Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 1 de septiembre de 2012

EL ARTE DE LA RESILENCIA

Resistir es vencer. Muchas veces uno cree que no puede más. Que lo que nos toca nos supera. Que es imposible que un corazón resista tanto envite de la vida y que no lograremos salir airosos de la batalla.
La resilencia es todo un arte. Una maravillosa estrategia para ser capaces de resistir y superar las dificultades. Porque cuando éstas pasan nos sentimos más fuertes, más decididos y más determinativos.
Crecemos en la contienda. Aprendemos a reforzar debilidades y a expresar fortalezas. Ponemos a prueba nuestra capacidad de soportar y sobre todo la necesidad de ejercitar una serena paciencia que nos ayude a llegar al final. Porque todo tiene un final. Por muy mal que lo estemos pasando, por peor que nos haya ido, todo termina. Hasta lo bueno. Por eso deberíamos estar preparados para alejarnos cuando nos toque.
Saber soportar la presión de los problemas es estar en el camino de la sabiduría porque los conocimientos, por desgracia, no aportan saberes de la vida o lo hacen de forma poco evidente.
Ser inteligente para enfrentarse a las situaciones que nos llegan nada tiene que ver con las carreras, cursos o con lo que hayamos estudiado.  Porque a veces uno es capaz de analizar, sopesar y discriminar lo que le sucede pero no es capaz de actuar. Hemos de alcanzar una inteligencia ejecutiva. Una forma de pensar que nos lleve a actuar convenientemente y esto equivale a que utilicemos la experiencia adquirida y la ética alcanzada en base a ejercitar los valores del alma.
         Ser capaces de resistir las dificultades nos ayudará, sin duda, a amarnos más a nosotros mismos cuando valoremos nuestra inmensa capacidad para ayudar y ayudarnos en los peores momentos.

viernes, 31 de agosto de 2012

PARCHEANDO EL CORAZÓN

A nuestra edad ningún corazón está liso. Todos tienen parches que tratan de suturar heridas aún tiernas o cubrir cicatrices de las ya pasadas. El territorio que ocupan los rasguños nos indica el camino del aprendizaje que vamos haciendo. Un mapa nada común que hemos trazado a golpe de lágrimas pero también a impulsos de voluntades.
Cuando tenemos un problema, dos…cien…y todos parecen darse cita a la vez, el corazón tiende a encogerse, se arruga, se pliega y repliega sobre sí mismo y de tanto estar retorcido va ejercitándose y siendo diestro en el arte del despliegue. Poco a poco va conociendo cómo estirarse, de qué forma volver a su estado natural tras los envites y sobre todo logra, en contra de lo que sería normal, estar más liso, ser más flexible y adaptarse mejor a aquello que se resuelve a través del amor.
El motor del corazón solamente necesita un combustible, sólo una gasolina capaz de impulsarlo de nuevo tras las caídas por duras que fuesen, nada más que un aliento cercano que de nuevo pose su mano sobre él y lo acaricie tiernamente para recordarle cómo se ama.
Debemos entender que el corazón es la plataforma del alma para anunciarnos que la vida se vive a sí misma a través de él y que queramos o no, inexorablemente va a seguir su curso. Este axioma ayuda a superar las dificultades y a entender que nada es tan terrible y definitivo que no pueda sanarse.
Todos quisiéramos tener siempre esa caricia cercana que a través de una simple mirada nos hiciese partícipes de su complicidad, de su apoyo incondicional y de la fuerza cedida como una chispa ignífuga con la que poder encender la nuestra de nuevo. A veces, uno cuenta con ello. Otras no. Pero en cualquier caso, el aliento divino está en nosotros.
 Basta cerrar los ojos y respirar profundo. Dejar la mente en blanco y confiar, siempre confiar en que la ayuda que ansiamos ya se ha puesto en marcha.
El universo no nos olvida. Recordémonos a nosotros mismos también.  Estamos ahí, como otras veces, preparados para comenzar de nuevo.
¡Feliz día!

