Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 28 de abril de 2012

DOMINGOS LITERARIOS

Sí por detrás de las gentes
Te busco.
No en tu nombre, si lo dicen,
no en tu imagen, si la pintan.
Detrás, detrás, más allá.

Por detrás de ti te busco.
No en tu espejo, no en tu letra,
ni en tu alma.
Detrás, más allá.

También detrás, más atrás
de mí te busco. No eres
lo que yo siento de ti.
No eres
lo que me está palpitando
con sangre mía en las venas,
sin ser yo.
Detrás, más allá te busco.


LA VOZ A TI DEBIDA
PEDRO SALINAS
¡! Feliz Domingo!!
OBSERVAR LA EXPERIENCIA
Si queremos aprender a manejar las emociones, a organizar nuestras habilidades y a capacitarnos para la acción hemos de observar necesariamente nuestra experiencia porque ella nos habla. Si hemos de actuar de forma diferente no podemos obviar cómo lo hemos hecho antes.
Darnos permiso para ser nosotros mismos, quitarnos la armadura de la apariencia que estamos acostumbrados a tener encima por demasiado tiempo y olvidarnos de la crítica o la opinión ajena nos va a servir para adoptar una posición de relax que agradeceremos inmediatamente.
Hay que vivir buscando el sentido a cada instante; mientras vivimos con la sensación de presente hay esperanza para la toma de decisiones de los cambios que necesitamos.
Muchas veces somos conscientes de que debemos cambiar e incluso tenemos muy claros los aspectos en los que hay que hacer ese cambio. Lo difícil es pasar a la acción. Hay una delgada línea entre el pensamiento y la ejecución que, en muchas ocasiones, resulta muy complicada de traspasar.
Pero la magia está en dirigir las realidades que nos asaltan por sorpresa de forma que estén a nuestro favor y no en contra. La fatalidad puede estar ahí, al acecho y llegarnos cuando menos lo esperamos por eso hay que poner orden a su llegada porque todo lo descoloca. Tomar la pluma en la mano y redirigir nuestra propia historia.
La seguridad que necesitamos está en la revisión de la experiencia. Tal vez adolezcamos de autoestima pero la práctica acumulada hasta el momento nos sitúa frente a un yo capaz, muy capaz de asumir retos. De ahí debemos aprender cómo observarnos, qué ver y de qué forma tratarnos.
¿Por qué pedir que los demás nos traten de una forma particular según somos?¿Para qué querer que nos respeten en nuestra forma de ser y sentir?¿Por qué esta exigencia al resto cuándo muchas veces nosotros mismos no nos reconocemos y tampoco nos tratamos bien?.
Solamente hay que bajar de la estantería el libro de nuestra vida. Echarle una ojeada y reconocer al protagonista. Entonces, observando desde fuera, nos encontraremos con una persona válida, capaz de superar momentos muy duros, luchadora, entregada a lo que quiere y sobre todo capacitada para dar un rumbo al relato de su existencia en el momento que decida.
A partir de ahí, la magia sucede, el miedo desaparece y la resistencia a los problemas que parecen irresolubles se esfuma.
Fórmula perfecta para que todo fluya según nuestros más íntimos deseos.


