EL VALOR DE LO PERDIDO
En el alto cerro del amargo recuerdo,
revolotean maltrechos los cuervos,
animados por el ala rota del olvido
Y juegan ávidos a esconderse,
Para ver quién gana la presa fresca
Atrapada en el indolente quejido.
Picotean, nimios, la rebosante ansia
De la boca nueva que reclama abierta,
La lengua de fuego del tiempo perdido.
Y acuden todos a la misma carne,
Putrefacta y deshecha,
en la masa etérea de mis gemidos.
Y beben mis lágrimas como si libasen
el sagrado néctar de lo prohibido.
Entre tinieblas se divisan, los restos,
Sin aliento, del alma rota,
Abandonada, silenciosa y yerta,
Desnuda de la seda fina,
De la que estaba hecho su tejido.
Recoger quisiera en una caja,
De satén y perlas con brillo,
Lo que queda de aquella niña
Inocente y dulce, confiada en todo
Con la venda de la justicia
Ceñida a su corazón dormido.
Y saber, por siempre,
fuera ya del sepulcro blanqueado,
Que mucho ha sido el dolor
Y poco lo perdido.