Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 27 de julio de 2013

LAS MISERIAS DE CADA UNO



Ayer, mientras bajaba los últimos tramos del portal de mi casa, me encontré a un vecino que hacía tiempo que no veía. Le vi cabizbajo, con la mirada perdida y triste y un aire de resignación que me recordó lo que se, de su historia.
Es un hombre que ha sido hijo único. Sus padres tenían un negocio floreciente y él optó por una carrera de contenido bohemio y poco práctico. La muerte de sus padres, un matrimonio a destiempo y un hijo inesperado fueron conformando el marco de su vida. Hoy, con el negocio perdido, un divorcio complicado y la ausencia de su hijo, deambula semiinconsciente por la vida.
La historia de Chema es una más de entre todas las que arrastran desgracias y sin sabores de aquellos que nos cruzamos todos los días. Me di cuenta, en el momento de saludarnos deprisa y sin pararnos, de lo mal que lo pasan también los que viven alrededor nuestro, en la casa de al lado, en la puerta de enfrente, sin que sepamos o podamos o queramos hacer nada.
Todos arrastramos nuestras miserias como una pesada cadena, presos a las desgracias que nos asolan.  Me preocupa la falta de compasión que sentimos al verlas en otros, la inexistente solidaridad humana para con el sufrimiento ajeno, la posible incapacidad para intervenir o la nula disposición del que sufre para aceptar la llamada a su puerta de otra persona que quiera ofrecer ayuda.
¿Podemos ayudar en realidad? ¿Es posible acercarse al que sufre?¿Estamos demasiado acostumbrados a pelear solos ante lo que nos duele?¿Nos han traicionado tanto que no somos ya capaces de confiar de nuevo en quién llama a nuestro corazón?.
Las miserias de todos se repiten en cada uno. Las lágrimas que lloran hoy tus ojos, mañana estarán en los míos. El dolor de tu alma hoy, fue el que partió mi corazón ayer.
Me gustaría acudir corriendo allí donde siento que alguien sufre. Me encantaría ser paño de lágrimas, recoger el alma cansada y darle cobijo, ser la mano que se ciñe a otra para darle el impulso, poder regalar miradas de complicidad y sonrisas de contento para sosegar la amargura de otros. Esa sería mi ONG diaria.
Estoy segura que esa misión sería a mí a quién redimiría primero y el beneficio mayor sería la satisfacción de construir la esperanza junto a los demás.

jueves, 25 de julio de 2013

¿PESAN LOS AÑOS EN EL CORAZÓN?



         La vida pasa muy deprisa, incluso cuando pasa mal. En poco tiempo nos encontramos con el recuerdo de ser unos niños jugando ilusionados con cualquier cosa, a la imagen de ser unos jóvenes que querían triunfar en el mundo, a la realidad de encontrarnos con que los días se suceden unos a otros haciéndonos mayores.
         A veces me pregunto si los años nos depositan en la línea exacta entre la juventud y la edad adulta, o entre ser maduro y anciano. Si realmente hay un momento en el que la vida empieza a pesar y los recuerdos son más constantes que los proyectos de futuro.
         No hay tiempo concreto, ni edad, ni barrera que pasar de forma definida. No hay un estatuto que marque la línea divisoria, no hay un código que establezca el límite. De hecho hay personas que nacen con la vejez en el corazón y otras que siendo ancianas mantienen toda la frescura de la juventud, en él.
         Me pregunto que marca la diferencia. Siempre he querido saber por qué la edad no es determinante de nada. Y una y otra vez caigo en el mismo pensamiento. Lo que da la medida es la ilusión por saber, por experimentar, por seguir un minuto más, un día más… la esperanza de creer que aún quedan horas para nosotros por vivir, sucesos que gozar y personas a las que amar. Esa es la verdadera juventud aderezada, eso sí, con una dosis importante de buen humor, de tolerancia, compasión y entusiasmo por la vida.
         Habrá ocasiones en las que no sepamos de dónde sacar estos ingredientes. Lástima que no puedan comprarse en un supermercado, ni puedan cederse o traspasarse de unos a otros. Lo único que nos puede suceder es encontrarlos como regalo alguna vez, pero hay que estar atentos y no dejar pasar la ocasión de desenredar el lazo y ver lo que hay dentro cuando alguien nos lo entrega.
Si nos ofrecen este paquete lleno de entusiasmo hay que recogerlo sin demora y agradecer infinitamente que llegue hasta nosotros porque ese es el secreto de la eterna juventud. El único que iluminará nuestro rostro para siempre, el que cederá a nuestra sonrisa el brillo inmenso de permanecer siempre jóvenes en la historia milenaria de nuestra alma.

