Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 21 de enero de 2012

LA PALABRA NO DICHA

A veces uno tiene tanto que decir que las palabras se agolpan en la mente y se enredan en la lengua. Salen todas en tropel, encadenadas sin orden y atropelladas sin forma definida.

 A veces, uno siente que quiere decir tanto que apenas dice nada y se da por callada la respuesta que el otro esperaba. Cuando esto sucede es porque los sentimientos ahogan la palabra y en donde se merecía una explicación, se está mejor sin habla.
La palabra no dicha es voluntad no empeñada y sin embargo, ¡cuánto duele no decir nada!.
Escuchamos en silencio…como si no tuviésemos razones ni ganas. Oímos lamentos, requiebros, condenas y hasta censuras raras…que no son nuestras, que no comprenden lo que uno calla…y decidimos, con el sentimiento en la garganta…que es mejor el silencio que ser canalla.
Lo que uno no dice!!, lo que uno guarda!!...
Todo para seguir viviendo con la verdad en la palabra…
Aquella no dicha…la que está callada…
¡!La que hoy te entrego para amarla!!

viernes, 20 de enero de 2012

LO QUE SE LLEVA DENTRO

Muchas veces no somos lo que parecemos. Incluso somos radicalmente distintos a lo que manifestamos. El reflejo del alma, se ha dicho siempre, está en los ojos. Es muy importante la mirada. Su limpieza, su transparencia y su frescor. Estas cualidades, que se dan en gradaciones distintas según el ánima que nos impulsa a cada paso por la vida, deben guiarnos mejor que ninguna otra cosa para conocer a una persona.
         Posiblemente, una de los errores que más nos daña es sentir el engaño de las apariencias en personas que estimamos. Si hemos llegado a quererlas hemos empeñado ya parte de nuestro afecto en rendir tributo a lo que nos une a ese ser y no queremos sentirnos defraudados.
         Hablábamos de las expectativas que cada uno tenemos con respecto al otro, en días anteriores. Esperanzas que a veces nacen de nuestros propios deseos de verlo así y que en multitud de casos nada tienen que ver con lo que la persona es realmente. Otras veces nos auto engañamos cuando hemos invertido tiempo, afectos e ilusiones en demasía en un proyecto de relación que se nos muestra claramente imposible. Pero aún así, preferimos fingir que “no vemos”, para no sentir el dolor de encarar realmente lo que cada uno es.
         Lo que se lleva dentro, por mucho que tratemos de manipularlo, por expertos magos del ilusionismo que seamos, por más que nos empeñemos, siempre nos delata. Con el tiempo, con la palabra, con los gestos, con las actitudes y con esa mirada imposible de distorsionar donde se nos muestra el verdadero ser y sentir de los demás sin posibilidad de escondites.
         Debemos estar atentos a las caricias que los ojos del resto dejan resbalar por nuestro ser. Atentos al alma que sale por los poros de la sonrisa. Atentos al susurro de las palabras que se escapan al control de la razón. Atentos para saber realmente a quien tenemos delante y al menos, si decidimos afrontar la aventura de entregarle nuestra confianza, que el riesgo que conlleva sea haga de forma consciente y absolutamente libre.
         Nadie puede ocultar el rostro de su alma por más tiempo del que dura una mirada al fondo de su bondad. Lo que llevamos dentro tiene un particular aroma que se encarga, por sí solo, de acercarnos a los demás o de alejarnos de ellos.
         Nosotros mismos somos el resultado de muchos esfuerzos por crecer, que sin duda llevamos dentro, y que se escapan, como humo entre las manos, cuando es otro quien logra mirarnos más allá de lo que parecemos. Devolvámosles  la mirada limpia con la única intención de mostrarnos tal cual somos. No tenemos más opción. Al final, todo se descubre.

