Acabo de leer una frase en un grafiti que me ha hecho reflexionar: “… Lleva mucho tiempo llegar a ser joven” .-Pablo Picasso.
Efectivamente volver a ser joven requiere dedicación plena una vez alcanzada la madurez. Hay una vuelta, una necesaria involución que debe permitir rescatar de la juventud lo mejor de ella.
El divino tesoro que supone estar en la plenitud de la juventud aporta frescura y emoción a la vida, pero sobre todo curiosidad inmensa por el mundo que nos rodea y las emociones que lo conforman. Este maravilloso cóctel se resume en una sola palabra: ilusión.
Cuando la edad avanza todo parece pesar más. Los desengaños, las tristezas, los rencores y todo el aprendizaje doloroso que hacemos con la experiencia, van dejando huellas imborrables que hay que restaurar con sumo cuidado para no vivir muriendo a cada instante.
Llegar a la madurez e incluso pasar de ella imprime carácter, pero no siempre bondadoso. Uno va perdiendo la fe en los demás, en lo venidero, en la propia estima. Vamos acortando el camino de los sueños hasta que son solamente un recuerdo que ni siquiera queremos volver a tener.
Las arrugas dibujan el mapa del alma con demasiados surcos. Y las canas tiñen de blanco las intenciones para dejarlas en meras propuestas no resueltas. Todo se torna gris. Por eso se hace urgente rescatar la cordura de la loca juventud y corregir el plano inclinado por el que decae nuestra vida. Pero esto lleva tiempo. El suficiente como para entender que la noche llega demasiado pronto, que las horas de nuestros días vuelan demasiado rápido y que sobre todo, cada instante que pasa no se recupera.
Llegamos a comprender que lo urgente es oxigenar el alma y que para eso nada mejor que abrir la ventana que cerramos al ir haciéndonos mayores.
Solo el entusiasmo y la ilusión por vivir felizmente cada minuto, puede llenar nuestros días con la frescura, siempre renovada, de ser eternamente jóvenes.