martes, 23 de julio de 2013

EQUILIBRIO EN EL CAOS



         Cuando todo parece ir mal, retomo un pensamiento de fondo que subyace en mi mente…siempre hay un equilibrio aún en el caos. Nada pasa porque sí, todos son ciclos, momentos buenos y vivencias peores que tanto unos como las otras, pasan.
         La vida tiene un sentido que nos supera. Creemos ser el centro del mundo y solo lo somos del nuestro. Todo parece ir bien si nos sentimos felices, pero realmente nada cambia por nuestra percepción interna en realidad y lo que hay afuera siempre se mueve en un orden concreto que tiende a la unidad y a la armonía.
         Cuando me siento mal, algo se ha desequilibrado en mí. Posiblemente mi sentido del entusiasmo, la llegada de dolores viejos que creí olvidados, la llamada a mi puerta de otros nuevos que nunca esperé, la pérdida de ilusión, el desengaño de mi misma o el mordisco que me da la realidad cuando no queriendo verla se me impone.
         Quiero aferrarme a la idea de que por debajo de lo que siento, de lo que sufro, de lo que va mal a mí alrededor y en mi vida, me espera ese equilibrio perdido al que también yo, como parte del cosmos, tiendo sin cesar.
         La vida no es como nos la cuentan, ni como esperamos, ni siquiera como la vivimos. Si así fuese, no tendríamos sensaciones encontradas en una misma situación. Todo cambia, todo evoluciona, todo se transforma y para eso, muchas veces, no estamos preparados. Nos gustaría que cuando vivimos una experiencia de esas que tocan el corazón siempre fuese así, que se quedase por siempre atrapada en su halo de belleza y bondades, que nos siguiese cobijando con las seguridades de pertenecernos hasta el fondo de nuestra alma y que por nada se rompiese el encanto de poseerla como nuestra.
         Me cuestan los cambios y sé que la vida misma es cambio es estado puro. Tengo que hacer un enorme esfuerzo por sentarme en la cúspide de mi corazón y serenarme mi voluntad, mis anhelos y mis esperanzas para que acepten lo que he de venir.
A veces una muerte anunciada duele más que una súbita porque hay más tiempo para ir muriendo antes de morir verdaderamente y ese tiempo que se espera lo irremediable, se muere doblemente.
Quiero sentir que hay equilibrio en el caos. Cerrar los ojos e imaginarme envuelta por una cálida llama violeta capaz de llevar paz a cada poro de mi piel.
Así intentaré dormir esta noche. Mañana será mejor día, seguramente.

lunes, 22 de julio de 2013

LAS VÍCTIMAS PSICOLÓGICAS




"Las personas que se comportan como víctimas habituales adoptan un papel o un rol que parece un montaje de actuación dirigido a un fin: mostrarse desvalidas, atropelladas por otros, abandonadas a su cruel destino. A cambio esperan recibir atenciones, compasión y solidaridad en los juicios que han establecido contra aquellos a quienes acusan. Ellas deben ganar en este juego y otros deben perder y ser culpados.

