Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 16 de mayo de 2012

LA TRAMPA DEL ESCÉPTICO

La fe no se compra, ni se aprende, ni se copia, ni se enseña. No se regala, ni se piensa, ni se examina. Se siente o no.
Uno puede no adherirse a ninguna religión. Puede no querer involucrarse en ningún sistema de pensamiento concreto, en ninguna teoría. Incluso puede no querer seguir a ningún personaje público, histórico o legendario por no atar su voluntad a ningún axioma incuestionable.
No se trata de libertad. Se trata de necesidad. La creencia o la fe van más allá de lo que uno puede y quiere, más allá de lo que se programa o lo que se prevé, más allá de lo que se quiere o lo que se anhela.
La fe se relaciona con una necesidad profunda de protección y cobijo. Con la absoluta premura de sentirnos arropados en nuestras quimeras más allá de los regocijos familiares o de amistad.
Donde nadie puede llegar, llega ella. Por eso se convierte en una necesidad aunque uno no lo quiera.
Hay determinados tipos de fe que son momentáneos. Uno cree ante un inminente peligro, ante el problema irresoluble, ante la condena de una enfermedad, ante la desesperación y el desconcierto. Otras veces, la creencia es permanente e invasiva y sirve para confiar plenamente en que el azar está de nuestro lado y justificar lo que de negativo nos llegue.
Hay una fe reposada e invisible. Una fe silenciosa y determinante. Una fe que no espera nada cambio. Una fe que permanece quieta en algún rincón de nuestra conciencia para salir a nuestro encuentro cuando de verdad  nuestro equilibrio depende de ello.
La fe puede inmolarse en aras de conquistar una imagen de uno mismo autosuficiente y distante de lo que el incrédulo supone un espejismo. Sin embargo, la fe nos sorprende muchas veces apareciendo cuando menos lo esperamos y cuando más lo necesitamos.
Estamos hechos de fe. Los que nos trajeron al mundo, creyeron, en su proyecto. Nosotros podemos decir que no creemos en nada, pero siempre nos quedará el “nosotros mismos” como apoyo incondicional del más escéptico.
Lo que no se da cuenta el que dice no creer es que adora a un dios escondido que se confunde consigo mismo sin advertirlo y que de cualquier modo…no puede resistirse a lo que le constituye.
Es curioso como entre mis alumnas hay alguna que dice no creer…pero sorpresivamente sigue viniendo a escuchar todo lo que en la fe se fundamenta.
Por algo será.

3 comentarios:

  1. Todos creemos, todos tenemos fé, de lo contrario el ser humano no sería capaz de sobrevivir a un mundo desesperanzado. Y cualquier detallito puede sorprender al más excéptico de todos. La vida no puede contemplarse sin creer en algo, llamémoslo del modo que queramos, miremos donde miremos allá está la vida y el observador. No hay escapatoria posible para los excépticos.
    Un beso

    ResponderEliminar
  2. Espero que sepáis perdonar mis faltas de ortografía. Dejaré mi "excepticismo" y me sumo a la fe, palabra cortita y fácil, que abarca mucho más.

    ResponderEliminar
  3. Curioso Xara, sí...efetivamente estoy segura de que no hay escépticos absolutos ni permanentes. Todos creemos en algo, o lo creemos alguna vez. De cualquier forma sigo creyendo que a la base de la creencia está la necesidad de estar protegidos.
    !Qué cálida sensación cuando te protegen, te miman, te acompañan...te aman!!
    Besitos de buenos días!

    ResponderEliminar