viernes, 27 de abril de 2012

DESCONOCIDOS
Todos, salvo la familia, hemos sido desconocidos de otros,  alguna vez. Lo curioso es la confianza, los estrechos lazos del corazón y la exquisita sintonía que establecemos con algunas personas.
Siempre se ha dicho que a la familia no se la escoge. O tal vez sí. Aunque de haberla elegido no nos queda el recuerdo ni del cuándo ni del cómo. Pero el azar, la casualidad o la causalidad nos ponen frente a determinadas personas que serán claves en nuestra vida.
El tiempo, los afectos y las rutinas que establecemos con ellas nos hacen olvidar que alguna vez también fueron para nosotros gente desconocida.
La prevención que a veces sentimos cuando nuestros hijos o personas queridas comienzan una relación, del tipo que sea, aunque nos aterra más si es amorosa por las consecuencias que puede traer, no tiene demasiado sentido si pensamos que efectivamente en su día nosotros tampoco conocíamos a los que hoy formamos una familia.
A veces, un desconocido puede convertirse en tu mejor apoyo. Otras ni siquiera la presencia es necesaria para sentirte bien con alguien. Por eso debemos evitar la prevención que sentimos cuando no conocemos, siempre que el corazón no te avise de que algo va mal.
Nos dejamos llevar, en demasiadas ocasiones, por la tiranía de la razón. Por los filtros de la lógica que todo lo somete al análisis del juicio modelado por los patrones de conducta adquiridos y heredados en nuestra biografía. Por esa mente inflexible que guarda celosa los prejuicios de cada época, de las modas y de las corrientes de pensamiento al uso en cada momento histórico. Todo ello revuelto como en un cóctel único, dirige las cercanías y los rechazos ante quienes llegan nuevos a nuestra vida.
         No olvidemos, que además de todo lo que nuestra genética aporta, están los latidos de nuestro corazón  marcando el ritmo de las vibraciones que emitimos y proyectamos y que nos permite advertir esa única sensación que nos provocan determinadas personas que a pesar de ser desconocidas parecen haber estado en él durante milenios.
La intuición se une entonces a la mágica recepción de los filamentos del otro y como si de flores se tratase, el espíritu queda polinizado para procrear  amor.
No hay desconocidos.
  

jueves, 26 de abril de 2012

PALETA DE COLORES
¿Si pudieses poner un color a tu vida, en estos momentos, cuál sería?.
         Esta inocente pregunta puede situarnos frente a realidades emocionales que no queremos ver o que tratamos de evitar.
         ¿Sería azul, rojo, gris, blanco, negro…?.
         Los colores, como los números, tienen su mensaje. Recogen los matices profundos de aquello que cubren, envuelven en su paleta, todas las texturas de lo que vivir nos supone. Podríamos hacer una doble elección. Un color que identificase cómo nos gustaría que fuese y otro para precisar cómo es en realidad.
         No me gustan las medias tintas. Me reconozco extremista y aunque el punto de equilibrio se sitúa en la mediana, fluctúo entre las luces y las sombras, prefiriendo los contrastes. Porque éstos me hacen sentir que todo no da igual y que las diferencias abismales entre un punto y otro son capaces de sacudir mi interior para clarificar lo que al menos no quiero.
         Supongamos que la pregunta inicial la respondemos con un color indefinido: gris, beigs…y que esa elección responde a una clara percepción de atonía en nuestro día a día. O si por el contrario la pintamos negra o marrón…reconociendo un hueco, más o menos profundo que la oscurece. Entonces estamos  necesitados de preguntas porque a veces, no son las respuestas las que aclaran el panorama, sino las preguntas justas que atinan con lo que de verdad sucede.
         Podemos alternar los colores según los días y descubrir que nuestro camino recorre sinuoso los trazos de un paisaje que sólo nosotros vamos pintando.
         Hoy he propuesto a mis alumnos recorrer exposiciones de fotografía y pintura por la ciudad. Quiero que observen la fuera del color o la impronta de su ausencia. Me gustaría que cada uno pusiese color a su día, para saber de cuál se parte.
         Vosotros sois los primeros que saludo por tanto os traslado este juego para que en este mismo momento en el que estáis leyendo esto, elijáis uno de ellos.
¡Feliz día!

miércoles, 25 de abril de 2012

La vida es cíclica en vez de lineal. Todo tiene un comienzo, que tal vez nos sea nada más que una transformación de algo anterior a lo que se enlaza lo que llega, y un final.
El término de algo puede significar el comienzo de otra cosa y como si de un recorrido elíptico se tratase, vamos recorriendo nuestro camino sabiendo que debe cerrarse la línea que lo determina.
Todos tenemos nuestro propio círculo. Nuestra ruta y el camino que debemos seguir dibujado con puntos discontinuos. La firmeza del trazo dependerá de la voluntad, la fuerza y el valor con el que acometamos cada instante de esa línea curva que enlaza principio y fin.
Sabemos nuestro destino, inexorablemente. Conocemos el final del trayecto donde nos encontramos y eso, en ocasiones, supone un amargo trance que muchos no superan. Caer en la desesperación del término de la vida es negar la esencia de ésta misma.
El cambio, la variación, el progreso y el descenso son pautas ineludibles para todos, pero de nosotros depende que el tiempo siga teniendo su contenido, que la pasión por vivir el presente continúe dotándole de sentido y que la correcta valoración de lo que importa de verdad, añada vida a la vida de cada día.
Somos parte de ciclos; periodos que tienden a completarse ajenos a las decisiones de quienes los protagonizamos. Estamos inmersos en un proceso que afecta a nuestra biología y que sin duda, debe completarse con la ayuda de nuestra percepción consciente.
Somos algo más que organismos en acción con el medio y podemos blindarnos ante la desesperación de la mente en lucha inminente con lo que padecemos en nuestro cuerpo. Porque ahí, en ella, somos libres absolutamente y podemos seguir viviendo más allá del ciclo vital que se nos tenga asignado.

