Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 10 de mayo de 2011

Mirando al horizonte

La vida es una Maestra silenciosa que quiere ayudarnos a aprender. Las lecciones que nos enseña son, casi siempre, las que necesitamos integrar a la conducta para avanzar siempre en nuestra mejora. Puede que éstas, según diversas teorías orientalistas, sean  lecciones que hemos escogido aprender antes de nacer. O puede que sean las que otros escogieron por nosotros para dirigir nuestro crecimiento, tal vez sin ánimo de dominar nuestra vida, pero sí con la disposición de condicionarla para siempre al escoger por nosotros, lo bueno y lo malo de cada instante.

Lo cierto es que nadie puede aprender por otro y de muy poco valen las enseñanzas que la experiencia pone en boca o en manos del ajeno. Uno debe experimentar por sí mismo el resultado de sus acciones y darse cuenta que cada acto tiene unas consecuencias, a veces, irrefutables. Pero incluso en esos casos, en los que nada puede hacerse tras una actuación equivocada...aún queda la esperanza de que sirva, al menos, como ejemplo de lo que nunca debió suceder.
Generación tras generación, los padres han intentado salvar a sus hijos de los sufrimientos que acarrean los fracasos. En un acto de infinita protección, han pretendido dejar a éstos en un lado del camino pedregoso hasta que quede libre de baches. Han querido poner la sabiduría de sus cicatrices a disposición de los que comienzan a vivir. Y siempre, el resultado es el mismo. El rechazo de lo que ofrecen como su mayor tesoro. Pero en realidad, no puede ser de otra forma porque el aprendizaje de cada uno es intransferible. Nadie es idéntico a nadie. Tampoco lo son las circunstancias. Ni siquiera el impulso vital que nos anima a cada cual puede compararse. Nada de lo que se cuente puede transferir en el otro los resultados de vivir. Todos debemos experimentar el dolor, los errores, los fracasos, el amor, la pasión, el odio y hasta el aburrimiento. Porque con seguridad, en ninguno de nosotros será igual, como tampoco pueden serlo las vías de solución que los problemas requieran en cada circunstancia.
La libertad de dejar hacer, sin embargo, no entra en disputa con la sabia orientación de lo que cada uno sabe dentro de sí. Aceptar las diferencias y comprender que cada cual tiene que hacer su camino nos permite soltar amarras, dejar que construyan su vida. A los sumo, sería posible ofrecer herramientas que faciliten el trabajo, siempre que sean aceptadas. Nada puede imponerse a la fuerza porque quienes creemos tener en nuestro poder el arma del conocimiento, en una situación determinada, no logramos asumir que el que está delante es como el alumno que se sienta en una clase de física cuántica a escuchar, al maestro, un tema que va mucho más allá de lo que puede comprender. La única respuesta será el silencio...acompañada de unas tremendas ganas de escapar de allí.

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