Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 29 de octubre de 2013

LUNA DE MIEL



Siempre me ha encantado esta expresión. Será porque adoro a la luna y porque la miel me encanta. De cualquier forma, me gusta el romanticismo y el dulce me apasiona. Sin embargo, la luna de miel es una forma de imaginar la exquisita brevedad con la que se difumina, a veces, la pasión, la ternura y la entrega en las parejas que la viven cada vez que se formaliza un contrato de matrimonio.
         He pensado muchas veces, que en realidad para sentirnos unidos a una persona no es necesario un documento, ni una firma, ni un sello. Que esto, en ocasiones, en vez de unir, separa y obliga. Y que donde debería existir la palabra libertad, se colocan la palabra condena.
         En verdad, la luna marca un ritmo geovital increíble. Las mareas, el ciclo menstrual, los alumbramientos, las pasiones y los odios, la locura y la cordura quedan bajo su influjo. Sería genial que el amor que se profesan dos personas quedase alienado con ella y, de alguna forma, pudiese crecer cuando decrece y hacerse nuevo y lleno cuando necesita renovarse. De este mismo modo, la miel podría derramarse derrochando dulzura por los corazones de los que se entregan y libar de ella cuando las amarguras aparezcan.
         La luna de miel no puede durar una noche, ni unos días… es necesario que dure siempre y que mientras se renueva continuamente el cántaro de la dulce pócima, vayamos contando bajo la luz del astro de la noche, todas y cada una de las verdades que el otro deba saber. Desde expresar lo que sentimos hasta olvidar lo que nos ha hecho daño. Desde mirar a los ojos con limpieza y sencillez, hasta entregar lo mejor nuestro en cada acto por la felicidad de lo que más queremos.
         La luna debe estar siempre reflejada en los ojos del que nos mira con amor        y la miel no debe faltar nunca en el estante del corazón a pesar de las dificultades que nos sobrevengan.
         No cabe duda que con luz y con dulzura cualquier pena se supera, cualquier malestar se aminora y ninguna desgracia perdura por siempre.
         Así debe ser la Luna de Miel, de lo contrario esta expresión queda sin sentido.

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