La cultura que llevamos a cuestas, desde nuestra escolarización infantil, ha minado la forma de percibir la realidad y nos ha instalado en parámetros de erudición y cuantificación que todo lo pueden. No se califica ni se mide, en todo el recorrido académico de una persona, ni la capacidad de escucha, la empatía, el autodominio, la sabiduría práctica, el liderazgo, el coraje, la compasión y tantas y tantas cualidades que más tarde marcan el éxito en la vida y la felicidad en las vivencias.
Pero a lo largo de ella, nos damos cuenta que en algún momento tenemos que cambiar para vivirla mejor y en ese caso comprobamos que no es un asunto de erudición y conocimientos lo que nos ocupa, sino de motivación, ilusión y valor. Porque sentirse motivado es la única razón para sacar el valor suficiente e iniciar el camino, para aflorar lo que permanece oculto e inexplorado en el interior. Durante el trayecto, percibimos que gran parte de la angustia y el sufrimiento que experimentamos es optativo. Que ante lo que nos sucede siempre tenemos la opción de buscar oportunidades de crecimiento y transformar así lo que tildamos de fracaso, error o equivocación en un medio de no repetir la misma conducta para obtener diferentes resultados. Advertimos, si somos capaces de detenernos y observarnos, que estamos llenos de energía, de sabiduría natural, de creatividad y del suficiente amor como para poder con cualquier situación que se nos presente. Y poco a poco, llegamos a la conclusión que cuanto más convencidos estemos de nuestro poder interior mejor conectamos con las bondades del universo y más plenamente se disponen éstas a nuestro favor.
Optar por el sufrimiento nunca ayuda. Nos somete, en la cueva negra del aislamiento, a torturas psicológicas tremendas de las que no sabemos cómo salir. La forma de ver las cosas tiene mucho que ver en la manera de responder a ellas. El cambio, la variación y la modificación de las circunstancias son un hecho del que no podemos evadirnos. Cuánta mayor capacidad de adaptación tengamos mejor nos irá y más fácilmente lograremos ser felices. Una persona bloqueada emocionalmente está también anulada intelectualmente. Nosotros mismos caemos en un bajón de nuestras posibilidades mentales cuando cedemos a la angustia y el desasosiego.
Lo que hace insoluble la mayor parte de los problemas no es la dificultad que estos presentan en sí, sino esa sensación de pequeñez que nos inunda en el momento de hacerlos frente.
Usemos el contenido de la frase de Marcel Proust cuando decía que “ el verdadero acto de descubrimiento no consiste en salir a buscar nuevas tierras, sino en aprender a ver la tierra vieja con nuevos ojos”. Por ahí debemos comenzar.