Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 29 de enero de 2022

EN EL CORAZÓN DE LAS PALABRAS

 ENTRE LOS OLIVOS QUIERO

 

Y si miro al mar  a ti te veo, 


Y si mis ojos cierro


Te llevo dentro


Y si mi boca sello


Te encierra entero.


Allá a lo lejos, 


entre los olivos tiernos







allá nos juramos


 amor eterno


amor sincero, 


amor del bueno.


Y entre sombras,


Dulces de membrillo y enebro,


Te di mi cuerpo


Te lo di, todito entero.


Mirándote a los ojos, niño


Como si fuese ese


El único momento.


Y llegué al mismo cielo,


Teniéndote entre mis brazos


Besándote hasta en el infierno.


Se apagó el día,


Y tu mano dejó mis dedos.


Llegó la noche,


Y ya en ningún lugar,


En ningún sitio,


 te encuentro.


Ojitos de miel y trigo,


Dame como agua tus besos,


Que de sed muero y muero.


Vente conmigo al huerto


En el que me juraste


Ser reina del firmamento.


Que si no vienes,


Te encontrará el averno


Y sin preguntarte


Te engullirá dentro.


Vente a los olivos, vente


Que ya más, poder no puedo.

 

jueves, 27 de enero de 2022

¿CAMBIAR AL OTRO?

 La fuerza de la costumbre es inexorable. Creemos que estamos libres de condicionamientos, que nada puede con nuestra libertad y que, si queremos, podemos con cualquier cosa.

 

         Esta es una teoría tan esperanzadora como irreal. Nada aboca más al fracaso que las relaciones en las que uno piensa que puede cambiar al otro, e incluso en la que el “otro” piensa que puede cambiar por ese uno.




 

         A lo sumo, hablaremos de amoldarnos, de acomodarnos o encontrar un hueco en un escenario que no es el nuestro y al que tenderemos a ordenar como propio, sin remedio, a pesar de los esfuerzos. Por eso, todo intento, en este sentido, es vano.

 

         Lo que para uno es correcto, para el otro es impensable. Lo que uno toma como necesidad, el otro lo toma como superfluo y es ese punto donde todo se estropea si no se entiende esto.

 

         “ Durante el reinado de Darío, éste convocó a los griegos y les preguntó por cuánto dinero accederían a comerse a los cadáveres de sus padres. Ellos respondieron que no lo harían a ningún precio. Acto seguido, Darío convocó a los indios llamados calatias ( que devoran a sus progenitores), preguntándoles por qué suma quemarían a sus padres; ellos se pusieron a vociferar, rogándole que no blasfemara.”

Píndalo hizo bien al decir que la costumbre es la reina del mundo. (“El infinito en un junco”. Irene Vallejo. Pág. 187).

 

         No puede estar mas claro.

lunes, 24 de enero de 2022

LA ASIMETRÍA DEL AMOR



La simetría perfecta del corazón, albergando sentimientos paralelos, es imposible. Siempre alguien quiere más, a alguien se quiere mejor o alguien nos prefiere sobre otros.

 

Ni siquiera se cumple con los hijos, ni con los padres. Parece que leer esto nos dejase un mal sabor de boca o incluso un impulso a repeler lo que contiene. Pero así es.

 

Por lo que sea, nos sentimos más unidos a unas personas que a otras; con más afinidades, con mejores cualidades amorosas. Puede que mucha gente piense que eso no es querer menos, pero de alguna forma es querer mejor y eso influye en su peso sutil para inclinar la balanza.

 



Nuestro legado cultural nos lleva a rechazar la imagen de repartir los cariños. Tampoco debemos aferrarnos a idea espartana de medir con exactitud las porciones de amor que se llevan los que nos rodean. 

 

No pasa nada por querer distinto. Ni tampoco por querer de forma desigual porque posiblemente lo que queremos de más a algunas personas se compense, en las otras, de igual rango, con estimaciones intensas de aspectos contrarios a nuestra forma de ser y sentir. 

 

Cuando sentimos afinidad por cariños que son más cercanos, solemos reconocer en ellos algo nuestro; algo que se asemeja a lo que somos, algo que lleva nuestra marca y nuestro mensaje. Y en ese infinito flujo de cercanías nos sentimos seguros y disponibles por medio de una corriente de correspondencias inigualables.

 

Lo anormal es calibrar al milímetro los afectos. No permitirnos ni la más mínima posibilidad de disparidad. Al fin y al cabo, importa la cualidad con la que se ama porque no va de cantidades el tema.

 

 Cuando se ama a alguien, se ama. Poner los adverbios:  “mucho”, “poco”, “algo”…no tiene sentido, como no lo tiene sentirse culpable por hacerlo de otro modo.