Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 17 de septiembre de 2011

LA IMPORTANCIA DE LO PEQUEÑO

Muchas veces dejamos de lado lo pequeño, lo sencillo, lo breve; aquello que siendo cotidiano parece rutinario. Lo que está incluido en el marco de nuestra vida como lo que siempre fue y sigue siendo. Por estar ahí para nosotros, disponible en cualquier momento…parece que carece de valor. Pero constituye en realidad los pilares de nuestra felicidad, sin saberlo. Hemos de apreciar mucho más lo que significa cada detalle de nuestro alrededor. El rayo de sol tímido que cubre nuestro rostro en la cama cuando llega el día, esa planta que tenemos en casa que sigue su desarrollo con nuevos brotes, el silencio de la noche guardando el secreto de sus sombras, la sonrisa de quien convive con nosotros cuando cruza una mirada cómplice, cada alimento que saboreamos y nos deleita y un sin fin de pequeñas cosas que hacen nuestro día a las que no damos importancia nada más que cuando las perdemos. ¿Hay que perder para valorar?¿Hay que sufrir la ausencia para desear la presencia?¿Hay que sentir la soledad para ansiar la compañía?¿Hay que odiar para desear el amor?. El corazón nos dice que no es el camino. Se resiste a tener que derrochar vida para después querer retenerla.
Uno de los vínculos que más nos acercan a los demás dándonos infinita satisfacción, y que quedan en el ámbito de “lo pequeño” o “lo breve”, son los gestos, la sonrisa, la mirada cálida, la mano rozando el brazo de la otra persona y todo lo que le haga sentir que estamos cerca; que no hay mejor entendimiento que el de la mirada, ni mejor palabra que la que es entendida sin ella misma.
Expresamos muy poco nuestros sentimientos, los dejamos de lado todo el día, incluso nos empeñamos en ocultarlos por temor a que hagan un mal uso de ellos. Pero en este continuo ocultamiento, en este vaivén de fortalezas arropadas con la indiferencia, se escapa lo esencial. Se derrocha frialdad y se regatea afecto; se regalan desaires y se malgastan palabras malsonantes con demasiada ligereza. Estamos dispuestos con rapidez para la pelea, la bronca, el enfrentamiento dialéctico y la cornada traicionera con tal de quedar por encima. Todo vale. Todo se licita. Todo parece caer en lo permisible si esto nos hace ganar…Pero no nos damos cuenta que la mejor batalla ganada es la de la mesura, el equilibrio y la armonía interna. La que nos muestra abiertos y libres a los afectos propios y los ajenos. La que nos hace cada día más “humanos”, más sinceros, más seguros de que para estar bien con los demás debemos comenzar por izar la bandera blanca en nuestra propia casa.
Hagamos el intento de apreciar y de agradecer todo lo que tenemos, lo mucho…lo poco…la abundancia…la carencia…porque todo ello nos recuerda, una vez más, la grandeza de vivir.