jueves, 19 de enero de 2012

TIERRA DE NADIE

Caminamos por la vida pensando en adquirirlo todo. Nuestro sentido de la propiedad traspasa los límites de lo permisible antes de entrar en el egoísmo. Pensamos que poseer el disfrute de lo que nos pertenece es lo mismo que ser dueños de ello y nos equivocamos tremendamente. Nadie poseemos nada. Todo pertenece a la Tierra y ésta no es de ninguno. Lo que aquí nace, aquí queda y con ello se completa el ciclo sin fin que define cada cosa que existe.
         Tenemos la sensación que cuando adquirimos cualquier bien será nuestro por siempre y como si de algo que pudiésemos ligar a nuestra piel se tratase, pensamos que lo tendremos más allá de la propia muerte, por eso nos enconamos con lo material más de lo que debiésemos, sin pensar que lo único que de verdad tenemos es lo que somos.
 Nadie somos propietarios nada más que del usufructo, del uso y disfrute, de lo que transitamos como propio. Todo es puro trasiego; todo puro pasar; todo puro cambio. No nos llevamos nada. Todo queda aquí. Esta frase que reza la sabiduría más popular cobra sentido pleno cuando uno pierde a alguien. Entonces y solo entonces nos damos cuenta de que efectivamente, todo pertenece a la Tierra. Nada de lo que aquí existe sale de ella, salvo lo que nos anima y nos da aliento vital.
No entiendo los desmesurados egoísmos que son capaces de destruir lazos sentimentales de familias enteras. Damos tanta importancia al breve tiempo que estamos aquí que pareciese que no va a terminar nunca para nosotros. Los que se mueren siempre son los demás. La muerte nos roza cuando es un ser querido el que nos dice adiós. Mientras tanto, nunca es nuestra.
         Olvidamos el sutil hilo que nos une a la vida terrenal y nos concedemos el trono del reino, creyéndonos dueños y señores de todo lo que cae bajo nuestro dominio.
Cuesta poco entender que en cualquier momento podemos perderlo todo. Que basta un instante para que la vida, si es que aún nos permite seguir en ella, cambie por completo. Que en realidad, nada es definitivo y que si pretendemos seguridades entramos en un terreno de arenas movedizas en el que nos hundimos sin remedio.
Nada es seguro. Nada definitivo. Nada igual al momento anterior. Por eso, lo mejor es que tengamos un estado de serenidad consciente en el que dejemos transcurrir lo que nos suceda y estemos abiertos a la multitud de posibilidades que nos tiene reservada la vida para nosotros. Única y exclusivamente, para cada uno.

miércoles, 18 de enero de 2012

EMOCIONES AL EXTREMO

Todo en la vida requiere un equilibrio. De hecho, cuando este equilibrio se extrapola, el propio suceder de los acontecimientos nos lleva de nuevo al punto de moderación sostenida. Y es bueno que sea así, aunque se pierda el ardor que acompaña a las emociones extremas cuando pueden ser calificadas de deseables.
         Me he dado cuenta de que la decepción llega y acompañándola, siempre, está la frustración del “inversor”, es decir, de aquel que ha empeñado su interés, su esfuerzo, su trabajo o su sentimiento en un proyecto que después no consigue.
Ha empleado energía suficiente para mover montañas y sin embargo, a pesar de los esfuerzos, se van acumulando las pequeñas derrotas cotidianas con las que comienza a sentir el fondo de su inversión. Por ello, muchas veces, nos empeñamos en negar lo evidente  e insistimos en poder con lo que ya no nos sostiene. Nos duele perder lo invertido y aún más nos punza el pensar que nos hemos equivocado.
Sin duda, lo que falla no son las circunstancias, ni las personas, ni el azar, ni la suerte. No fuimos capaces de ajustar las expectativas cuando la emoción estaba al borde de la explosión. No se equivocan los demás. Nos equivocamos nosotros. No fallan los otros. Nos fallamos a nosotros mismos por imaginar una realidad que solo existe en nuestra mente. No podemos culpar al otro de no encajar con la idea mágica que nos hemos hecho de él. Porque esa idea, en definitiva, solo es nuestra y en muy pocas ocasiones es coincidente con el modelo que nos sirvió de inspiración.
No hay culpables en nuestros fracasos. No hay posibilidad de convertir en reos a los que creemos que nos fallan. Ellos son como son y no van a cambiar. Ni deben hacerlo por otra persona. No hay posibilidad de acomodar a los demás como si fuesen látex para ceñirlos a nuestros gustos. Ni intentarlo siquiera es una buena idea. Cada cual se acomoda en el rincón de su alma; aquel que conoce, que le gusta y que le es afín. Podemos, a los sumo, respetar su forma de ser y sentir… y con el tiempo aspirar a aprender a convivir con ella, siempre que creamos que merece la pena. Si apreciamos que no es así, lo mejor es alejarnos del mismo camino para que no suceda ninguna catástrofe.
Las emociones extremas nos confunden. Nos elevan a la cúspide de la pasión, el desasosiego e incluso la intranquilidad que damos por buenas en orden proporcional a su intensidad. Si sufro mucho por una persona…quiere decir que amo mucho a dicho ser. Nueva confusión y error terrible de apreciación. Si amo mucho, debo gozar mucho de ese bello sentimiento que nada tiene que ver, en muchas ocasiones, con el asalto de adrenalina que recorre nuestras venas cuando el destello de la pasión se aferra a ellas.
Me quedo con el equilibrio ponderado en cualquier caso, como también me quedo con la fidelidad a mi misma y la ausencia de inculpados en mis propias batallas personales.

