Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 6 de abril de 2013

VOLUNTAD DE CAMBIO

Hay un viejo debate en mí misma aún sin resolver. ¿Podemos cambiar?¿Somos capaces de resolver lo que podemos mejorar a lo largo de la vida?¿Pueden ayudarnos? o en realidad el auténtico cambio es un imposible que se convierte en una ilusión para el que lo intenta y en una quimera para quién lo espera?.
         Me gustaría poder comprobar que se puede cambiar. En lo más profundo de mi corazón algo me dice que las estructuras de comportamiento que se ligan a nuestros hábitos básicos de supervivencia, en la felicidad, aunque nos dañen, no pueden cambiarse definitivamente. Porque realmente, hay veces que buscamos la felicidad en lo que nos hace dañ, pero a pesar de todo seguimos empecinados en caer en ello una y otra vez.
         He llegado a la conclusión, después de sufrir mucho por la espera de cambios ajenos y propios, que nadie debe cambiar por ni para otro. Que intentarlo siquiera es vano. En realidad, cuando es otra persona la que desea nuestro cambio, aunque nos favorezca, nunca se produce del todo y a lo sumo se queda en meros intentos no desprovistos de sacrificios inmensos, por parte del afectado, y de dilatadas y dolorosas esperas para quien desea ver una persona diferente a la que está a su lado.
         Pero no solo creo que uno no debe cambiar por nadie, sino que además dudo que podamos cambiar ni siquiera por nosotros mismos. Los cambios, solamente pueden sucederse si los tomamos como adaptaciones de lo que nos constituye a las realidades que se nos van presentando.
Alguna vez pensé que se podía mejorar y quiero seguir pensándolo porque de otro modo se hace muy densa la vida para convivir con los defectos propios y ajenos. Sin embargo, estoy convencida que la modificación parcial de la conducta solamente sería posible si naciese de un convencimiento pleno de la persona de la necesidad de esa modificación y, aún así, posiblemente, ni la voluntad siquiera tal vez pueda con el peso de la genética o la educación recibida en la infancia. Y si no, pensemos en personas cercanas que conozcamos profundamente o incluso, en nosotros mismos.
Analicemos nuestros cambios, valoremos si realmente solo son acomodaciones a las situaciones nuevas que se nos presentan y  hagamos un acto de reflexión interna serio para comprobar si en realidad hemos cambiado alguna vez para otro o si cualquier mínima modificación de la conducta nace exclusivamente de la voluntad imperiosa de ser y estar mejor.
         Los demás poco pueden hacer en nosotros si no tenemos voluntad de ser diferentes, si es que podemos.  A éstos solamente les queda  seguir a nuestro lado con los defectos mutuos de la mano o decir adiós a lo que no pueden aceptar ni variar.


viernes, 5 de abril de 2013

ENTREVISTA A MAMA TUNZA: “la madre que te cuida”, acoge y cría a 121 niños en Kenia



Os dejo una entrevista que me ha emocionado sobremanera... ¡Esta mujer es un ángel! Y un ejemplo para todos.
Saber que hay seres con esta bondad, es el mejor regalo.

