Creemos estar en posesión de la verdad. La que sentimos única y la que procuramos que todos logren abrazar como nosotros hacemos. Sin pretenderlo, aspiramos a igualar el criterio de los demás al que se expresa para nosotros como acertado. Queremos llevar a nuestro campo de batalla a quienes no piensan igual que nosotros e incluso, nos enfadamos si por último su opinión sigue equidistante de la nuestra.
Nadie es igual a otro. Ni las circunstancias son ni han sido las mismas. En la fragua de los sinsabores hemos tenido experiencias muy diversas y en aquellas del ansiado placer, también nos hemos encontrado con lujos diferentes. Hemos nacido, crecido y madurado bajo consignas educativas, afectivas y normativas radicalmente distintas y a pesar de todo…pretendemos que el resto siga pensando como nosotros.
Nuestra verdad es solamente válida para nosotros. Es perfecta en nuestra visión imperfecta. Limitada y acotada por las orejeras que los prejuicios, las inseguridades, los temores y las angulosas perspectivas, en las que nos hemos formado y deformado, han dispuesto para ella. Pero se nos presenta celosa de nuestra defensa y enconadamente asfixiante en sus manifestaciones.
No nos damos cuenta que las grandes verdades que tanto defendemos, y que parten de afuera, han sido modeladas por la historia, recompuestas por la moda y reformadas por cada personaje líder que las ha alimentado.
Las otras, las pequeñas convicciones que sentimos como verdades personales, también arrastran el lastre de nuestra tiranía. Vistas con nuestros ojos de jueces implacables y verdugos sumisos, tratan de invadirnos por completo cuando se sienten amenazadas por las persuasiones de otros.
No puede existir una verdad que acomode dentro de sí a todos. No podemos hablar de la verdad como bandera y señero de lo único irrefutable.
Todos somos la verdad. La propia. La que vivimos según nuestro peculiar punto en el camino evolutivo que transitemos. Verdades que sometemos a revisiones, que modelamos y cambiamos, en las que nos damos cuenta que se desplazan al vaivén de nuestro crecimiento espiritual y en las que seguro, nos apoyaremos para encontrar otras, diferentes, capaces de seguir siendo únicas para nosotros, en cada momento.
El peor error es no ceñir su vigencia al ámbito de nuestra persona. Si logramos hacerlo así, con el tiempo entenderemos que las verdades de los demás pueden también llegar a ser nuestras…algún día. Tal vez.