martes, 24 de abril de 2012

EL AMOR A LO EFÍMERO

Erase una vez un sultán, dueño de la fe y del mundo. Habiendo salido de caza, se alejó de su palacio y, en su camino, se cruzó con una joven esclava. En un instante él mismo se convirtió en esclavo. Compró a aquella sirvienta y la condujo a su palacio para decorar su dormitorio con aquella belleza. Pero, enseguida, la sirvienta cayó enferma.

¡Siempre pasa lo mismo! Se encuentra la cántara, pero no hay agua. Y cuando se encuentra agua, ¡la cántara está rota! Cuando se encuentra un asno, es imposible encontrar una silla. Cuando por fin se encuentra la silla, el asno ha sido devorado por el lobo.
El sultán reunió a todos los médicos y les dijo:

Estoy triste, sólo ella podrá poner remedio a mi pena. Aquel de vosotros que logre curar al alma de mi alma, podrá participar de mis tesoros.

Los médicos le respondieron:

Te prometemos hacer lo necesario. Cada uno de nosotros es como el Mesías de este mundo. Conocemos el bálsamo que conviene a las heridas del corazón.

Al decir esto, los médicos habían menospreciado la voluntad divina. Pues olvidar decir “¡Insh Allah!” hace al hombre impotente. Los médicos ensayaron numerosas terapias, pero ninguna fue eficaz. La hermosa sirvienta se desmejoraba cada día un poco más y las lágrimas del sultán se transformaban en arroyo.

Todos los remedios ensayados daban el resultado inverso del efecto provisto. El sultán, al comprobar la impotencia de sus médicos, se trasladó a la mezquita. Se prosternó ante el Mihrab e inundó el suelo con sus lágrimas. Dio gracias a Dios y le dijo:

“Tú has atendido siempre a mis necesidades y yo he cometido el error de dirigirme a alguien distinto a ti. ¡Perdóname!”

Esta sincera plegaria hizo desbordarse el océano de los favores divinos, y el sultán, con los ojos llenos de lágrimas, cayó en un profundo sueño. En su sueño, vio a un anciano que le decía:

“¡Oh, sultán! ¡Tus ruegos han sido escuchados! Mañana recibirás la visita de un extranjero. Es un hombre justo y digno de confianza. Es también un buen médico. Hay sabiduría en sus remedios y su sabiduría procede del poder de Dios”.

Al despertar, el sultán se sintió colmado de alegría y se instaló en su ventana para esperar el momento en el que se realizaría su sueño. Pronto vio llegar a un hombre deslumbrante como el sol en la sombra.

Era, desde luego, el rostro con el que había soñado. Acogió al extranjero como a un visir y dos océanos de amor se reunieron. El anfitrión y su huésped se hicieron amigos y el sultán dijo:

“Mi verdadera amada eras tú y no esta sirvienta. En este bajo mundo, hay que acometer una empresa para que se realice otra. ¡Soy tu servidor”.

Se abrazaron y el sultán añadió:

“¡La belleza de tu rostro es una respuesta a cualquier pregunta!”.

Mientras le contaba su historia, acompañó al sabio anciano junto a la sirvienta enferma. El anciano observó su tez, le tomó el pulso y descubrió todos los síntomas de la enfermedad. Después, dijo:

“Los médicos que te han cuidado no han hecho sino agravar tu estado, pues no han estudiado tu corazón”.