 “…Y nos han traído una cama para cada uno, ¡con colchón!”
Tengo 53 años. Nací en Kakamega, junto al lago Victoria, y vivo al pie de las colinas de Ngong, en Kenia. Casada, parí cuatro hijos y ahora tengo 121. Dirijo el Centro para Niños Mama Tunza en Nairobi. Creo en todo lo que me dé fuerzas para seguir adelante. Soy animista y cristiana.
La mágica bondad
Siempre que me toca escribir la entrevista de la víspera de Reyes pido en mi carta poder contarles una historia inspiradora que nos permita seguir creyendo en la magia de la humildad y en todos los ángeles de carne y hueso (como diría Luis Rojas Marcos) que hay entre nosotros. Y, puestos a pedir, pido que dicha historia se la puedan leer los padres a los hijos para que conozcan el poder de la gente buena... Y ahí está: Mama Tunza, la niña finlandesa que decide ayudarla, empresas de safaris que comienzan a llevar a sus viajeros sensibles a visitar el milagro y a colaborar con la carta a los Reyes Magos (Promunditres.org) de 118 huérfanos que han encontrado una madre.
Soy analfabeta, pero sé de la tierra. Éramos muy muy pobres y siendo una niña me fui a trabajar a Nairobi.
¿De sirvienta?
Sí, a casa de una pareja de italianos en la que estuve sirviendo veinte años. Un primero de enero, a las once de la noche, saliendo de trabajar, de camino a casa (cuatro horas a paso ligero), vi en una montaña de basura una caja de la que asomaba un bracito...
¿Un bebé?
Lo limpié, lo vestí y lo alimenté, y lo llevé a la policía, que quiso detenerme por tener a ese niño tan maltratado. Me llevó horas convencerles de que lo había encontrado.
¿Se quedaron al niño?
Sí. Pero a las cuatro de la mañana me llamaron para que me lo llevara: "Si no puede cuidarlo, déjelo donde lo ha encontrado". Al cabo de dos semanas un abuelo recogió otro bebé y me lo trajo. Mis cuatro hijos y los vecinos cuidaban de ellos mientras yo trabajaba. Pero dos días llegué tarde.
Y les explicó lo de los bebés.
Sí, y me dijeron: "O los bebés o el trabajo". En Kenia las personas que te contratan se encargan de guardarte el sueldo. En veinte años de trabajo había acumulado 1.000 euros, pero no me los dieron. Y entonces...
Perdone, ¿cómo se llaman esos italianos?
Rita y John Corri. A partir de ahí decidí dedicarme a los niños abandonados que me traían: había corrido la voz. Los vecinos me ayudaban, me dejaban en la puerta sacos de arroz y legumbres. Un día fui a hacer mis necesidades junto al riachuelo que hay en un pequeño bosque y vi a un babuino con un bebé humano. Conseguí arrebatárselo engañándolo con comida y corrí.
¿Cómo estaba el niño?
Era una costra de sarna y heridas. Lo lavé y lo llevé al hospital. Como sabía que no me iban a atender porque en Kenia la sanidad es de pago, me fui a ver al jefe del hospital. Se lo quedaron, pero al cabo de tres horas me llamaron: "Si no puede hacerse cargo, déjelo donde lo ha encontrado".
¡¿Los médicos también?!
Me recetaron los medicamentos que podían curarlo, nada más, y fui por las casas de los ricos y las farmacias de Nairobi pidiendo caridad para poder comprarlos. Tenía dos años y ya ha cumplido ocho. Le llaman Monito y con él ya eran 18 niños recogidos.
¿En su casa?
Sí, un descampado en un barrio donde la esperanza de vida de los niños no pasa de cinco años y la de las mujeres, de cuarenta. Sin cloacas y con mucha droga y delincuencia. Pero buena gente del barrio me ayudó: construimos barracones y organizamos una escuela en la que jóvenes y adultos que sabían leer y escribir enseñaban a los pequeños. Pero continuamente entraban a robarme.
En el 2007 kikuyus y luhyas se enfrentaron durante las elecciones.
Murieron 1.200 personas. La gente huyó, también mis vecinos. Así que me encontré con casi 100 niños, sin comida y sin ningún tipo de ayuda. Cuando volvieron los primeros turistas, al cabo de seis meses, un fotógrafo colgó en internet un reportaje sobre nosotros. Una niña irlandesa con un cáncer terminal lo vio y le pidió a su padre que ayudara a esa señora.
Una historia increíble.
El padre y unos amigos se fueron a Kenia, compraron un terreno en Ngong y levantaron los barracones en los que hoy vivimos, una zona fértil en la que los niños pueden correr cuando vuelven de la escuela. Teníamos aire libre y cama para todos, pero el cambio fue duro.
Sin la ayuda de los vecinos...
Sí, vivíamos aislados. Pero volví a empezar; recorrí las granjas de la zona y les expliqué mi historia. Conseguí dinero para enviar a los niños a la escuela. Luego llamé a la puerta de las agencias turísticas, y empresas como Kobo Safaris o Ecowildlife empezaron a colaborar conmigo. Les dicto lo necesario, la lista a los Reyes Magos.
¿Y qué pide en su lista?
El mejor regalo es la matrícula del colegio. Y nos han traído una cama para cada uno, con colchón y sábanas.
¿No tenían?
Dormíamos cuatro en cada litera y sin colchón. Unos voluntarios nos han traído contenedores para almacenar agua, otros el camión cisterna semanal. Otros pagan cada lunes al hotel Serena de Nairobi para que nos traiga un camión de comida. Yo no toco dinero, recibo regalos de mi lista de imprescindibles para la vida. ¡Y ya tengo cuatro niños en la universidad!
Felicidades.
Y también necesitamos ordenadores y un profesor de informática. Gracias al Gobierno de Navarra tenemos autobús escolar. Y una empresa madrileña nos va a hacer el camino para que llegue a casa. Y con el premio Navarra Solidaridad abriré un pozo.
¿Alguien ha vuelto a recoger a un niño?
Encontramos un bebé en la estación y al cabo de cuatro años la madre volvió a por él... ¿Para hacerle mendigar por las calles de Nairobi? Decidí adoptarlos a todos.