viernes, 16 de septiembre de 2011

EL PENSAMIENTO MÁGICO

Una de las causas más frecuentes de nuestros sufrimientos es el pensamiento mágico. Hemos instalado en nuestra mente modelos determinados de las cosas y las personas. De los valores, de las ofensas, de lo que está bien y lo que está mal; y de este modo hemos ido construyendo un edificio con departamentos amueblados sobre el que iremos comparando todo lo que llegue a nuestra vida. Nos hacemos una idea precisa de cómo tiene que ser el hombre de nuestros sueños y todo el que llegue tendrá, necesariamente que pasar por este referente modélico con el que vamos a compararlo. Nos sucede con nuestros hijos, con los amigos, con las situaciones y los comportamientos. Aquello que no se ajusta a lo que considero bello, bueno y perfecto…comienzo a rechazarlo encontrando mil razones para desecharlo, criticarlo o simplemente intentar cambiarlo.
Pilar Sordo, la psicóloga chilena que ha ideado este concepto hace una excelente referencia al sufrimiento que se deriva de estas fatídicas comparaciones en las que la realidad, siempre sale perdiendo. No aceptamos lo que llega, ni lo que tenemos. Siempre estamos inmersos en un continuo baile mental en donde pretendemos acoplar lo que hay en nuestra vida con la idea que de ella nos hicimos al iniciar nuestra edad adulta. De este desajuste surge una inagotable fuente de conflictos con uno mismo que muy pronto comienzan a sufrir los demás. No es el príncipe azul el que tienes al lado, ni lo debe ser, porque es él mismo y así hay que aceptarlo. No es la hija modélica la que convive en la casa, sino la adolescente quinceañera que tiene ideas propias y una personalidad única e intransferible. ..y así podríamos seguir enumerando todo aquello que instalamos en nuestro pensamiento mágico y que se aleja tanto de la realidad.
La reacción más frecuente que adoptamos al darnos cuenta de que lo que tenemos al lado no es lo que nos gustaría, es desear cambiarlo. ¡Ah! Qué grave error!. ¿Cambiar a la persona para que se adecue a nuestro modelo?¿Modificar su pensamiento, su forma de ser y sentir por perfilarla a nuestro gusto?...Esto ni es posible, ni sería conveniente nunca. No podemos ni debemos pretender cambiar a nadie. Hay que aceptar lo que tenemos o dejarlo ir. Pero nunca cometamos la gravísima equivocación de pretender modificar a nadie y menos aún creer que lo conseguiremos. Somos como vamos construyendo nuestros pensamientos, viviendo nuestras experiencias y aprendiendo de todo lo que nos rodea. Cada uno nace libre, único y maravillosamente diferente. Si no podemos gozar de esa multiplicidad de aspectos que constituyen a la otra persona, si nos molestan alguno de ellos tanto como para no aceptarlos, si de verdad nos incomodan como para pelear continuamente por su cambio…ha llegado el momento de alejarnos, de dejar ir y de comenzar a aprender que nadie es igual a nadie, que en ello consiste la riqueza de las relaciones y sobre todo, que nadie cambia para dar gusto a otro. Por suerte.

jueves, 15 de septiembre de 2011

NINGÚN TIEMPO ES PERDIDO

Ningún tiempo es perdido. La sensación de haber perdido el tiempo, en algún momento de nuestra vida, nos asalta irremediablemente de vez en cuando. Creemos que perdimos el tiempo con aquella relación que no funcionó, con el proyecto que fracasó, con el objetivo no cumplido, con la conducta no deseada de nuestros hijos…en definitiva con todas decisiones erróneas que hemos tomado y seguiremos tomando. Pero en realidad, el tiempo nunca se pierde. Los fracasos son oportunidades intensas para aprender lo que no funciona, lo que no encaja en nuestra vida, los procedimientos que debemos abandonar, el pensamiento que tenemos que desechar, los valores que debemos reponer y un sin fin de nuevos modos de ser y sentir que seguramente se instalarán en nuestra conciencia después de habernos equivocado.
Todo vale. Todo sirve en esta carrera de fondo que es el aprendizaje. Incluso me atrevería a decir que los malos ejemplos son también valiosos…aunque sea para saber lo que no debemos hacer.
La percepción del tiempo es una ilusión que el ser humano ha creado a su medida. Necesitamos controlar, parcializar, distribuir, segmentar, hacer porciones digeribles de conciencia. Precisamos encajar nuestras acciones en una porción subdividida de minutos, horas, días, meses y años que nos marquen la progresión de la vida. Todo lo que sucede lo percibimos linealmente. Como si se tratase de un ferrocarril que la atravesase y nosotros estuviésemos montados ahora en uno de sus vagones. Creemos que la vida avanza, va hacia delante, progresa y prospera indefinidamente. Sin embargo, tengo la impresión de estar viviendo en la misma dimensión que todos los que me precedieron. Caminando por el mismo espacio de quienes protagonizaron la historia que me precede, bebiendo de las mismas fuentes intuitivas, desgranando los mismos pensamientos que ayudan a vivir. Posiblemente, el tiempo sea, sí, una ilusión que necesita crear nuestro desaforado deseo de avanzar en una línea progresiva de continuada e ilimitada extensión. Por eso creemos perderlo si no obtenemos los resultados que esperábamos.
El tiempo está congelado en nuestra alma y sólo su calor verdadero, es decir, las acciones, pensamientos y emociones que nos llevan a conectar con nuestro diseño original, puede derretir su implacable presencia.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

