No hay mayor poder que el valor que uno mismo conceda a las cosas que posee
o a sí mismo. Dejar en manos de otros esa valoración es exponernos a la
devaluación y al menos precio del resto, en muchas ocasiones.
Los demás, reaccionan ante lo que presentamos y frente a cómo nos consideramos
nosotros mismos. Proyectamos una imagen, la afianzamos con la desconfianza y la
baja autoestima, pretendiendo que los demás la remedien y lo que frecuentemente
conseguimos es el efecto contrario. Nos lanzan muchos más abajo del escalón
desde el que nos instalamos en el mundo.
Hay que comenzar por darnos valor, más tarde ese valor engendrará un poder
inmenso y una confianza infinita en nosotros mismos y a partir de ahí, los
demás solamente tendrán que rendirse ante la evidencia.
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Maestro...¿Cómo
puedo mejorar? ¿Qué puedo hacer para que me valoren más?
El maestro, sin mirarlo, le dijo:
-Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mi propio problema.
Quizás después... -y haciendo una pausa agregó- Si
quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y
después tal vez te pueda ayudar.
- E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era
desvalorizado y sus necesidades postergadas.
- Bien -asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el meñique de la
mano izquierda y se lo dio diciendo: Ve al mercado. Debo vender
este anillo porque tengo que pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él
la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de
oro.
El
joven empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes.
Estos lo miraban con algún interés, hasta que el joven decía lo que pretendía
por el anillo.
Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban
vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse
la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla
a cambio de un anillo. Después de ofrecer su joya a más de cien personas- y abatido
por su fracaso, montó su caballo y
regresó.
-Maestro -dijo-, lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste.
Quizás pudiera conseguir dos o tres monedas de plata, pero no creo que yo pueda
engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo.
- Qué importante lo que dices, joven amigo -contestó sonriente el maestro-.
Debemos saber primero el verdadero valor del anillo.
Ve
al joyero y pregúntale cuánto te da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no
se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo.
El joven volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y
luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que
58 monedas de oro por su anillo.
- 58 monedas??! -exclamó el joven.
- Sí -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca
de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente...
El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este
anillo: una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede evaluarte
verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que
cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su
mano izquierda.