Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


sábado, 20 de abril de 2013

DOMINGOS LITERARIOS



ENTRE LAS CUERDAS DEL TIEMPO
Hay un tiempo nuevo
 y un tiempo viejo;
un tiempo sin fechas
 que no aparece en calendarios,
un tiempo sin esperas,
sin relojes, ni manillas,
sin semanas, ni días,
sin estar escrito en anuarios.
Sin atrás ni adelante,
 sin pasado ni futuro,
sin presente y sin horario.
Hay un tiempo fértil
creciendo en ninguna parte
 que toma alas y se eleva
 desde mi frente hasta tu armario.
Hay un tiempo lleno de silencio
 que se duerme lento y ciego
ocultándose para no vernos,
tras las cortinas opacas
de tu  pensamiento
Hay un tiempo blanco y uno negro.
 Uno áspero y otro tierno.
Hay un tiempo ajeno y otro nuestro
Un tiempo vivido y otro muerto.
No lo dudes amor mío,
Yo siempre seré tu tiempo
aunque esté contigo,
 no estando…
en primavera y en invierno…
aunque no sea…
Y aún siendo.
                    FLOR Y NATA

LA OVEJA Y EL TIGRE




Érase una tigresa que estaba en muy avanzado estado de gestación. Eso no le refrenaba sus impulsos felinos de abalanzarse contra los rebaños de ovejas. Y en una de esas ocasiones alumbró un precioso cachorro que apenas logró sobrevivir al parto.

 El cachorro fue recogido por las ovejas. Se hicieron cargo de él, dándole de mamar y cuidándolo con mucho cariño. El felino creció entre las ovejas, aprendió a pastar y a balar. Su balido era un poco diferente y chocante al principio, pero las se acostumbraron.  Aunque era una oveja corporalmente bastante distinta a las otras, su temperamento era como el de las demás y sus compañeras y compañeros estaban muy satisfechos con
la oveja-tigre. Y así fue discurriendo el tiempo. La oveja-tigre era
mansa y delicada.

Una mañana clara y soleada, la oveja-tigre estaba pastando con gran disfrute. Un tigre se acercó hasta el rebaño y todas las ovejas huyeron, pero la oveja-tigre, extasiada en el alimento, seguía pastando. El tigre la contempló sonriendo. Nunca había visto algo semejante. El tigre se aproximó al cachorro y, cuando éste levantó la cabeza y vio al animal, exhaló un gritó de terror. Comenzó a balar desesperadamente.
- Cálmate, muchachito - le apaciguó el tigre -. No voy a hacerte
nada. Al fin y al cabo somos de la misma familia.
- ¿De la misma familia? - replicó sorprendido el cachorro -. Yo no
soy de tu familia, ¿qué dices? Soy una oveja.
- Anda, acompáñame - dijo el tigre.
El tigre-oveja le siguió. Llegaron a un lago de aguas tranquilas y
despejadas.
- Mírate en las aguas del lago - dijo el tigre al cachorro.
El tigre-oveja se miró en las aguas. Se quedó perplejo al contemplar
que no era parecido a sus hermanas las ovejas.
- Mírame a mí. Mírate a ti y mírame a mí. Yo soy un poco más
grande, pero ¿no compruebas que somos iguales? Tú no eres
una oveja, sino un tigre.
El tigre-oveja se puso a balar.
- No bales - le reprendió el tigre, y a continuación le ordenó -: Ruge.
Pero el tigre-oveja siguió balando y, en días sucesivos, aunque el tigre trató de persuadirle de que no era una oveja, siguió pastando. Unas semanas después el tigre le trajo un trozo de carne cruda y le conminó a que lo comiera. En el mismo momento en que el tigre-oveja probó la carne cruda, tuvo conciencia de su verdadera identidad, dejó el rebaño de ovejas, se marchó con el tigre y llevó la vida propia de un felino.

Efectivamente, uno aprende a ser de determinada manera desde la infancia pero hay un instinto heredado, un carácter propio y una naturaleza intrínseca que nos define. Moldeable y modelable, sin duda, en función del contexto en el que vivimos.

Nada es mejor ni peor, solamente distinto. Si logramos descubrir cómo somos y encontrar nuestro camino, habremos aprendido a ser consecuentes con nuestra naturaleza recogiendo del medio todo lo mejor.

