Abriendo la puerta...

"Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera"

Francoise de la Rochefoucauld


miércoles, 7 de diciembre de 2011

EL SUFRIMIENTO OPTATIVO

La cultura que llevamos a cuestas, desde nuestra escolarización infantil,  ha minado la forma de percibir la realidad y nos ha instalado en parámetros de erudición y cuantificación que todo lo pueden. No se califica ni se mide, en todo el recorrido académico de una persona, ni la capacidad de escucha, la empatía, el autodominio, la sabiduría práctica, el liderazgo, el coraje, la compasión y tantas y tantas cualidades que más tarde marcan el éxito en la vida y la felicidad en las vivencias.
Pero a lo largo de ella, nos damos cuenta que en algún momento tenemos que cambiar para vivirla mejor y en ese caso comprobamos que no es un asunto de erudición y conocimientos lo que nos ocupa, sino de motivación, ilusión y valor. Porque sentirse motivado es la única razón para sacar el valor suficiente e iniciar el camino, para aflorar lo que permanece oculto e inexplorado en el interior.  Durante el trayecto, percibimos que gran parte de la angustia y el sufrimiento que experimentamos es optativo. Que ante lo que nos sucede siempre tenemos la opción de buscar oportunidades de crecimiento y transformar así lo que tildamos de fracaso, error o equivocación en un medio de no repetir la misma conducta para obtener diferentes resultados. Advertimos, si somos capaces de detenernos y observarnos, que estamos llenos de energía, de sabiduría natural, de creatividad y del suficiente amor como para poder con cualquier situación que se nos presente. Y poco a poco, llegamos a la conclusión que cuanto más convencidos estemos de nuestro poder interior mejor conectamos con las bondades del universo y más plenamente se disponen éstas a nuestro favor.
Optar por el sufrimiento nunca ayuda. Nos somete, en la cueva negra del aislamiento, a torturas psicológicas tremendas de las que no sabemos cómo salir. La forma de ver las cosas tiene mucho que ver en la manera de responder a ellas. El cambio, la variación y la modificación de las circunstancias son un hecho del que no podemos evadirnos. Cuánta mayor capacidad de adaptación tengamos mejor nos irá y más fácilmente lograremos ser felices. Una persona bloqueada emocionalmente está también anulada intelectualmente. Nosotros mismos caemos en un bajón de nuestras posibilidades mentales cuando cedemos a la angustia y el desasosiego.
Lo que hace insoluble la mayor parte de los problemas no es la dificultad que estos presentan en sí, sino esa sensación de pequeñez que nos inunda en el momento de hacerlos frente.
Usemos el contenido de la frase de Marcel Proust cuando decía que “ el verdadero acto de descubrimiento no consiste en salir a buscar nuevas tierras, sino en aprender a ver la tierra vieja con nuevos ojos”. Por ahí debemos comenzar.

martes, 6 de diciembre de 2011

INTELIGENCIAS MÚLTIPLES


Solemos pensar que la base del éxito está, fundamentalmente, en la inteligencia. Creemos que si no se nos dan bien las matemáticas o cometemos faltas ortográficas e incluso nos expresamos con demasiada sencillez, estamos en la media del umbral de la inteligencia y por tanto nos consideramos en la base de la normalidad. Sin embargo, el concepto de inteligencia está cambiando sustancialmente. Una cosa es ser inteligente para estudiar, más capaz de retener, de evocar lo estudiado, de responder con rapidez etc…y otra muy distinta es la habilidad para movernos por la vida. Por ello, en la actualidad, el concepto de inteligencia no se liga a la memorización, a la rapidez lógica, ni a la grandilocuencia verbal, sino a la “capacidad de la persona para resolver problemas”.
         Ahora se comienza a aludir al concepto de inteligencias múltiples. No es conveniente recurrir a una sola inteligencia global y definitoria, sino que podemos tener desarrolladas otras muchas dimensiones de lo inteligente y con ellas ser operativos en la vida y salir airosos de las dificultades que nos proponga.
         Podemos no ser capaces de memorizar una larga serie numérica o de orientarnos en el espacio con lentitud y poca destreza, pero sin embargo, podemos tener muy desarrollada la inteligencia social, o la emotiva o la verbal. Todas aquellas cualidades que contribuyan a resolver con agilidad y acierto los problemas cotidianos, nos hacen inteligentes.
         En muchas ocasiones, no hemos creído en nuestra capacidad mental y tememos enfrentarnos con situaciones nuevas pensando que no seremos capaces de superarlas con éxito. Puede incluso, que nos hayan convencido desde la niñez de que no somos inteligentes, de que nuestra normalidad raya la simpleza y de que nunca seremos nada importante. Puede que nuestra autoestima esté dañada por ello y nos hayamos creído que es así y convencidos …vivamos ejecutando ese papel.
Necesitamos una revisión del concepto de lo que somos. Examinémonos. Pensemos en nuestra capacidad de enfrentarnos a los problemas, en nuestra fortaleza para encontrar soluciones y llevarlas a cabo, en nuestra determinación para continuar en la lucha…y después convenzámonos de que poco importa saber más o menos matemáticas para saber a ciencia cierta que verdaderamente SOMOS INTELIGENTES. Todo nos irá mejor cuando estemos convenidos de ello.