"Estas víctimas sicológicas tuercen la realidad hacia un extremo de la vida donde tienden a apropiarse de las situaciones experimentadas parcialmente en sus relaciones o adaptadas a su propósito de indefensión aumentándolas exageradamente o interpretándolas como dirigidas contra ellas por otros.

"Es fenómeno común en la convivencia humana que cometamos equivocaciones o que afectemos negativamente a otros en nuestras interrelaciones –por nuestra ignorancia, nuestras limitaciones y quizá por nuestro egoísmo inconsciente o nuestra irreflexividad frente a los requerimientos del momento o a las expectativas de quienes están cerca de nosotros-. Todos cometemos errores, algunos imperceptibles y otros enormes; a veces aprendemos las lecciones de inmediato y en otras ocasiones tardíamente, lo que nos confronta con opciones de cambio y nos permite enriquecer las existencias de otros una vez los trascendemos.

"He descubierto como una constante en mi trabajo con mis pacientes en su entorno, que la mayoría de los comportamientos o acciones que ellos perciben como dirigidos a causarles daño no tenían ese propósito de parte de quien acusan como victimario o como culpable.

"He logrado dialogar con las dos partes involucradas y he encontrado que sus actos correspondieron a manifestaciones inevitables establecidas por las condiciones de sus personalidades y por las condiciones del momento –el ser humano y sus circunstancias temporales.

"Llueve y escampa en el tiempo propicio. La vida pocas veces se acomoda estrictamente a nuestros ideales, esperanzas o exigencias respecto las acciones y comportamientos de otros -si acaso, solo nos aproximamos a las expectativas imaginadas.

"Atribuir a otros culpas por lo que nos pasa en nuestras relaciones afectivas o repetir que somos víctimas de un azar desventurado parece un poco arbitrario y selectivo.
Somos parte de esa interacción que posibilita la asignación de roles distintos –víctima y victimario-, según las interpretaciones eventuales: quien afecta y quien es afectado, quien es el sujeto activo y quien el sujeto pasivo.

"Probablemente las personas que las víctimas identifican y rotulan como victimarios tienen también extraordinarias cualidades y logros positivos, no solo respecto a ellas sino también como atributos consistentes en su historia; quizá esos seres humanos estigmatizados como victimarios se hayan sentido también víctimas de otros en sus vidas.

"Las víctimas prefieren enfocarse en los rasgos negativos o en los defectos de sus relacionados, o destacan cómo fueron lastimadas y heridas para conformar ante sus allegados un imagen propia de martirizadas y ultrajadas mientras cargan a los inculpados la imagen de insensibles e injustos.

"Lo incómodo de este drama es que va adquiriendo dimensiones desproporcionadas.  Las personas que lo ejecutan escogen el lado oscuro de su emotividad y de su personalidad –y también de la de otros-, y se refugian en un sentimentalismo tendencioso y exagerado. Parecen decir a quienes las desaíran "ya que no haces lo que exijo de ti, me vengaré haciéndote quedar mal con todo el que quiera oírme". Ese supuesto sentimentalismo que expresan no es más que sensibilería o sentimentalismo retorcido, una distorsión de los eventos atravesados para utilizarlos a su amaño y sin contemplar los perjuicios que causan, algo tan desatinado como que alguien tire una colilla de cigarrillo prendida en un depósito de algodón, y que para colmo se quede allí esperando a ver que pasará.

"Todos podemos ocasionalmente sentirnos víctimas de algo o de alguien, como un hecho aislado, no acumulativo, lo que siempre es una reacción normal en que nos desbordamos emocionalmente. Todos lo hemos experimentado en nuestras relaciones afectivas interrumpidas Lo normal es que superemos esa dolorosa percepción y que sigamos viendo la bondad de la existencia.

"Las personas que se enrolan como víctimas suelen ser rápidas y poco prudentes en sus juicios contra otros a quienes rechazan. Por lo común, no corrigen sus desaciertos ni reparan las injusticias que cometen con sus comentarios desmedidos; no parecen conscientes del poder esclavizante de sus palabras –ninguna expresión verbal deja de tener consecuencias-, por lo que no fluyen con el movimiento dinámico, creativo y acogedor de sus sentimientos y quedan en deuda.