jueves, 30 de agosto de 2012

LA TRISTEZA DEL DESAMOR

Una de las situaciones más tristes se produce cuando uno pierde el amor. Aunque la pérdida siempre tiene nombre y apellidos, parece como si el amor en su estado global y más puro se nos escapase de las manos para caer en un pozo profundo cuyo fondo no vemos.
La pérdida de un amor siempre es la pérdida del amor. Porque cuando uno ama lo hace dentro del sentimiento pleno y de su expresión más pura. Lo hace sin entender  que hay un antes y un después. El que ama lo ejerce en su aquí y su ahora por eso el tiempo pasa rápido y apenas cuenta para los amantes.
Estar enamorado equivale a vivir en el otro desde el afecto intenso, desde la dedicación continua y sobre todo con el ser entero entregado sin condiciones al bienestar de lo que más quieres. Cuando todo esto empieza a dejar de ser, cuando no bulle dentro el saber al otro feliz, cuando pasan los minutos, las horas y los días sin la necesidad de saber que sigue viviendo su vida en ti, entonces el principio del final está demasiado cerca.
Muchas veces lo vemos venir y eso es aún más doloroso porque en este lento tránsito hacia el desamor nos damos cuenta de nuestra apatía para luchar por él; lo que produce unas llagas insoportables cuando somos conscientes de la confusión que hemos sufrido con lo que brotó hacia la otra persona.
Cuando nos damos cuenta de que el término de la relación llega deberíamos replantearnos lo que sentimos en contraste con lo que hemos sentido. Advertir si con demasiada frecuencia se habla de amor sin serlo verdaderamente y si resulta demasiado fácil montar castillos en el aire cuando nunca pensamos cumplirlos.
El desamor nos mantiene en un estado de vigilia con nosotros mismos que alerta al alma y logra situarnos en la retaguardia. En ese lugar de nadie que está siempre dispuesto para quienes quieren observarse. Deberíamos usarlo así. Un tiempo para desnudar el corazón ante nosotros mismos sin la euforia de otros ojos que nos vean, sin el calor de otra pasión que nos invada, sin la tentación de demostrar lo que no somos ni prometer lo que no podemos cumplir.
Por eso, detrás de la tristeza de haber perdido el amor en una parte del camino está la satisfacción de habernos parado en medio de la nada, en la que parece quedar nuestra alma, a preparar los sueños que vendrán a serenarla, porque uno llega a la conclusión de que si la realidad que vive no le gusta siempre está la opción de inventarse la propia. Lo hizo Don Quijote. Eso sí, a riesgo de que nos llamen locos, pero eso no importa ya cuando la mayor locura nos invade: la de amanecer cada día con el corazón vacío teniendo que renacer, una y otra vez de nuestras cenizas, para seguir adelante.
No hay más remedio que rendirnos al tiempo; él nos ayudará a reparar la brecha que ahora pugna por mantenerse intacta hasta que de nuevo el amor logre cerrarla. Es la única confianza en la que podemos estar seguros.

