Hay tiempos
que me gustaría detener. Períodos imposibles casi hasta de vivir que desearía
mantener intactos para revivirlos cuando lo necesite.
Posiblemente,
detener el tiempo signifique vivir en el aquí y en el ahora. Eso que tanto
repiten los psicólogos que quieren estabilizar la vida y poner un escudo frente
a lo que nos hace daño del pasado o nos angustia del futuro.
¿En qué
notamos el tiempo?. En realidad es una categoría que no existe; que
estructuramos nosotros en función de momentos centrados en el “antes” y el “después”
de sentir cualquier tipo de emoción relacionada con los pasajes de la vida.
Hay “antes”
por los que uno daría la vida. Hay “después” para los que uno querría no tener
memoria.
Me sigo
adaptando muy mal a los cambios. Me cuesta mucho airear la mente y dejar paso a
lo que pueda suceder. Me quedo siempre en lo sucedido y eso me instala en un
mundo irreal que constantemente me reclama una vuelta al presente.
El momento
de serenidad llega cuando me planteo que son las cosas que nunca fallan. Que es
lo que me gusta. Dónde está lo que me da paz. Y entonces, necesariamente me
exijo una vuelta a mí desde las raíces
que siempre me mantuvieron siendo un pilar de gran sujeción. Me apuntalo a mi misma y me empujo hacia
aquello que siempre centró mi pasión.
Vuelvo a mis
libros, a ese mundo donde la mente encuentra un lugar calentito donde
acurrucarse y los deseos son siempre una posibilidad posible.
Hoy necesito
un rincón sereno, de esos, donde poder recostarme con la luz suficiente para
leer las palabras exactas que arropen mi corazón.