"Algunas personas pueden representar un "montón de imperfecciones y fallas" –así suelen describirlas quienes se proclaman como sus víctimas-, y la relación con ellas puede ser altamente caótica y violenta para quienes las estigmatizan o definen con esos adjetivos, lo que hace imposible que las partes involucradas interactúen en armonía.

Si efectivamente predomina la expresión negativa, destructiva, opresora, ejercida por uno de los implicados y no por el otro –lo que nos lleva a considerarlo como antisocial-, las relaciones deben ser modificadas y las personas atropelladas pueden pedir intervención legal para resolver las situaciones con cambios, no evadiéndolas al refugiarse en sus lamentos y en las intrigas que buscan la compasión y la complicidad encubridora de quienes les rodean.

"Si no logran estos cambios, la relación se tornará cada vez más tormentosa y deberá ser disuelta.

"Las víctimas habitualmente rompen sus relaciones afectivas sin establecer las modificaciones necesarias y sin comprender que sus propias acciones fueron también conformadoras del conflicto y de la crisis: ellas  hacen un juicio oportunista que las exime de responsabilidad y las hace aparecer como inocentes a los ojos de quienes han atendido ingenuamente sus relatos y sus quejas.

"Si inician nuevas relaciones, sus rasgos seguirán presentes y volverán a armar la misma trama; se involucrarán en un drama igualmente desolador, y muy fructífero para producir confusión –es algo así como que se convierten en un imán que atrae tanto dificultades como personalidades inmaduras con las que fácilmente recrean sus tragedias.

"Cómo identificar a las víctimas:

"De una manera constante, no son felices. Algo delata la acongojada posición que han elegido.

"Son adictas a las quejas. Son disociadoras y llevan su malestar a los ambientes en que se desenvuelven. Algunas personas se refieren a ellas como "chismosos o chismosas" o "mártires" una vez que identifican sus modelos de manipulación y evasión.

"Han escogido algunos personajes allegados como representativos y se ensañan contra ellos. Les achacan fracasos de sus historias, y a veces las más destacadas o absurdas contrariedades para encubrir el contenido real de sus frustraciones. Una de mis pacientes le atribuía su pre-eclampsia y su cesárea muy  temprana a la forma de ser de su marido –como médico he dialogado con mujeres con el mismo diagnóstico clínico que recibían de sus cónyuges un trato excelente y demostraciones amorosas privilegiadas, lo que no impidió una evolución clínica bastante agobiante de su embarazo-; otra paciente aseguraba que gracias a su esposo desconocía lo que era un orgasmo en sus casi veinte años de matrimonio; un hombre de la tercera edad se lamentaba de que por haberse casado con su monótona esposa actual había perdido el rastro de la mujer de sus sueños. Otros seres humanos, hombres o mujeres, acusan  o culpan a sus cónyuges de haberlos obligado -por abandono o insatisfacción- a programar astuta y ocultamente encuentros "románticos" que culminaron en actos de sexo consentidos y decepcionantes, y aseguran que con estos buscaban "definirse a sí mismos /o a sí mismas", con la evasión complaciente a través de la infidelidad o el adulterio (la mayoría sólo se echaron encima una carga más al no lograr, en los espejismos de la pasión, que su  confidente del momento les correspondiera o les ofreciera un compromiso de relación especial -los amantes o las amante que escogieron solo buscaban aventuras y placer, pues no querían  relaciones duraderas y sólidas con personas casadas -habitualmente son temidas por el riesgo de las reacciones violentas de sus consortes-). Cuando las parejas envejecen, acusan a sus cónyuges por la extinción de su virilidad, o de su feminidad, o por su desinterés sexual (para defender su retiro forzado, el acusado o la acusada argumentan que la contraparte  "seca un papayo a cantaleta" y que eso ha apagado su sensualidad)…

"Las víctimas agregan todos los días nuevos aportes a su retrato de una vida llena de pesares y amarguras, que parecen exhibir como su más preciado trofeo. Por contraste, pueden tener actividades que les permiten revestirse de algún aliciente o motivación compensadora, pero tan extremado en notoriedad positiva como el sacrificio amargo que ellas protagonizan ante el mundo: alcanzan éxito en sus profesiones y actividades mientras fingen una derrota tortuosa en sus nexos particulares.

