Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


martes, 6 de agosto de 2013

NUESTRO DIÁLOGO INTERNO



         Continuamente hablamos con nosotros. Mantenemos un diálogo interno en el cual somos juez y parte. Conversamos sin cesar. Lo peor es el sentido y la dinámica de nuestras propias confidencias. Si nos damos cuenta veremos que no hay persona con la que hablemos más, porque hasta cuando estamos con gente, continuamente evaluamos lo que vivimos y de ahí se genera nuevamente un debate interno mediante el cual vamos cimentando el escenario en el que nos movemos.
         Lo peor  no es tenernos enfrente cara a cara en el interior. Tampoco que nos hablemos valorando cada persona, circunstancia o situación que vivimos, lo más complicado es que este diálogo no nos mantenga en alerta permanente contra todos y contra todo y sin embargo lo hago contra nosotros mismos en un juicio sin fin en el que siempre perdemos.
         Es difícil evaluar la realidad porque hay muchos factores que entran en juego. Los referentes internos basados en  creencias exageradas, a veces, o distorsionadas por lo que hemos vivido anteriormente, van condicionando nuestro juicio sobre la cantidad de bondad o maldad que tiene cada situación para nosotros.
         En el fondo todo se resuelve en términos de afecto. Me gusta, me hace sentir bien, estoy cómodo, me ilusiona, me fascina, me llena de plenitud…o por el contrario, me molesta, me incomoda, me hace estar alerta, me desespera, me irrita, me entristece…son estados emocionales que inequívocamente, aunque sea de modo inconsciente, se desprenden de cada circunstancia que vivimos. Esa valoración vital del día a día y de las personas que se cruzan en nuestro camino, nos acercan o nos alejan de lo que vamos viviendo.
         Si pudiésemos seguir estos estados internos, basados en las sensaciones y en la intuición que aporta lo que tenemos delante de nuestro corazón, posiblemente habríamos encontrado el camino hacia las relaciones exitosas y por tanto a  la felicidad. Pero esto no es posible. Uno tiene que soportar situaciones que le desagradan y aprender a rodearlas y tiene que gozar con aquellas que le hacen feliz y aprender a disfrutarlas.
         Hablar con nosotros mismos tiene un precio muy alto cuando lo hacemos mal, porque el resultado de nuestros juicios suele ir en nuestra contra. Estamos acostumbrados al sufrimiento, a la infravaloración y al victimismo. A sentirnos solos, a considerar que, a veces, nada está a nuestro favor y a condenarnos por ello, como personas que rozan el infortunio.
Tenemos la necesidad de cambiar los pensamientos que nos acompañan porque si solamente son verdugos que ejecutan sentencias y abren brechas en el corazón, acabaremos muy mal. Hay que seguir el instinto de supervivencia y disponer la mente a nuestro favor. Para ello, empezaremos por defendernos, hasta el extremo, de cada mínima idea que quiera enfrentarnos a nosotros mismos y antes de perdonar al contrario, comencemos por sentir compasión de nuestro pequeño corazón lleno de ganas de amar y ser amado.
         Empecemos, pues, a amarnos nosotros…y el resto si quieren acompañarnos serán bienvenidos.

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