lunes, 5 de diciembre de 2011

FACILITANDO LA VIDA

Cuando la vida te es adversa te das cuenta de lo que vale que alguien te tienda una mano. A veces, con solo arrojarte una sonrisa es suficiente. Un gesto cómplice, un roce inapreciable o una palabra cercana sirven para achicar penas y aliviar la angustia del alma. En los momentos en los que realmente estamos asustados, en aquellos que se escapan a nuestro control, cuando no sabemos qué hacer  y se acaban los recursos…entonces rebuscamos en los afectos cercanos o lejanos. Todo sirve para agarrarnos a la coherencia de seguir en equilibrio y poder dar el salto a la normalidad de nuevo.
         Hay personas que se pasan la vida poniendo zancadillas a su alrededor. Disfrutan viendo cómo tropieza el resto y de ello obtienen una especie de altura que les hace creerse por encima de los demás. Por eso, se empeñan en poner difíciles las cosas a quienes necesitan algo de ellos. Se trata de una superioridad sin fundamento a la que suele acompañar las voces altisonantes,  ironías o sonrisas falsificadas con sello de caducidad.
         No creo en ellos y cada día me provocan más repulsa. Estoy empeñada en facilitar la vida a los que tienen que tratar conmigo porque aunque yo lo haga así, no dejará de existir dificultades que les compliquen su día a día. Y no por ello considero que dulcificando lo que de  mi llegue van a responder peor. Tal vez suceda… y a las buenas intenciones les pongan el apellido de idiotas. Posiblemente, a la bondad se le llame con mucha facilidad, tontería. Pero me quedo gustosa con esos calificativos si al menos, a la mayoría de los que tratan conmigo les es más sencillo vivir a mi lado. Hacer la vida más llana, entre tanta dificultad, no es noñería, ni blandura, ni debilidad. Yo le llamaría un poco de aire fresco durante una tormenta de arena. Un soplo liviano de colaboración para que todo sea más sencillo, una fortaleza añadida para lograr avanzar sin tanto esfuerzo. No es difícil facilitar la vida a los demás. No quiere decir esto vivir sin límites y aceptar que el sometimiento al resto pueda  presuponer que abusarán de las facilidades. Para eso estamos nosotros, para saber frenar a tiempo a quien debamos exigir la responsabilidad que no debe evitarse. Pero si podemos llenar una sonrisa vacía, si podemos completar una mirada ausente o simplemente rebajar la tensión de quienes agobiados nos reclaman, debemos hacerlo.
La vida es un boomerang con un peculiar retorno. Nunca se olvida de quien hizo lo que hizo y cómo lo hizo. Para recoger la cosecha, nos recuerda siempre con la calidad del fruto, que es necesario sembrar y cuidar lo que se siembra. Tendemos a exigir resultados sin atender al cuidado que ponemos en establecer las bases para que estos se den, ni preocuparnos de los procesos que envuelven las circunstancias en las que deben crecer.
Todos sabemos reclamar al otro. Pocos están dispuestos a colaborar con él. Los resultados nunca son unilaterales.
Al menos para mí, poder ser parte de las soluciones, me llena de satisfacción. Ser causa de los impedimentos me sumerge en un estado de malestar continuo que no me compensa. Los demás son como yo. Así quiero tratarlos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

DOMINGOS LITERARIOS

Para desearos un feliz domingo, me acerco hasta vosotr@s con un poema de Benedetti. Un canto a la determinación y  a la pasión con la que se ha de vivir lo sentido. No vale el gris…necesitamos definir el negro o el blanco; no vale el ni…necesitamos conocer el sí o el no. No vale lo templado, lo soso, lo light, lo indefinido, lo indeterminado, lo leve y pasajero. Apostemos por abanderar la fuerza que nace del corazón sin agua tibia…como un torrente que fluye a borbotones arrasando todo aquello que nos hace débiles, inseguros y titubeantes. No dudemos. No hay duda cuando se cree en uno mismo. Ten fe en ti. Lo demás llegará de inmediato.


