Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 2 de diciembre de 2017

HIPOCRESÍA SOCIAL: LAS MÁSCARAS



Todos podemos ponernos máscaras en diferentes ocasiones. Muchas veces por timidez, otras por parecer algo diferente a lo que somos, otras por ocultar lo que somos en un intento de defensa de nuestra integridad, pero la mayoría de las veces, las máscaras ocultan personalidades manipulativas y transgresoras.



Os dejo un breve cuento en el cual se pone de manifiesto lo importante que es dejar el rostro al descubierto, que no quiere decir sin protección, sino libre para sentir sobre él las bondades de la vida.

Las máscaras, tarde o temprano se caen, se pierden, son robadas u olvidadas en algún momento y entonces, a cara descubierta, comprobaremos que no es tan desastroso para nosotros que vean cómo somos. Tal vez, seamos aceptados más de lo que creemos.

Llevar máscara solamente propicia el desencanto de los demás; porque algún día, seguro, seremos descubiertos.

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…”Cuentan que en un tiempo y lugar inciertos, vivía un hombre que creía ser feliz con sus siete máscaras. Una máscara para cada uno de los siete días de la semana.

Cada mañana, cuando salía a trabajar, cubría y (creía que) protegía su rostro con una máscara. Al regresar a casa, descubría su rostro antes de acostarse. Era tal su convicción que ni siquiera sabía por qué lo hacía, incluso para cada día festivo tenía caretas especiales.

Una noche, mientras dormía, un ladrón entró en su casa y se llevó todas sus máscaras. Por la mañana, al darse cuenta del robo, desesperó y se lanzó a buscar denodadamente. 

Anduvo horas y días recorriendo,  la ciudad, buscando por los bajos fondos, denunciando a distintas autoridades… pero el ladrón y sus máscaras no aparecían, de hecho no aparecieron nunca.

Un día, desesperado ya de tanto buscar, se dejó caer en el suelo y lloró desconsoladamente, como cuando era niño. Una mujer que pasaba por allí, se detuvo, le miró a los ojos y le preguntó:

– ¿Por qué lloras así?.

Nuestro protagonista, durante unos segundos quedó aturdido ante esa presencia. Sus ojos profundos le resultaban familiares y lejanos a la vez.

– Un ladrón me ha robado mi bien más preciado, mis máscaras, y sin ellas mi rostro queda expuesto y tengo miedo, me siento débil y vulnerable.

Ella le respondió:

– Consuélate, mírame bien, yo nunca llevé máscaras, tengo tu edad y vivo feliz.

Él la miró largamente, era una mujer de una belleza profunda, le recordaba algo… pero no sabía qué.

Ella se inclinó, enjugó sus lágrimas y le dio un beso en la mejilla. Por primera vez en su vida, aquel hombre, sintió la dulzura de una caricia en su rostro.”

Véronique Tadjo

miércoles, 29 de noviembre de 2017

¿ ERES LIEBRE O TIGRE?



Uno suele tener un buen concepto de sí mismo, pero generalmente es porque no nos hacemos preguntas, no nos ponemos en la ocasión, no nos encontramos en la situación que nos obligue a responder y a mostrar de nosotros lo que ni conocemos de nosotros.



Nos gusta hablar de solidaridad, de fraternalismo, de caridad, de colaboración,  de bondades infinitas que estamos seguros de poseer por abrazarlas en teoría. Pero lo cierto es que cada vez más, estamos solos y aislados. Cada vez más egocéntricos e individualistas y pagamos una alta factura por ello.

En el fondo, echamos de menos la vida sencilla de antaño de la que, al menos yo, rescataría esa “amigabilidad” que todos aquellos que compartían u territorio cercano se profesaban.

Os dejo un relato para poder reflexionar sobre ello.

Espero que os guste.
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       “Que gran decepción tenía el joven de esta historia. Su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas, al parecer, ya a nadie le importaba nadie.

                Un día dando un paseo por el monte, vio sorprendido que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido, el cual no podía valerse por sí mismo.

           Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre.

             Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.

                    Admirado por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo: -"No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas".

               Y decidió hacer la experiencia: Se tiró al suelo, simulando que estaba herido, y se puso a esperar que pasara alguien y le ayudara.

                Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Estuvo así durante todo el otro día, y ya se iba a levantar, mucho más decepcionado que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio, sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, sí casi no sentía deseo de levantarse, entonces allí, en ese instante, lo oyó... ¡Con qué claridad, qué hermoso!, una hermosa voz, muy dentro de él le dijo...:

               -"Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad, para encontrar a tus semejantes como hermanos, deja de hacer de tigre y simplemente se la liebre".

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Elige. Tú tienes el poder.



lunes, 27 de noviembre de 2017

CARA A CARA CON LOS MIEDOS



Todos tenemos miedo a algo y quien diga lo contrario posee una personalidad distorsionada donde ha perdido el primigenio instinto de conservación en base a una mal entendida valentía que le encuadra en otros perfiles de la conducta humana.



El miedo impulsa hacia la huída o hacia el enfrentamiento. La fobia congela. El miedo no. La percepción del miedo se relaciona con el cerebro más antiguo que poseemos: el reptiliano. 

La amígdala, encargada de administrar el cortisol (hormona del stress) es la responsable de conductas instintivas que nos protegen.

Parte de los miedos pueden proceder de la infancia. Frecuentemente nos han educado huyendo del peligro y afianzando los miedos.

Hay que hacer un repaso a nuestra forma de reaccionar ante determinadas situaciones que nos provocan stress. Miedo a la oscuridad, a la soledad, a hablar en público, a los ruidos, a lo desconocido…y lo peor, al propio miedo.

Los miedos se difuminan si logramos potenciar la autoestima, la autoimagen y la valoración propia de nuestro poder interior. 

Nos consideramos mucho menos capaces de lo que somos para todo. Solamente tiene que llegar a nuestra vida una situación que nos obligue a hacer frente a lo que nunca creímos posible en nosotros y nos daremos cuenta que hay otro yo en nuestro interior, fuerte y poderoso capaz de darnos una lección.

A veces, lo mejor es dejar que el miedo se manifieste y estar a solas con él. Mirarle a la cara, dialogar sobre cómo quiere atarnos a la angustia, pedirle que nos acompañe mientras le preparamos la salida. Y ver que no ha pasado nada. Que todo sigue igual. Que nosotros podemos pasar por lo que otras personas pasan. Que nadie es más que nadie, ni menos. Y sobre todo, darle un espacio amplio y libre donde podamos ver que no existe el miedo, sino nosotros mismos jugando a crearle.

Todo está en la mente. Fuera solo está la realidad, que es la misma con miedo o sin él.

Quédate a solas con tu miedo. Mantén una conversación con él. Descubre que no es otro más que tú mismo con ganas de que alguien venga en tu rescate. Ese alguien lo tienes cerca: el adulto que hay en ti está para dar la mano al niño que lo padece.

Convierte el miedo en una señal de alarma que le sirva a tu mente para no adentrarse en los terrenos pantanosos del inconsciente.

Y si al final…sigues teniendo miedo, hazlo igual.