuestras vidas, todos cometemos errores. Si odiamos al que ha cometido un error…tendremos que empezar a odiar a todo el mundo, incluidos nosotros mismos.
No es fácil perdonar y menos si cuantificamos y cualificamos lo que nos han hecho aisladamente, sin comprender ni entender al otro. Cuando estemos leyendo estas líneas seguro que todos tenemos en nuestra mente a alguien al que no hemos perdonado o nos ha costado mucho hacerlo.
Entonces, en ese momento, nos llega el recuerdo del intenso del dolor que nos ha producido, de lo que dijo o lo que hizo…y ahí detenemos el proceso. No avanzamos más. En ese momento seguimos juzgando y condenando al eterno ostracismo de nuestro perdón, al ofensor. Pero debemos avanzar. Hay que dar otros pasos. En primer lugar, por un momento, pongámonos en el lugar del otro, en sus debilidades, en sus miedos, en sus celos o en su envidia. Pongámonos en su falta de conocimiento, en su cortedad de miras, en su egoísmo o en su indomable orgullo. Comprendamos sus razones en sus circunstancias y entendamos, al menos, que no ha podido actuar de otra forma porque esa es la suya, la de su momento histórico, la de su biografía en ese punto. Tal vez no tenga nada que ver, la ofensa, con nosotros en cuanto a persona, incluso querida, por quien nos dañó; posiblemente tenga más que ver con sus carencias que con nuestra abundancia.
La clave del perdón no está en el paso del tiempo, en verlo todo con distancia en el atenuante de la lejanía. La posibilidad de perdonar siempre está ligada a la facultad de comprender. Y después, cuando ese proceso obra, entonces debemos dejar ir, soltar la ira, la toxina de la agresividad y la impotencia de ser nosotros mismos los que les devolviésemos el daño…dejar ir en libertad sin sentir rencor, sin guardar ni odio ni afecto. Simplemente abrir las puertas de la prisión donde lo tenemos retenido y dejarlo volar, alto y lejos.
Para perdonar, no es necesario obligar a la reconciliación. Podemos perdonar a solas, en nuestro interior, sabiéndolo nosotros. Seguro que en nuestro sagrado templo todo se alegra y cambia por no retener el veneno que emponzoñaba la estancia. Seremos otros; más felices, más plenos, más auténticos. Seguro.