martes, 28 de agosto de 2012

LA RELATIVIDAD DE CADA SUCESO


Estamos siempre culpando a la suerte de nuestras desgracias, sobre todo, porque los logros están ligados, generalmente, al esfuerzo y al empeño que ponemos en cada objetivo, o al menos así tendemos  a verlo. Pero en realidad, ambas situaciones se enmarcan en un destino en el cual lo que parece que nos hunde en la más profunda de las tristezas da paso a lo que más tarde sea, tal vez, una buena nueva.
Vamos a recordar este conocido cuento en el que se narrar como en una aldea había un anciano muy pobre que hasta los reyes le envidiaban porque poseía un hermoso caballo blanco. Veamos a partir de aquí qué sucedió:
Llegó un momento en el que este anciano parecía siempre feliz, acomodado a sus circunstancias y dichoso de su suerte. El hombre tenía un caballo blanco majestuoso, digno de la mejor corte. Los reyes le ofrecieron cantidades fabulosas por el caballo pero el hombre decía: “para mí él no es un caballo; es una persona. ¿Y cómo se puede vender a una persona, a un amigo?”. Era un hombre pobre, pero nunca vendió a su caballo. Una mañana descubrió que el caballo ya no estaba en el establo. Todo el pueblo se reunió diciendo: “Viejo tonto. Sabíamos que algún día te robarían el caballo. Hubiera sido mejor que lo vendieras. ¡Qué desgracia!”.
“No vayamos tan lejos”, dijo el anciano. “Simplemente digamos que el caballo no está en el establo. Éste es el hecho. Todo lo demás es vuestro juicio. Si es una desgracia o una suerte yo no lo sé, porque esto es apenas un fragmento. ¿Quién sabe lo que va a suceder mañana?”.
La gente se rió de él. Siempre habían creído que el anciano estaba un poco loco. Pero después de 15 días, una noche el caballo regresó. No había sido robado sino que se había escapado. Y no sólo eso, sino que trajo consigo una docena de caballos salvajes. De nuevo se reunió la gente diciendo: “Tenías razón, viejo. No fue una desgracia sino una verdadera suerte”.
“De nuevo estáis yendo demasiado lejos”, dijo el anciano. “Decid sólo que el caballo ha vuelto. ¿Quién sabe si es una suerte o no?. Es sólo un fragmento. Estáis leyendo apenas una palabra de una oración. ¿Cómo podéis juzgar el libro entero?”.
Esta vez la gente no pudo decir nada más, pero por dentro sabían que él estaba equivocado. Habían llegado doce caballos hermosos.
El viejo tenía un hijo que comenzó a entrenar a los caballos. Una semana más tarde se cayó de un caballo y se rompió las dos piernas. La gente volvió a reunirse y a juzgar. “De nuevo tuviste razón”, dijeron. Era una desgracia. Tu único hijo ha perdido el uso de sus piernas y, a tu edad, él era tu único sostén. Ahora estás más pobre que nunca”.
“Estáis obsesionados con juzgar”, dijo el anciano. “No vayáis tan lejos. Sólo decid que mi hijo se ha roto las dos piernas. Nadie sabe si es una desgracia o una fortuna. La vida viene en fragmentos, y nunca se nos da más que esto”.
Sucedió que, pocas semanas después, el país entró en guerra y todos los jóvenes del pueblo fueron llevados al ejército. Sólo se salvó el hijo del anciano porque estaba lisiado. El pueblo entero lloraba y se quejaba porque era una guerra perdida de antemano y sabían que la mayoría de los jóvenes no volverían.
“Tenías razón viejo. Era una fortuna. Aunque tullido, tu hijo aún está contigo. Los nuestros se han ido para siempre”.
“Seguís juzgando”, dijo el viejo. Nadie sabe. Sólo decid que vuestros hijos han sido obligados a unirse al ejército y que mi hijo no ha sido obligado. Sólo Dios sabe si es una desgracia o una suerte que así suceda”…


Extraigamos hoy la conclusión de relativizar nuestra suerte, de pensar que nada es lo que parece y de que hay que tener la paciencia suficiente para que el tiempo nos regale  un pedazo de felicidad que a veces llega envuelta en un horrible embalaje.

