Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


lunes, 27 de noviembre de 2017

CARA A CARA CON LOS MIEDOS



Todos tenemos miedo a algo y quien diga lo contrario posee una personalidad distorsionada donde ha perdido el primigenio instinto de conservación en base a una mal entendida valentía que le encuadra en otros perfiles de la conducta humana.



El miedo impulsa hacia la huída o hacia el enfrentamiento. La fobia congela. El miedo no. La percepción del miedo se relaciona con el cerebro más antiguo que poseemos: el reptiliano. 

La amígdala, encargada de administrar el cortisol (hormona del stress) es la responsable de conductas instintivas que nos protegen.

Parte de los miedos pueden proceder de la infancia. Frecuentemente nos han educado huyendo del peligro y afianzando los miedos.

Hay que hacer un repaso a nuestra forma de reaccionar ante determinadas situaciones que nos provocan stress. Miedo a la oscuridad, a la soledad, a hablar en público, a los ruidos, a lo desconocido…y lo peor, al propio miedo.

Los miedos se difuminan si logramos potenciar la autoestima, la autoimagen y la valoración propia de nuestro poder interior. 

Nos consideramos mucho menos capaces de lo que somos para todo. Solamente tiene que llegar a nuestra vida una situación que nos obligue a hacer frente a lo que nunca creímos posible en nosotros y nos daremos cuenta que hay otro yo en nuestro interior, fuerte y poderoso capaz de darnos una lección.

A veces, lo mejor es dejar que el miedo se manifieste y estar a solas con él. Mirarle a la cara, dialogar sobre cómo quiere atarnos a la angustia, pedirle que nos acompañe mientras le preparamos la salida. Y ver que no ha pasado nada. Que todo sigue igual. Que nosotros podemos pasar por lo que otras personas pasan. Que nadie es más que nadie, ni menos. Y sobre todo, darle un espacio amplio y libre donde podamos ver que no existe el miedo, sino nosotros mismos jugando a crearle.

Todo está en la mente. Fuera solo está la realidad, que es la misma con miedo o sin él.

Quédate a solas con tu miedo. Mantén una conversación con él. Descubre que no es otro más que tú mismo con ganas de que alguien venga en tu rescate. Ese alguien lo tienes cerca: el adulto que hay en ti está para dar la mano al niño que lo padece.

Convierte el miedo en una señal de alarma que le sirva a tu mente para no adentrarse en los terrenos pantanosos del inconsciente.

Y si al final…sigues teniendo miedo, hazlo igual.

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