Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


viernes, 8 de julio de 2011

INSULTOS LIGHT

No me gustan los insultos, de ningún tipo. Y menos aquellos que llevan el apellido de “cariñosos”. Cuando una palabra va acompañada de cariño nunca insulta, nunca agrede, nunca altera. Ni siquiera rompe la armonía sonora de la conversación. Pero cuando se pronuncian términos como “eres tonto”, “siempre eres el mismo”, “nunca haces nada bien”, “pareces cortito”…y palabras semejantes, el que lo recibe siente una ruptura de la tranquilidad de su interior. Algo se remueve y algo se rechaza allá adentro. Muchas veces son las personas más cercanas las que nos regalan estas joyas. Lo hacen, posiblemente, sin pretender lo que consiguen. Para ellos no pasa de ser un llamado de atención sobre lo que no se ha entendido o hecho según su criterio. Pero el que lo escucha precisamente de los labios de una persona importante en su estima…algo de amargura se imprime en su conciencia y como si del lodo de un charco se tratase, se sedimenta paulatina y lentamente. Caen en capas que se superponen hasta que terminamos creyendo que efectivamente debemos de ser así. Los juicios gratuitos son molestos. Deberíamos responder a estas llamadas de atención con una sonrisa y con la suficiente calma como para hacer entender a la otra persona que lo que dice es solamente una opinión sin fundamento, una palabra inadecuada que rompe la posibilidad de entendernos. Invitarle a que se dirija a nosotros con normalidad, con serenidad y con la intención efectiva de hacerse comprender. El insulto, aunque sea light nunca enseña, nunca acerca, nunca nos deja indiferentes…y si lo hace es que ya nos hemos acostumbrado tanto a ellos que estamos en el borde del abismo; de ese abismo que se ciñe debajo de nuestros pies para invitarnos al vacío de perdernos bajo la destructora sensación de pensar que ya todo da lo mismo.
La tolerancia tiene un límite, el de nuestra propia dignidad y ese, nunca se debe rebasar.

jueves, 7 de julio de 2011

EL EJERCICIO DEL DESCUBRIMIENTO PROPIO

No hay nada más placentero, que mejor resultado de y que de forma más definitiva se fije en la mente que lo que descubrimos por nosotros mismos. Todo el aprendizaje escolar debería estar basado en el descubrimiento. De esa forma, no se olvidaría jamás. El ejercicio de descubrir lleva añadida la plenitud que sentimos al haber llegado a la meta por nuestros propios medios. El camino que recorremos para encontrarla no parece tan duro, ni las dificultades se nos presentan insalvables. Todo se dulcifica cuando logramos encontrarnos con el resultado. Entonces, millones de luces se encienden a nuestro alrededor para hacernos sentir valiosos. Y es que ese es otro sentimiento que nos eleva hacia la excelencia y a la vez, nos fija en la abundancia. Ser capaces de reconocer lo que valemos, lo que estamos dispuestos a hacer o lo que estamos seguros de conseguir si aplicamos nuestro esfuerzo y nuestra capacidad de entrega al objetivo que perseguimos, sea éste cual sea.
También es cierto que lo contrario, no creer en nosotros nos destruye. Y muchas veces esa falta de confianza proviene de una niñez adulterada y dolorosa donde alguien se empeñó en convencernos de que no valíamos para nada o de que lo que decíamos siempre rayaba en la estupidez o de que cualquiera era mejor que nosotros. Posiblemente no lo hiciese con el afán de hundirnos en el mayor de los fangos, pero casi siempre, lo consiguieron. Tal vez, pretendían lo contrario. Remontarnos tras un fracaso por medio de una crítica que removiera la conciencia y repulsivamente actuase de modo contrario. Pero pocas veces una palabra que hiere el alma puede recogerse, ni enmendarse, ni desdecirse. Y el resultado siempre es la tremenda baja autoestima que muchos arrastran desde la infancia. Hay que conocerse a uno mismo, descubrirse y encontrar lo que uno vale; que es sin duda mucho. Y lo será aún más cuando seamos capaces de entregarnos a la tarea más sorprendente y gratificante de cuantas hayamos emprendido: encontrarnos con la persona bondadosa, compasiva y llena de amor que somos. En ese momento, cuando estemos preparados para entregar el tesoro que escondemos…entonces…aparecerá quien sepa recogerlo y hacerlo suyo.

