Todos
tenemos miedo a algo y quien diga lo contrario posee una personalidad distorsionada
donde ha perdido el primigenio instinto de conservación en base a una mal
entendida valentía que le encuadra en otros perfiles de la conducta humana.
El
miedo impulsa hacia la huída o hacia el enfrentamiento. La fobia congela. El
miedo no. La percepción del miedo se relaciona con el cerebro más antiguo que
poseemos: el reptiliano.
La
amígdala, encargada de administrar el cortisol (hormona del stress) es la
responsable de conductas instintivas que nos protegen.
Parte
de los miedos pueden proceder de la infancia. Frecuentemente nos han educado
huyendo del peligro y afianzando los miedos.
Hay
que hacer un repaso a nuestra forma de reaccionar ante determinadas situaciones
que nos provocan stress. Miedo a la oscuridad, a la soledad, a hablar en
público, a los ruidos, a lo desconocido…y lo peor, al propio miedo.
Los
miedos se difuminan si logramos potenciar la autoestima, la autoimagen y la
valoración propia de nuestro poder interior.
Nos
consideramos mucho menos capaces de lo que somos para todo. Solamente tiene que
llegar a nuestra vida una situación que nos obligue a hacer frente a lo que nunca
creímos posible en nosotros y nos daremos cuenta que hay otro yo en nuestro
interior, fuerte y poderoso capaz de darnos una lección.
A
veces, lo mejor es dejar que el miedo se manifieste y estar a solas con él.
Mirarle a la cara, dialogar sobre cómo quiere atarnos a la angustia, pedirle
que nos acompañe mientras le preparamos la salida. Y ver que no ha pasado nada.
Que todo sigue igual. Que nosotros podemos pasar por lo que otras personas
pasan. Que nadie es más que nadie, ni menos. Y sobre todo, darle un espacio
amplio y libre donde podamos ver que no existe el miedo, sino nosotros mismos
jugando a crearle.
Todo
está en la mente. Fuera solo está la realidad, que es la misma con miedo o sin
él.
Quédate
a solas con tu miedo. Mantén una conversación con él. Descubre que no es otro
más que tú mismo con ganas de que alguien venga en tu rescate. Ese alguien lo
tienes cerca: el adulto que hay en ti está para dar la mano al niño que lo
padece.
Convierte
el miedo en una señal de alarma que le sirva a tu mente para no adentrarse en
los terrenos pantanosos del inconsciente.
Y
si al final…sigues teniendo miedo, hazlo igual.
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