lunes, 16 de enero de 2012

DETRÁS DE CADA SONRISA

Hoy he tenido un día extraño. Me levanté con una sensación de malestar físico que invadía también el entusiasmo con el que doy la bienvenida al día. Pensaba, mientras me miraba al espejo, que debía vestirme con la mejor sonrisa. No para quedármela, sino para entregarla a los demás que nada tienen que ver con esa sensación que había dormido conmigo. “Todo el mundo no es feliz”, me dije. Pero sería un buen ejercicio de gimnasia emocional, hacer como si lo fuésemos para invitar a la felicidad a nuestra casa. Tal vez, si ella se acerca a nosotros y observa el hogar interior en el que va a vivir, huya sin remedio. Si logramos preparar la estancia con el ambiente más delicioso, posiblemente se quede a vivir junto a nosotros.
         Creo que este hábito nos reportaría muchos beneficios. “Hacer como si…” es estar abierto a su llegada, entregados en el afán de disponerlo todo para que entre sin demora y sobre todo, demostrar al resto que si nosotros podemos sonreír a pesar de lo mal que nos podamos sentir…todo pueden.
         Mientras caminaba pensaba también cuantas historias de amargura y sin sabores habrá detrás de las sonrisas que vemos. Cuánto sufrimiento y cuánta entrega mal recibida y peor correspondida. Sin embargo, me encanta la gente que sonríe porque aporta un rayo de luz más a la claridad con la que el día nos ilumina. La sonrisa es otro delicado y sutil puente a través del cual enlazar afectos, suavizar relaciones y domesticar maldades.
         El arte de sonreír va ligado a la necesaria amabilidad de la que hablábamos en días anteriores. No podemos ejercer la cercanía en el trato, ni el afectuoso respeto por los demás, si no lo sellamos con los gestos de complicidad que borran las diferencias o las acortan.
         Sonreír es un dulce condimento al que deben acostumbrarse nuestros labios hasta que la ternura llegue al corazón de los egoístas, los prepotentes, los avariciosos o los mezquinos.
         Tal vez…si reciben una sonrisa en vez de otra ofensa igual a la que ellos suelen proferir…seamos capaces de comenzar a transformar su hiel por miel y que decididamente caigan rendidos ante los beneficios saludables de la felicidad al natural.