martes, 5 de julio de 2011

TIEMPO DE ESPERA

Solemos tener prisa. Siempre y para todo. Si es tiempo de dolor y pena, deseamos que pase de inmediato y si esperamos la felicidad, no alcanzamos a dar al tiempo su momento de discurrir para llenarnos con lo que no tuvimos. En cualquier caso, todo pasa. No debemos olvidarnos que nada permanece por siempre; que el sufrimiento termina tarde o temprano y que la felicidad también tiene caducidad. No debemos pasar por la vida solo con recuerdos. Nada hay más penoso que reconocer el placer cuando ya ha pasado. Nada peor que tener la sensación de no haberlo dicho todo, de no haber amado lo suficiente, de no haber abrazado, besado o entregado lo mejor de nosotros una vez que nada puede hacerse. Hay que entregarse con intensidad a lo que uno vive, hay que poner pasión en lo hacemos y comenzar a sentir con fuerza que sea lo que sea, lo es por un tiempo limitado.  Todo llega. Todo pasa. Y en ese intermedio nos quedamos ensimismados mirando como corren delante de nosotros las emociones sin rozarlas siquiera. Tememos perder y perdemos con sólo temerlo. Nos cuesta arriesgar e ignoramos lo que nos espera al otro lado de la orilla. Siempre hay alguien que está esperándonos aunque no lo sepa aún. La posibilidad de perder está dentro del juego de la vida. Pero aun perdiendo ganamos la aventura de vivirlo. Y nos queda la espera…la infinita espera de un tiempo mejor que sin ninguna duda se acordará de nosotros. Solamente debemos quedarnos quietos y dejar que suceda. Como si de un manto de estrellas se tratase y cayese sobre nosotros cuando el tiempo es cumplido. No te apures. Si aún no ha pasado es porque no tenía que suceder. Tu deseo será una orden para el universo y todas las coordenadas se dispondrán para envolverte en él…cuando menos lo esperes. Confía. En ti. En todo.

lunes, 4 de julio de 2011

DERECHO A LA TRISTEZA

El equilibrio emocional no se logra instalándose perpetuamente en un solo polo de las emociones. No siempre podemos estar alegres, derrochar felicidad y manifestar plenitud porque la vida nos hace pasar por circunstancias dolorosas que no lo permiten. Tampoco debemos acaparar el desasosiego y beberlo todo de un trago para emborracharnos permanentemente con él. No podemos vivir en las antípodas ni desequilibrar nuestro interior a base de negar lo que en él pasa.
A veces, uno está triste. Tiene ganas de llorar y romper con el mundo. Se cuestiona mil y un porqués que no le parecen justos y disputa, en sus  adentros, batallas sangrientas con lo que parece azotarle en exceso. Hay circunstancias en las que la tristeza es la salida natural para no enloquecer. Y así hay que vivirlo. La postura estúpida de la sonrisa perpetua, pase lo que pase o esa alegría inapropiada asumida como vestimenta, suceda lo que suceda, no tiene sentido.
Hay que dejar que fluya hacia el exterior la amargura si se presenta. Llorar, si es preciso. Frotar con rabia nuestros ojos, dejar que rueden las lágrimas y sacudir la pena. No hacerlo así es colocar una bomba de relojería en las entrañas que tarde o temprano explota sin avisar. Y lo hace sin consultar qué va a estropear. Lamentablemente siempre mina la salud. Emociones y enfermedades van ligadas en la mayoría de los casos. La psique incide en lo somático para modificarlo a su antojo y canalizar el exceso de emociones negativas. La ira, el rencor, la agresividad contenida…y todo un cúmulo de malestares del alma trabajan sin cesar sobre lo orgánico para escapar así del espíritu y liberarse en el cuerpo. Por eso, si tenemos ganas de llorar hagámoslo. Si nuestro impulso es gritar nuestro malestar, manifestémoslo. Todo menos dejarlo dentro, ni arrojarlo a los demás. Eso sí, después de aligerar nuestra pena externalizándola, vayamos al baño, lavémonos la cara con agua muy fría, arreglemos nuestro cabello y mirémonos al espejo. Somos los mismos pero habremos mejorado infinitamente y nuestro interior se habrá serenado por un tiempo. Poco a poco, olvidará que necesita llorar siempre por lo mismo y acabaremos dejándolo ir.