 Una de las mejores formas de comenzar el día feliz es sonriéndole para que todo comience disponiéndose a nuestro favor y no en contra, o al menos sepamos transformarlo.
¡Así os saludo y dejo mi sonrisa matinal!


jueves, 18 de abril de 2013

EL PELIGRO DEL AUTOENGAÑO



A veces, uno vive la vida engañando a otros. Otras haciéndose el engañado y la mayoría auto engañándose. Y esa es la opción peor. Porque cuando engañamos a otros caemos en un error de respeto por la persona que tenemos enfrente y tal vez, de desconsideración y de ultraje, pero cuando nos engañamos a nosotros mismos perdemos toda la posibilidad de rescatarnos de los errores y las equivocaciones quedando abocados al sufrimiento, sin remedio.
Sabemos que la mentira propia, la que nos contamos a nosotros, en su fondo, grita la verdad descarnadamente pero logramos taparla muy bien. Nos perdonamos con demasiada facilidad y con ello, entramos en una dinámica de escaladas continúas a un reino de taifas en el que nunca ganamos.
Ser sincero con uno mismo tiene costes, en ocasiones muy altos. Equivale a arriesgarse a que no nos guste lo que vemos cuando miramos al espejo del alma. Significa enfrentarnos con la verdad y tener que asumirla. Supone reñirnos a nosotros mismos, vernos desde fuera y mandarnos rectificar.
La mayoría de las veces preferimos ocultarlo tras la liviandad de quitar importancia a lo que hacemos, elegimos lo bueno de lo malo y nos quedamos con lo que parece que no nos culpa.
El autoengaño nos lleva a vivir una vida que no es la nuestra. A estar en el alma de otro, a ultrajar nuestro corazón hasta dejarlo seco y cuando queremos rescatarlo para entregarlo a quien lo merece, no logramos encontrrlo ya. Lo hemos perdido para siempre sin habernos enterado que ya no es nuestro.
Nos engañamos cuando mentimos a quien amamos o a los que son bondadosos para nosotros, cuando componemos las situaciones para que parezcan otras, cuando somos desleales o infieles. Nos engañamos cuando queremos hacer ver la claridad a los demás, mientras navegamos entre tinieblas, cuando estando lejos de la verdad queremos acercar un simulacro de ella a los oídos que nos escuchan. Y lo más mezquino es que en todo este proceso, nos creemos mejores, más inteligentes e infinitamente más hábiles para andar por la vida.
Yo me pregunto si esas personas algún día sabrán quién viste sus pantalones y quién cabe en su corazón. Me pregunto si podrán entregarlo, algún día, sin tener la certeza de que regalan humo a quien espera simplemente encontrar su verdad.

miércoles, 17 de abril de 2013

CUENTO ORIENTAL



El anciano

Un hombre de avanzada edad llamó a la puerta de un monasterio.
Aunque era analfabeto y muy ignorante, vibraba en él el deseo de
purificarse y encontrar la libertad interior.
Solicitó humildemente que le aceptasen como novicio, pero los monjes y el abad del monasterio se dieron cuenta de que era analfabeto y de muy corto entendimiento intelectual. Le consideraron totalmente incapacitado para leer los sermones de Buda, recitar mantras o poder efectuar las ceremonial sagradas. Pero contemplaban en el anciano mucha motivación espiritual y un ardiente deseo por perfeccionarse.
¿Qué hacer, pues? No podía llevar a cabo ningún tipo de estudios, no entenderla la esencia de los métodos meditacionales y ni siquiera comprendería el sentido de los rituales. ¿Qué hacer entonces?
El abad y los monjes hablaron sobre el tema unos minutos y
decidieron permitir al hombre que se quedara en el monasterio. Pero, aunque fuere porque no se sintiera humillado, alguna ocupación había asignarle. Le dieron una escoba y le dijeron que se encargará de mantener limpio el jardín del monasterio.
Fueron transcurriendo los meses y los años. El anciano se aplicaba con minuciosidad y esmero en su sencilla tarea. Poco a poco los lamas comenzaron a percibir cambios en la actitud del barrendero.

¡Se leveía tan sosegado, contento y equilibrado! De todo él emanaba una atmósfera de paz infinita y contagiosa. Los monjes comenzaron a darse cuenta de que el anciano había ido consiguiendo un notable y evidente avance espiritual, un gran progreso anímico. Siempre era afectivo, nunca se inmutaba y era ecuánime en las palabras. Los monjes, extrañados, decidieron preguntar al barrendero qué prácticas o métodos especiales había desarrollado para conseguir un estado de
mente tan lúcido, estable y ecuánime.

 El anciano dijo:
- No, amigos, no he hecho nada especial, podéis creerme.
Diariamente, con mucha atención, me he dedicado a limpiar el
jardín. He puesto, eso sí, mucho esmero y amor cada vez que
barría las hojas, y cada vez que barría la basura y limpiaba el
jardín pensaba que estaba barriendo la basura de mi corazón y
limpiando mi espíritu. La verdad es que así, día a día, me he ido
sintiendo más sosegado, contento y lucido.

Una conclusión que se me ocurre es que la virtud nada tiene que ver con la erudición, tampoco la sabiduría con adquirir conocimientos. La experiencia interiorizada, aún en lo más simple de la vida, nos puede hacer comprender con la luz del alma.
Espero que os haya gustado.