No tardó en descubrir la causa de la enfermedad, pero no dijo una palabra de ella. Los males del corazón son tan evidentes como los de la vesícula. Cuando la leña arde, se percibe. Y nuestro médico comprendió rápidamente que no era el cuerpo de la sirvienta el afectado, sino su corazón.

Pero, cualquiera que sea el medio por el cual se intenta describir el estado de un enamorado, se encuentra uno tan desprovisto de palabras como si fuera mudo ¡Sí! Nuestra lengua es muy hábil en hacer comentarios, pero el amor sin comentarios es aún más hermoso. En su ambición por describir el amor, la razón se encuentra como un asno tendido cuan largo es sobre el lodo. Pues el testigo del sol es el mismo sol.

El sabio anciano pidió al sultán que hiciera salir a todos los ocupantes del palacio, extraños o amigos.

“Quiero, dijo, que nadie pueda escuchar a las puertas, pues tengo unas preguntas que hacer a la enferma”.

La sirvienta y el anciano se quedaron, pues, solos en el palacio del sultán. El anciano empezó entonces a interrogarla con mucha dulzura:

“¿De dónde vienes? Tú no debes ignorar que cada región tiene métodos curativos propios. ¿Te quedan parientes en tu país? ¿Vecinos? ¿Gente a la que amas?”.

Y, mientras le hacía preguntas sobre su pasado, seguía tomándole el pulso.

Si alguien se ha clavado una espina en el pie, lo apoya en su rodilla e intenta sacársela por todos los medios. Si una espina en el pie causa tanto sufrimiento, ¡qué decir de una espina en el corazón! Si llega a clavarse una espina bajo la cola de un asno, éste se pone a rebuznar creyendo que sus voces van a quitarle la espina, cuando lo que hace falta es un hombre inteligente que lo alivie.

Así nuestro competente médico prestaba gran atención al pulso de la enferma en cada una de las preguntas que le hacía. Le preguntó cuáles eran las personas con quienes vivía y comía. El pulso permanecía invariable hasta el momento en que mencionó la ciudad de Samarkanda. Comprobó una repentina aceleración. Las mejillas de la enferma, que hasta entonces eran muy pálidas, empezaron a ruborizarse. La sirvienta le reveló entonces que la causa de sus tormentos era un joyero de Samarkanda que vivía en su barrio cuando ella había estado en aquella ciudad.

El médico le dijo entonces:

“No te inquietes más, he comprendido la razón de tu enfermedad y tengo lo que necesitas para curarte. ¡Que tu corazón enfermo recobre la alegría! Pero no reveles a nadie tu secreto, ni siquiera al sultán”.

Después fue a reunirse con el sultán, le expuso la situación y le dijo:

“Es preciso que hagamos venir a esa persona, que la invites personalmente. No hay duda de que estará encantado con tal invitación, sobre todo si le envías como regalo unos vestidos adornados con oro y plata”.

El sultán se apresuró a enviar a algunos de sus servidores como mensajeros ante el joyero de Samarkanda. Cuando llegaron a su destino, fueron a ver al joyero y le dijeron:

“¡Oh, hombre de talento! ¡Tu nombre es célebre en todas partes! Y nuestro sultán desea confiarte el puesto de joyero de su palacio. Te envía unos vestidos, oro y plata. Si vienes, serás su protegido”.

A la vista de los presentes que se le hacían, el joyero, sin sombra de duda, tomó el camino del palacio con el corazón henchido de gozo. Dejó su país, abandonando a sus hijos, y a su familia, soñando con riquezas. Pero el ángel de la muerte le decía al oído:

“¡Vaya! ¿Crees acaso poder llevarte al más allá aquello con los que sueñas?”.

A su llegada, el joyero fue presentado al sultán. Este lo honró mucho y le confió la custodia de todos sus tesoros. El anciano médico pidió entonces al sultán que uniera al joyero con la hermosa sirvienta para que el fuego de su nostalgia se apagase por el agua de la unión.

Durante seis meses, el joyero y la hermosa sirvienta vivieron en placer y en el gozo. La enferma sanaba y se volvía cada vez más hermosa.

