Todos
somos de todo. Pasamos por situaciones que ni siquiera podríamos haber soñado.
Buenas y malas. Dónde hacemos de salvadores o de ejecutores.
Lo
cierto es que la vida te pone en circunstancias en las que nunca pensaste
encontrarte y de las cuales pudiste opinar cuando otros eran protagonistas.
Solamente
sabemos de nosotros hasta el día de hoy. Creemos que nos conocemos, alardeamos
de ser aquello u lo otro; de estar en lo más alto de la moral y en lo supremo
de la dignidad y nos sentimos enormes cuando condenamos conductas ajenas en las
pensamos que nunca caeremos.
Dejemos
la vida pasar. Démosla tiempo. Permitamos que nos ponga a prueba y después
observémonos despacio.
Lo
importante de vivir es tener experiencias porque son ellas las que nos permiten
conocer la medida de nuestra voluntad, nuestra conciencia, nuestra resistencia,
nuestra fragilidad o nuestro tesón.
Parece
que se nos da muy bien juzgar. Rápidamente sentenciamos y condenamos. Nos falta
tiempo para unirnos a las críticas. Lo sabemos todo, entendemos de todo y nos
pronunciamos en todo.
Hemos
aprendido que tenemos “derechos” y eso nos insufla una fuerza inmediata con la
que arrasamos cuando el fuego arde en otro lado.
Lo
mejor es no juzgar. Evitar meterte donde nadie te llama e intentar dejar de
arreglar vidas ajenas.
Bastante
tenemos con nuestros propios dolores, nuestros fantasmas y nuestros miedos.
Bastante con lo que nos ha pasado o con lo que nos ha dejado de pasar. Suficiente
con lo no conseguido, con los anhelos perdidos, con los sueños que han
escapado, con las promesas incumplidas o las ilusiones robadas.
¿Acaso
queremos añadir a esta lista la de otros?¿O tal vez nos sirve para creer que “mal
de muchos, consuelo de todos”?.
Nos
gusta intervenir en las vidas ajenas; es como si con ello no viésemos que la
nuestra es el mejor ejemplo para acallar las críticas hacia otros.
Nos
olvidamos que todos somos víctimas, incluso de víctimas. Nos olvidamos que
también somos verdugos, aunque creamos
que no somos capaces de empuñar ni un tenedor si es para hacer daño. Pero lo
hacemos, sin querer, sin ser conscientes o siéndolo.
Obsérvate.
Observa tu vida. Cuéntatela como si fuese una película con otros protagonistas,
entonces, tal vez entonces y sólo entonces, te veas cómo eres en realidad.
Luego dejarás de ser verdugo. Dejarás también de ser víctima.
Serás tú.