La esperanza tan dulce
tan pulida tan triste
la promesa tan leve
no me sirve
no me sirve tan mansa
la esperanza
la rabia tan sumisa
tan débil tan humilde
el furor tan prudente
no me sirve
no me sirve tan sabia
tanta rabia
el grito tan exacto
si el tiempo lo permite
alarido tan pulcro
no me sirve
no me sirve tan bueno
tanto trueno
el coraje tan dócil
la bravura tan chirle
la intrepidez tan lenta
no me sirve
no me sirve tan fría
la osadía
sí me sirve la vida
que es vida hasta morirse
el corazón alerta
sí me sirve
me sirve cuando avanza
la confianza
me sirve tu mirada
que es generosa y firme
y tu silencio franco
sí me sirve
me sirve la medida
de tu vida
me sirve tu futuro
que es un presente libre
y tu lucha de siempre
sí me sirve
me sirve tu batalla
sin medalla
me sirve la modestia
de tu orgullo posible
y tu mano segura
sí me sirve
me sirve tu sendero
compañero.
* Me sirve y no me sirve. Autor: Mario Benedetti

sábado, 3 de diciembre de 2011

BARRERAS MENTALES

De todos los muros que se puedan alzar sobre el espacio y el tiempo, posiblemente los más sólidos e indestructibles sean las barreras mentales. Uno actúa tras el miedo, los prejuicios, los estereotipos y las malformaciones de las ideas instaladas en la mente. Se han levantado poco a poco, casi sin darnos cuenta. Y tras ellos nos hemos quedado escondidos al abrigo de la sombra más absoluta. Han hecho su estructura sin nuestro permiso y han dibujado muros sinuosos en donde nos hemos ido recostando cuando los problemas aparecen. Tras ellos, nos escondemos con la vergüenza, la timidez, el temor al qué dirán o la ansiedad de ser el centro de las miradas cuando quisiéramos estar en la oscuridad. Han crecido en manos de otros. Nos los han ido colocando, ladrillo a ladrillo, con la argamasa de lo correcto y lo incorrecto, del bien y del mal particularmente entendido por los que ayudaron a elevarlos. Y de esta manera, arrastrándolos tras de nosotros, pesadamente, los llevamos encima.
Nada hay más fuerte que las barreras que nos impiden avanzar en libertad. Nada más poderoso que la imagen que se refleja en el interior de cómo deben ser las cosas que no encajan en el modelo que domina nuestra forma de comprender la realidad. Y si en algún momento, hemos hecho intención de saltar nuestros muros…hemos sentido terror al otro lado, a la orilla que no vemos, a ese otro mundo que queda fuera de nuestros límites. Pero lo peor llega cuando de verdad nos lo hemos saltado, en alguna ocasión, porque no podremos librarnos ya de la culpabilidad de haber cometido un error que nos persigue por siempre.
Romper las barreras de la mente cuesta mucho porque uno se imagina perdido, sin referencias claras, sin tener un contrate que nos dé la medida de lo correcto. No entendemos que el bien y el mal sólo pueden diferenciarse desde el corazón y no desde los modelos establecidos al uso en una época, la que nos ha tocado vivir. Ni tampoco pueden rendir cumplimiento a la mentalidad de quienes nos educaron, con su mejor intención, pero a veces con nefastos resultados. Todos sabemos cuando estamos haciéndolo bien y cuando dañamos a alguien, o a nosotros mismos. Hemos de guiarnos por nuestra intuición y desnudarnos ante la claridad de lo que indique nuestro interior en un acto puro de sinceridad personal. Romper barreras significa encontrarnos al otro lado con un yo desconocido que nos dará paso al entendimiento y la comprensión de la sencillez de vivir. Merece la pena intentarlo. Desde ahora mismo.

