Todos somos adictos a algo. En algunos casos las adicciones pasan por sustancias evidentemente perniciosas. Ellas al menos, delatan, de forma manifiesta, lo que son y a lo que obligan. Y en ese caso es más sencillo, dentro de la enorme dificultad que entraña, comenzar la desintoxicación a la que uno debe someterse. Lo peor son las adicciones sutiles, que apenas se hacen notar ante los ojos de los demás; que solamente conocemos nosotros y que nos atrapan fatalmente. Esas, a las que no queremos poner nombre y ni siquiera reconocer que están instaladas en nuestras vidas y nos dirigen. A veces se convierten en pesadillas interminables que nos persiguen sin cesar para darnos a entender que no nos libraremos de sus cadenas y que si logramos hacerlo, de nosotros no quedará nada porque se lo habrán llevado ellas. Tenemos miedo. A veces un miedo irracional e infundado a muchas situaciones que se presentan en nuestra mente con apariencia real aunque aún no hayan llegado. Y nos aferramos hasta lo que detestamos con tal de no sufrir el fantasma de las carencias a las que no someterá prescindir de las soluciones, que al final son nuestra condena.
Una de las que cobra más fuera es el miedo a estar solos. Lo hemos comentado en otras entradas del blog. La soledad sentida es la peor soledad que nos puede venir encima. Generalmente nada tiene que ver con la soledad real y física pero se engancha como una lapa al corazón para tejer un manto de temores sobre él, suficiente como para buscar compañía allí donde incluso no debemos.
La falta de comunicación constructiva, de ese intercambio fructífero que nos hace sentir plenos, nos encamina a buscar interlocutores de los que, tal vez, tampoco sea fácil prescindir.
La carencia de afecto ligada, a veces, al vacío que sentimos en las relaciones diarias, nos aboca a admitir amistades que en otras circunstancias no se habrían frecuentado.
La debilidad de carácter nos vuelca y nos confunde para ir a parar en manos de los más fuertes. Todas las insatisfacciones indeterminadas que uno siente y que se resumen en no ser feliz día a día, nos atrapan cuando buscamos resolverlas a cualquier precio y en cualquier lugar o tiempo.
Habría que calmarse. Tomarse el tiempo necesario para estar con nosotros sin tener la sensación de que nos falta el aire si no nos apoyamos en las adicciones que nos fagocitan. Deberíamos crearnos espacios y tiempos serenos para conocer al amigo definitivo que nunca dejará de estar a nuestro lado. Comenzar por dejar de necesitar. Por convencernos que nada de lo que creemos imprescindible para seguir, lo es. E ir soltando poco a poco…un pedacito cada día…de aquello que en el fondo nos pesa como una losa. Iniciar la marcha con un primer paso. Firme y seguro. Definitivo y reconfortante. Porque nada es más liberador que haber vencido una adicción. Más tarde, cuando podamos observarlo en otros y ver su sufrimiento…estaremos en disposición, desde la satisfacción más plena, de tenderle nuestra mano para ayudarle a mover sus pies, la primera vez en ese primer paso que nosotros ya hemos dado.