EL SENTIDO DE LAS CRÍTICAS

Criticar es sencillo. No cuesta ningún trabajo y si algo produce es una especie de adrenalina insana que se traduce en momento placentero para quien lo hace porque de algún modo siente que en ese momento domina, controla y dirige la fama de los demás y con ella, su credibilidad.
La sociedad completa está inmensa en un absoluto desatino de críticas. La política se mueve y casi resuelve en los comentarios peyorativos de unos contra otros, la vida amorosa de los famosos se desarrolla y promueve la crítica por doquier, nuestros vecinos también la ejercen incluso nuestra propia familia se envenena con ella. ¿Cómo actuamos nosotros?.
La crítica nunca es gratuita y siempre tiene consecuencias. Escupir veneno y lanzarlo contra otro ser humano es siempre perjudicial. Por otra parte, la crítica nunca tiene mayor fundamento que el de constituir una opinión personal que nada tiene que ver con la realidad, que siempre será subjetiva y sobre todo, absolutamente parcial. No debemos criticar pero tampoco molestarnos con que nos critiquen. Hay que entender esta red de hilos con los que la sociedad parece entretenerse mientras los teje. No es nuestra realidad, nada tenemos que ver con la persona que quieren dibujar a nuestra costa los que se encargan de entretener los oídos de otros. Si logramos que las críticas no penetren en nuestra conciencia actuando siempre de acuerdo con nuestro corazón sobre lo que es mejor para nosotros sin dañar a los demás, el resto sobra.
Tampoco critiquemos. Bastante tenemos cada uno ya con nuestra propia vida y sus dificultades. Transformemos esa energía y redirijamos su potencial hacia la mejora continua de nosotros mismos. Vivamos ajenos a los decires del resto. No hay mejor conducta que la que evita criticar a otros pero también desvía las críticas que le llegan no entrando en el circo que este mundo parece haber montado para desprestigiarse entre sí.
Construyamos. Para destruir, ya hay demasiados.

martes, 13 de septiembre de 2011

QUÉDATE CON LO ESENCIAL...

Hoy he tenido oportunidad de reflexionar sobre las amistades que terminan. En ellas sucede algo semejante a los amores que acaban. Nos dejan una huella imborrable que siempre está preparada para abrirse de nuevo, aunque parezca que está curada. Hemos querido, hemos amado, hemos compartido, nos hemos ilusionado, soñado y encantado con las mismas ilusiones. Hemos reído, a veces llorado, temido y empeñado en los mismos retos. Nos hemos ayudado, hemos discutido y perdonado. Hemos en definitiva, hecho juntos un trozo de nuestra vida…y cuando todo termina…duele. Muchas veces vemos que el tiempo se agota para los dos. Que lo que fue ya no es más. Que la sinceridad que unía los corazones de ambas personas, comienza a naufragar en las disculpas no pedidas, en las ausencias indebidas, en la dependencia excesiva, en el nacimiento de un espacio donde el otro empieza a sobrar. Sin embargo, aunque seamos capaces de sentir que la cuenta atrás ha comenzado, no queremos abandonar nuestro puesto al lado de la persona que hasta ese momento ha significado tanto.  Se trata, en cierto modo, de la testarudez del inversor. Hemos invertido tantos sentimientos y emociones en el otro/a que perderlas de golpe significa fracasar inmensamente. Perder el tesoro íntimo que les dimos y lo peor, temer que hagan un mal uso de él.
Sin embargo, cuando el peso del desamor de la otra persona cae sobre nosotros, cuando su indiferencia significa su definitiva ausencia en nuestra vida, es el momento justo para pararnos e imaginarlo/a delante. Hablarle con el corazón abierto, pedir perdón por el dolor que tal vez nosotros también causamos, quedarnos con lo fundamental que vivimos a través de esa persona y en ella…y dejarla ir.
         Hoy, amiga/o  que fuiste, te dejo ir de mi vida deseando lo mejor para la tuya…por lo que te quise, por lo que sentí cuando reíamos y jugábamos a soñar juntas, por las emociones que recreamos día a día, por la verdad de aquellos momentos y lo que tu presencia me enseñó de mi misma. No cabe el rencor. No te he ofendido en nada. Tampoco tú me has hecho daño. Tuvimos nuestro tiempo que duró lo que debió durar. Nos encontramos para aprender. Nos separamos para seguir haciéndolo. Gracias por haber coincidido conmigo en una parte de mi existencia.