"También el lenguaje las delata

"Las victimas utilizan un lenguaje demoledor contra sus imaginarios o probados torturadores: él/ella siempre…; él/ella nunca; se lo he reclamado cincuenta mil veces (y fue solo una decena); hace años que le vengo diciendo lo mismo ( y lo que aluden es reciente); yo contigo/con él/con ella no cuento para nada (y le han ocupado una buena parte de su vida); yo para ti soy un cero a la izquierda; en mi casa nadie me tiene en cuenta; esta casa se está cayendo del desorden ( o de la suciedad, o del mal olor, o de…); tú nunca me has querido (y los álbumes familiares muestran con abundancia de detalles los momentos compartidos con sincera satisfacción –al menos sus rostros lo recuerdan en las fotografías-); sólo me buscas el lado cuando quieres… (sexo, o comida, o dinero, o…); te he soportado toda la vida… (posiblemente quieren decir desde que se encontraron por primera vez, ¡qué sufrimiento!); a ti sólo te interesa… (cualquier cosa en particular y no todo lo que la otra persona realiza); el/ella no hace nada o no sirve para nada (comentarios fatales que retratan muy pobremente a quienes los lanzan)…

"Y necesariamente las víctimas deben recurrir a médicos o a diversos terapeutas para pedir asistencia. Sus consultores preferidos son aquellos que les refuerzan sus condiciones de maltratadas, les advierten que están bajo un gran  estrés, les diagnostican trastornos depresivos (mayores, o menores, o no especificados) y les prescriben tratamientos o píldoras "mágicas" para mantenerlas en actividad, todas dirigidas al cuerpo que presumen que se enfermó solo, sin exigirles cambios en sus conductas y comportamientos –muchas veces estos profesionales ignoran sistemáticamente  el modo de vida de sus pacientes y los rasgos de sus personalidades (en ocasiones parecen no creer  que las relaciones hayan llegado a un grado de deterioro enfermizo que el paciente no logra superar debido a sus propias rutinas devastadoras y a su insistencia en sentirse infeliz).

"Los cambios son necesarios cuando la depresión nos acosa, lo que vemos en nuestros trastornos de apetito y de sueño, en la fatiga reiterada, en los altibajos de nuestro ánimo, en lo cargados que nos sentimos. A veces asoman la tristeza, el temor y la incertidumbre a nuestros rostros y decimos que no sabemos porque estamos decaídos. Observando nuestras relaciones y comportamientos podemos descubrir las causas. Provienen de nosotros mismos, de cómo asimilamos la interacción con los demás, y también de los patrones familiares recreadores de infelicidad que no hemos superado.

Como víctimas, agotamos la energía de la vida en los conflictos, en la distorsión de nuestras relaciones, en la evasión. Y esa energía desperdiciada nos hace falta para afirmar nuestro equilibrio, nuestra satisfacción, nuestro bienestar.

"Algo que persiste debe ser removido para que decidamos perdonar las culpas que impusimos contra otros porque no pudieron actuar con sabiduría y generosidad en algunos momentos infortunados de su pasado. Libres de todas esas cadenas por voluntad propia, la naturaleza y los seres vivos nos recompensan  una vez más con su exuberancia, su espontánea sensualidad y la alegría de su prodigioso, incontenible y sabio movimiento."

Hugo Betancur, médico y psicoterapeuta