Fuente: La Contra de La Vanguardia
Publicado por Raquel Hinojo en: “susurrosdelalmaparadespertar.blogspot.com.ar”

jueves, 4 de abril de 2013

EL PRINCIPIO DEL FIN




         Me pregunto si cuando una relación termina, uno es capaz de ver el fin con antelación. Si hay indicios de que no estamos instalados con la misma seguridad en el sentimiento, si ha cambiado nuestro afecto, si es diferente o si nunca existió.
         Cuando algo termina, todos tenemos responsabilidad en ello. Posiblemente no seamos capaces de valorar lo que a nuestra parte toca porque solemos perdonarnos con facilidad y seguir el cómodo camino de echar las culpas al otro. Pero nada pasa porque sí. Todo comienza en algún momento y el fin también.
         Sería estupendo poder darnos cuenta cuando comienza a abrirse una fisura en una relación. Cuando la amistad va cediendo terreno a la pasividad, cuando deja de cuidarse los detalles, cuando va siendo irrelevante la ilusión del otro y por el otro o cuando en realidad, comenzamos a dejarnos llevar por la falsa creencia de que todo está conseguido y que aquello que tenemos es para siempre, pase lo que pase.
         No hay seguridades en el amor. No las hay en la vida. Todo cambia, todo se transforma irremediablemente pero deberíamos agudizar nuestro fino sexto sentido y encontrar el punto de corte en donde se inicia la falla. Posiblemente todo sucediese de igual forma, pero al menos podríamos remediar el dolor que sucede a la ruptura, en alguna medida, o incluso ésta misma si es que resolvemos la parte de culpa que nos toca.
         A veces no hay más remedio que terminar. Los ciclos se acaban, las series concluyen y la vida cambia. Otras el final se nos impone como única salida en un laberinto complejo donde todos nos dejamos ahogar. La mayoría, se termina por dejación del cuidado que uno pone en el otro y esas son las veces más terribles porque la desidia no se acerca ni por casualidad, en el diccionario, a la palabra amor y ni siquiera la roza.
         Comenzar siempre es bello, terminar siempre doloroso o al menos triste. Sin embargo, la propia vida comienza y termina aunque quiero pensar que simplemente se transforma en otra forma de lo mismo. Por eso, también en el amor, las relaciones que hemos tenido, sin duda, se han transformado en un singular aprendizaje, sin el cual no seríamos lo que actualmente somos, ni amar cada día mejor y con más cuidado por lo que tenemos al lado.
        