Un día, el médico preparó una cocción para que el joyero enfermase. Y, bajo el efecto de su enfermedad, este último perdió toda su belleza. Sus mejillas palidecieron y el corazón de la hermosa sirvienta se enfrió en su relación con él. Su amor por él disminuyó así hasta desaparecer completamente.

Cuando el amor depende de los colores o de los perfumes, no es amor, es una vergüenza. Sus más hermosas plumas, para el pavo real, son enemigas. El zorro que va desprevenido pierde la vida a causa de su cola. El elefante pierde la suya por un poco de marfil.

El joyero decía:

“Un cazador ha hecho correr mi sangre, como si yo fuese una gacela y él quisiera apoderarse de mi almizcle. Que el que ha hecho eso no crea que no me vengaré”.

Rindió el alma y la sirvienta quedó libre de los tormentos del amor. Pero el amor a lo efímero no es amor.

¿Algún comentario?
Gracias y feliz día

lunes, 23 de abril de 2012

PERFECCIONES

Estamos demasiado acostumbrados a pensar en términos de “perfección”. En muchas ocasiones pedimos que nuestros hijos, nuestra pareja, nuestro mundo material se acerque al modelo de lo perfecto que navega en nuestra mente como deseable.
Nos cuesta entender que la perfección es un concepto relativo que se ajusta a parámetros del tiempo y el espacio en el que vivimos. Pero nos cuesta aún más comprender que nunca analizamos lo que ofrecemos y que nuestra voluntad de dar es, frecuentemente, menor que la de exigir.
Por otra parte, ajustarse a referentes e lo que la moda, el uso o la costumbre determinan como perfecto tiene un altísimo riesgo y un coste inmenso. Siempre perdemos lo mejor nuestro en ese intento de ser o pedir lo que no somos y no tenemos.
Antes de lanzarnos a la conquista de lo perfecto, examinamos nuestro corazón, abramos nuestra mente y simplemente caminemos hacia lo mejor, siendo nosotros mismos el referente inmediato.
Os dejo un cuento de Nasrudín donde las aspiraciones chocan con la realidad de una forma simple y sencilla.

La mujer perfecta
Nasrudin conversaba con un amigo.
- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Nasrudin. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
- ¿Y por qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.

domingo, 22 de abril de 2012

DOMINGO LITERARIOS

FLOR DE ESPERANZA
Sobre la espalda me he colocado la mochila del tiempo
No como carga, sino como esperanza.
Cuando se cesa de llamarle tiempo al tiempo
 y se le da su verdadero nombre
que es esperanza,
aunque se lleve sobre los hombros
o dentro de una mochila sobre la espalda,
su carga deja de ser peso,
su peso deja de ser carga,
y en el mismo punto donde debería
haberse formado una herida,
allí crecen unas alas (…)
¿Acaso a una madre le pesa su criatura
Mientras ha de amamantarla?
¿Acaso los árboles le pesan al bosque
Y la nieve a las montañas?
¿Acaso a un camello le pesan las jorobas
Y a los pájaros sus alas?.
Cuando se cesa de llamarle tiempo al tiempo
Y se le da su verdadero nombre
Que es el de Esperanza,
Los años dejan de ser barrotes
Aprisionando más y más
La juventud del alma;
Dejan de ser una vuelta más de tuerca
Sobre el tornillo del odio
Que convierte en cuencas vacías
Las miradas
Dejan de ser los grilletes que rompen
Los tobillos de los sueños
Y que hacen a la dulzura de la vida tornarse
Primero insípida y luego, amarga.
Cuando el tiempo deja de ser únicamente
Años que pasan,
Cuando muere como tiempo
Y nace como Esperanza,
Entonces la libertad deja
De ser por fin, solo una palabra
Condenada a vivir solo en las metáforas,
Para hacerse carne y sangre
En las entrañas.
Nunca ha sido tarde, nunca es tarde
Nunca será tarde, para abrir
De par en par cada ventana,
Y sacar a orear todos los sueños
Que se quedaron pegados a las sábanas (…)
Porque el tiempo es solamente una cáscara
Que al romperse deja salir al polluelo,
Y el polluelo es lo importante, es la Esperanza.

José Mª Blanco
“Las flores del jardín de Dios”