FALTA DE LUZ

Hoy pensaba en el inminente cambio de ropa que estamos urgidos hacer ante la llegada de otra estación. Me preguntaba si realmente el tránsito de un periodo a otro supone una variación en nuestra forma de encarar en día a día y si la luz del sol tiene tanto poder como para arrastrarnos con su ausencia durante el invierno.
La llegada de otro tiempo, en el que la lluvia y el frío imponen su ley, recoge el corazón y nos invitan a invernar en su centro más profundo. Es momento de poner en práctica lo que vamos aprendiendo.
Cuando aludo al recogimiento del espíritu no puedo dejar de pensar en las basílicas románicas de la Edad Media y en el sentido intimista, casi limítrofe al temor incondicional y permanente, de sus interiores. Todo se reduce a la falta de luz. Es como si la ausencia de vanos y ventanas, la falta de vidrieras, que más tarde proliferarán en el gótico, transmutasen a los fieles a otra dimensión.
Sin duda, cuando se reduce la luz externa el corazón debe encender la propia para seguir alumbrando nuestro templo interior. Eso es lo que anuncia el otoño. La llegada de un tiempo próximo donde debemos recurrir a la claridad conseguida en el alma. Buscar en ella los resortes que servirán de anclajes en las tormentas. Y seguir adelante abriendo el camino con la lámpara de aceite que pende de la esperanza.
Ha comenzado a oscurecerse el cielo. No me causa temor porque solo anuncia la oportunidad de encontrar regocijo en la serenidad de saber que estamos preparados para un tiempo distinto y si no lo estamos, al menos, podremos mirar al infinito y sentir que su inmensidad responde a las preguntas que mantienen nuestros miedos, porque frente a él todo es pequeño y breve, todo transitorio y efímero.
Por eso voy dando ya la bienvenida al otoño sin la añoranza que en otros momentos no he podido dejar de sentir.
¡Feliz día!

lunes, 27 de agosto de 2012

EL ENCUENTRO CON UNO MISMO

En el libro La Enseñanza de Buda dice: “Aunque un hombre conquiste a miles de hombres en los campos de batalla, sólo aquel que se conquiste a sí mismo ganará su batalla”.
Lo más importante del camino que iniciamos al nacer es la construcción de uno mismo. Colocar adecuadamente los cimientos y construir sólidamente sobre ellos. Recorrer cada planta del edificio y reconocer en la distribución, los materiales y el ambiente que hemos creado, lo mejor de lo que nos gustaría ser.
Os dejo esta breve historia para que podamos reflexionar sobre ello:
Había una vez, en algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con unos manzanos, naranjos, perales, bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: ¡No sabía quién era!.
“Lo que le falta es concentración”, le decía el manzano. “Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosísimas manzanas. Ve qué fácil es”.
“No lo escuches”, exigía el rosal. “Es más sencillo tener rosas, y ¡ve que bellas son!”. Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó al jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: “No te preocupes. Tu problema no es tan grave. ¡Es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra!. Yo te daré la solución: “No dediques tu vida a ser lo que los demás quieran que seas. Sé tu mismo. Conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior”. Y dicho esto, el búho desapareció.
¿Mi voz interior?. ¿Ser yo mismo?. ¿Conocerme?”. Se preguntaba el árbol desesperado, cuando de pronto comprendió. Cerrando los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: “Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. ¡Estás aquí para dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje!. ¡Tienes una misión!. ¡Cúmplela!”. Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.
La felicidad depende del reconocimiento interior, de saber lo que queremos y los que NO queremos, de asumir lo que somos y de inventar posibilidades ante lo que queremos ser. De anticipar las ilusiones y de vivir plenamente los logros cuando de los fracasos hemos logrado extraer los aprendizajes más útiles.
¡!Feliz comienzo de semana!!

domingo, 26 de agosto de 2012

DOMINGOS LITERARIOS

SOLO ME QUEDA DE TI
Solo me queda de ti
la huella profunda
de tu amor señero,
el sabor intenso
del valor de amarte,
el sonido ronco
de tu voz desnuda,
o el rastro de tu huella
aún caliente y tierna
sobre mi almohada de plumas.
Solo me quedan de ti
las caricias infinitas
que recorrían mi cuerpo
lentamente dibujando
cada cuenta de tu Rosario
que rezábamos entero.
Porque amarte era
como beberte el firmamento
de golpe, todo dentro.
Solo me queda de ti
tu mirada austera
tu ilusión incierta
tu futuro aventurero
tu pasado ciego.
Solo me quedan tus recuerdos
y una pena profunda
Por no tener aquí, tus besos.
Solo me queda de ti
los sueños llenos de caramelo
y esos osos de peluche
que me acompañan siempre
cuando me ven llorando
bajo las sábanas
de mi tiempo muerto.

FLOR Y NATA