miércoles, 3 de abril de 2013

DE LA NECESIDAD AL AMOR



Las personas que llegan a tu vida siempre te enseñan lo que debes aprender en algún ámbito de ella. Vas comprendiendo mensajes, llegando a conclusiones, entendiendo razones, asumiendo debilidades, estimando comportamientos…siempre como un regalo llegado a través de otro, para ti.
         En contadas ocasiones asumimos esto de golpe. Hay que digerirlo. Tenemos que pasar por un tiempo de soledad en el alma para llegar a necesitar, de verdad, el beneficio del aprendizaje que debemos integrar para crecer.
         No es fácil amar y a la vez es lo más sencillo. Un contraste detrás de otro, una contradicción frente a un argumento o un desajuste en contra de lo diferente. Una sensación de plenitud junto a otra de vacío. Un resplandor, un chispazo, un gozo lleno de sonora luz, frente a la oscuridad silenciosa que deja telarañas en el corazón. Una batalla donde siempre gana la necesidad de completarnos con lo que está diseñado sideralmente para nosotros, cuando lo está. Lo difícil es no equivocarse y reconocerlo.
         A lo largo de mi vida afectiva he entendido que el amor se ajusta perfectamente a la necesidad que en el interior existe de encontrar la pieza del puzle que nos falta para terminarlo o la tuerca que encaja en el tornillo para sujetar el alma.
         Cuando no existe esa necesidad, cuando la vida puede pasar de igual modo, cuando la voz no calma la sed de serenidad a golpe de reloj…uno está perdido; a punto de confundir el amor con otra cosa que parece vestirse de la misma forma pero que  no tiene la misma piel.
         Posiblemente, cuando uno encuentra esa plenitud no lo hace en el otro, sino a través de él porque el AMOR siempre está dentro, repleto de sí mismo, lleno de ganas de tomar forma y conocer el nombre y el rostro que fuera, en el exterior, tiene.
         Lo mejor de la vida es saber dónde está esa mirada que define la mejor imagen nuestra sin necesidad de un espejo y si no se sabe, si no se encuentra, será que nos está aún esperando en algún lugar que nuestra necesidad llegará a descubrir.
Estoy segura.         

martes, 2 de abril de 2013

EXPERIMENTO CONTRA EL HAMBRE



No he visto nada más tierno y delicioso que este video sobre la solidaridad innata que nos acompaña en la infancia y que, como otras muchas actitudes y sentimientos que en ella son puros y transparentes, se van perdiendo cuando crecemos.
         Se trata de un experimento realizado con niños muy pequeños, muchachos que no se conocen, que a veces no hablan y si lo hacen, no se entienden por ser de países diferentes. Pero es que las palabras sobran ante la necesidad del otro y ni la raza, ni el lugar de nacimiento, ni la condición social, ni absolutamente nada importa a estos pequeños que sin pensarlo, reparten su comida solamente con la advertencia de la necesidad del otro.
         Merece la pena observar y hacerlo detenidamente. En esos momentos en los que uno es consciente de lo que hemos perdido al abandonar la infancia, es donde querríamos dar marcha atrás y empezar de nuevo. Tal vez para remediar la estupidez que nos va invadiendo poco a poco cuando nos vamos haciendo mayores; la tontería de marcar las diferencias, lo absurdo de atesorar materia solo para nosotros y sobre todo, lo indecente de sentir la carencia de los cercanos y ni siquiera querer mirarla.
         No somos compasivos, no somos solidarios, no somos cooperativos y sin estas cualidades no somos humanos o cada vez nos alejamos más de lo que la palabra humanidad tiene de bondadosa para convertirla en un esperpento de la realidad absurda en la que siempre nos creemos mejores y superiores al resto.
         No podéis dejar de verlo. Aquí dejo el enlace:

Espero que os resulte tan tierno, agradable y motivador como lo fue para mí. Pero sobre todo deseo que algo se nos mueva en el interior y comencemos a ser…un poco niños de nuevo. Solamente veo grandeza en ello.