lunes, 12 de septiembre de 2011

DAR LO MEJOR DE UNO MISMO


En muchas ocasiones queremos ofrecer un regalo especial a quienes amamos, debemos algo o simplemente simpatizamos con ellos. La búsqueda es desesperante cuando queremos acertar para que a partir del presente que entregamos, nos consideren agradecidos y nos estimen por nuestro esfuerzo en conseguir lo que a la otra persona va a hacerle feliz.  Tratamos de focalizar nuestros deseos de entregar el cariño, el afecto o la consideración por el otro en algo material, pensando que es valioso por sí mismo y que ejercerá de interlocutor de nuestros afectos mejor que ningún otro vehículo. Lo peor es cuando esta puntual práctica se hace continua para los que conviven con nosotros esperando que los regalos sustituyan las ausencias, los desencuentros, la falta de atención o los malos modos, gestos o formas que en el día a día protagonizamos por doquier.
Un regalo nunca puede suplir la presencia, ni llenar las horas vacías que dejas tras de ti cuando pudiendo estar eliges otra compañía, otro escenario u otro empeño. El mejor regalo está dentro de nosotros. Somos nosotros. Pero sin vestiduras que nos desfiguren, sin adornos que nos transformen, sin ropajes que nos cambien. Lo mejor que podemos dar debemos darlo siempre y en todo momento, comenzando por la sonrisa. Una mirada abierta y una sonrisa cercana se transforman en el mejor de los puentes para conectar con las personas de nuestro entorno. Si a eso añadimos sinceridad, buenas intenciones y una chispa de afecto incondicional el cóctel estará servido para que la comunicación discurra con fluidez y eficacia.
No hacen falta regalos que tengan etiquetas con  un precio tachado. Hace falta que cada uno demos lo mejor de uno mismo en cualquier oportunidad. El resto llegará para poner un lazo al inmenso  obsequio que entregaremos cuando tendamos la mano sujetando nuestro corazón.

domingo, 11 de septiembre de 2011

LO QUE ME INTERESA

A veces,  lo que no vemos es lo más valioso. No siempre está a la vista lo más preciado, lo que nos hace grandes de corazón, lo que de verdad interesa en una persona. Demasiadas veces nos quedamos en la anécdota de su físico, de su forma de vestir o de los rasgos económicos que le sirven de carta de presentación. Valoramos el coche, las marcas que lucen en su ropa, las joyas que adornan su cuerpo o el glamour con el que parecen vivir algunos. Muchas veces envidiamos el status que rodea a determinada gente e incluso nos gustaría ser parte de ese halo de relaciones incondicionales que parecen disfrutar los que más tienen. Sin embargo, todo ello es pura pantalla. Espectáculo preparado para el auditorio, ilusión óptica que enmascara realidades descarnadas y situaciones tremendas que se dan bajo la capa del maquillaje y brillo que les dibuja.
Lo que no se ve es lo que importa para todos. Las soledades calladas que se instalan en horas amargas, el dolor del desamor, la quemazón de la amistad interesada, las traiciones, los engaños y ese mundillo frágil de la apariencia con el que los que viven en permanente escena para los demás, sufren. Pocas cosas son dignas de envidiar en otras personas. Y si algo me parece que es, al menos, deseable cuando sabemos que otros lo gozan, lo viven y lo producen, es el AMOR.

¿Qué nos importa de una persona cuando entra en nuestra vida?¿son sus ropas?¿son sus autos?¿acaso es la profesión que ejerce?¿es la casa donde vive?...qué estúpidos seríamos si respondiésemos con alguna de estas preguntas. Porque todo eso...no es en nada la persona. La persona está dentro de un nombre con apellido, está en su capacidad de ayuda, en su tolerancia, en su comprensión, en la respuesta amorosa, en la bondad de su alma. El resto son solamente cosas ajenas al ser humano y que nada tienen que ver con él. ¿Por qué entonces no vemos más allá?
A mi no me interesan las grandezas materiales de los que viven cerca de mi o los que se relacionan conmigo de uno u otro modo. No me interesa el cartel de la profesión que ejerzan. No me interesa si es guapo no feo, si es bajo alto, ni tampoco si bebe esta u otra marca especial de vino o licor. Me interesa su mirada limpia, su  grandeza de corazón, su transparencia espiritual, su amor incondicional y ese apoyo fraternal que sin decir nada, podemos sentir en el corazón.