domingo, 15 de enero de 2012

JUECES DE UNO MISMO

Es fácil juzgar a los demás. Lo hacemos a cada instante. Ejecutamos rápidamente la sentencia a vista de pájaro. No necesitamos demasiadas reflexiones para ejercer lo que creemos un derecho socialmente establecido por la norma general: emitir opiniones, juicios de valor y estimas por doquier. Hay una ley clara en la asertividad de cada cual y es el derecho a expresarnos libremente.
 Personalmente añadiría que esta libre manifestación de dictámenes debería acompañarse de respeto y responsabilidad. Pero también es cierto que frente a esos veredictos, a los que somos tan dados con el vecino, el compañero, el amigo y el enemigo, pueden caer en vacío o volverse contra nosotros si los demás gestionan bien sus emociones y la capacidad de la propia autoafirmación.
Todos tenemos el sagrado derecho de no dar explicaciones ni excusas para justificar nuestro comportamiento, puesto que no somos responsables ante ellos de nuestras acciones. Sí ante nosotros mismos debiendo asumir las consecuencias que conlleven. Somos nuestros propios jueces.
Cuando no nos atrevemos a decir simplemente lo que nos sucede sin tratar de justificarlo con razonamientos creíbles, impedimos que manipulen nuestros comportamientos y nuestras emociones. Sigamos un ejemplo:
“Una clienta, después de probarse unos zapatos y haberlos elegido para llevárselos, lo piensa mejor y cambia de opinión. El dependiente no conforme con ese cambio tratará de manipular los motivos que la llevan a ello. Le puede preguntar así…”¿Qué defecto encuentra en estos zapatos?”. Con esta pregunta, el dependiente formula el juicio de que la cliente debe darle razones por las que puedan no gustarle los zapatos en cuestión. Si la clienta deja que el dependiente decida que debe darle razones para rechazarlos se sentirá obligada a explicar por qué no le gustan. Si expone sus razones, la clienta autoriza al dependiente a darle motivos, igualmente válidos, por los que deberían gustarle. Y fácilmente se quedará con ellos. El siguiente diálogo manipulativo lo  muestra:

D: ¿Por qué no le gustan los zapatos?
C: No me gusta el tono marrón que tienen.
D: ¡ No diga! ¡Si es el color de moda!. Observo además que le va
con el tono de su abrigo!. Si lleva ya la moda más actual en su abrigo, ¿cómo no llevarla en los zapatos?.
C: Me están demasiado holgados y la tira del talón se me baja continuamente.
P: Eso lo arreglamos por menos de 3 E
C: En cambio, me aprietan en la puntera.
D: No hay problema, ¡se los ensanchamos en el acto!...

Si la clienta tomase la decisión de si debe o no responder al dependiente con razones que sustituyen a la verdadera causa de su rechazo, el no gustarla, no tendría por qué dar explicación ninguna ni seguir un juego manipulativo en el que posiblemente se termine llevando los zapatos.
         Somos nuestros propios jueces. Los que podemos interrogarnos en nuestro interior y únicamente a quienes debemos respuestas. Para el resto baste con la sencilla verdad.

DOMINGOS LITERARIOS


¿SE EQUIVOCA...?

Quisiera saber …
Si se equivoca:
la luna cuando besa la noche estrellada,
El mar cuando mece sus olas en tu espalda,
El viento al soplar tenue sobre mis ganas,
Y ese beso que llega… sin esperanza.

Si se equivoca:
 mi soledad entera cuando te llama,
Si lo hizo al saber que existía tu mirada,
Si se equivoca detrás de tu sonrisa falsa,
Si niega la evidencia para cambiarla por nada.

Me gustaría saber…
Si se equivoca:
siempre de boca la desesperada,
Si lo hace, si lo hizo, si lo hará mañana,
si se equivoca toda entera mi alma,
Si se equivoca una vez más mi almohada.

Algún día se equivocará la equivocada,
entonces, no se equivocará más el alba
Ni mis ojos, ni mis manos cansadas,
ni lo harán los celos que imaginaba,
ya no se equivocará mi boca, aún callada
y amaré sin tregua de la noche a la mañana.
 Vendrán a mi encuentro ráfagas de magia,
 para llevarse  todo lo que me dañaba,
llegará el deseo que ahora me asalta
entre caricias de seda y sin escarcha
 para estar siempre, de otro Tú,
  enamorada.
Quisera saber…
Si se equivoca el amor también hoy,
 como siempre, para mí, se equivocaba.

Flor y Nata

Feliz Domingo!