viernes, 2 de diciembre de 2011

APRENDER A DESAPRENDER

Comenzaremos el nuevo año, otra vez más, llenos de propósitos avalados por los mejores deseos de lograr lo mejor en nuestra vida con la nueva oportunidad que representa todo aquello que se inicia. Querremos tener la certeza de que llegará lo que tanto anhelamos o se mejorarán nuestros defectos. Incluso aparecerá la confianza en que las negativas emociones que experimentamos con aquellos que nos caen mal o no son, incluso, indiferentes, también cambiarán. No podemos pretender que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo. Posiblemente, este año que está próximo a llegar, podríamos intentar la inversión del camino y en lugar de seguir aprendiendo a cometer errores que se superponen y calcifican, desaprender todo aquello que nos induce a ellos repetidamente y nos sumerge en una espiral centrífuga de la que no podemos salir. No hay que olvidar que siempre somos dueños de nuestra voluntad y en último término, nunca nada está completamente cerrado, decidido o resuelto hasta que nosotros digamos la última palabra.
Entre todo aquello que deberíamos desaprender está la toma de posturas herméticas con las que nos incapacitamos para entender, cambiar, aceptar, corregir o mejorar cualquier situación o conducta en la que nos veamos implicados. Debemos desaprender a someternos sin reflexionar, sin tener un juicio propio o sin darnos por vencidos antes de entrar siquiera en la batalla. Desaprender el sistemático y compulsivo hábito de juzgar con gratuidad, de pensar que el resto lo hace mal por no ser nosotros quienes lo hacemos, de instalar la manía persecutoria hacia quien no comparte nuestras ideas o no responde a nuestro color de piel, lengua materna o situación social. Desaprender los gestos de desesperanza que se aglutinan en nuestro rostro bajo cada línea de expresión. Desaprender los estereotipos nos que llevan a pensar que nada cambia, que las normas deben ser siempre las mismas o que lo considerado como correcto hasta el momento, debe serlo siempre. Desaprender que el sentido del honor debemos ejercerlo a nuestro modo, caiga quien caiga, para validar nuestros intereses. Desaprender las seguridades a las que tan atados estamos. Instalarnos en la certeza de que el equilibrio de nuestro futuro se basa en aceptar que los planes pueden desaparecer en un instante cuando la vida decide por nosotros y estar seguros de que cualquier momento es el adecuado para estar frente un cambio radical por cualquier suceso no esperado. Desaprender esa confortabilidad blindada por la rutina engañosa en la medida en que la realidad está en constante cambio. Comprender y tolerar la inseguridad natural de la vida cotidiana como la mejor forma de aceptar lo que venga. Desaprender que el amor propio significa egoísmo y que la mejor forma de querernos, sentirnos valiosos y ser felices es mejorándonos continuamente para compartirnos con los demás en esa mejora. Desaprender el camino que nos lleva a querer agradar a todos  porque eso no solo es imposible, sino ni siquiera debe ser deseable. Descender de las garantías que pretendemos conseguir en las relaciones y asumir que tener afecto por alguien hoy no significa que continúe mañana, si aceptamos el derecho de ambos a querernos en la más absoluta libertad de hacerlo así.  Desaprender que la felicidad está más allá de lo que ya tenemos para instalarse en lo que nos queda por conseguir y seguir pensando que siempre es un deseo insatisfecho mientras perdemos la oportunidad de rescatar aquello que teniendo valor en nuestra existencia, jamás tendrá precio. Desaprender el camino de las reclamaciones a la vida para que nos devuelva lo que sólo en ella está prestado. Y es todo. Desaprender a quedarnos en las buenas intenciones sin tomar parte activa en la acción transformadora y comprender que los cambios no solo deben ser responsabilidad de otros, sino que debemos comprometernos cediendo un enorme grado de energía, pasión y determinación de nosotros mismos para mejorar lo que criticamos. Desaprender que los estilos de proceder  de la gente tóxica, que se han expandido como un gas venenoso entre la mayoría de nosotros al concederlos cierto grado de normalidad, no solo no son lo deseable, sino que siguen siendo inaceptables. Que las venganzas nunca tuvieron un fin más ético que los motivos que llevaron a ellas y que no podemos comenzar mejor el nuevo año si seguimos empeñados en hacer de la derrota una justificación perpetua.
Desaprender, por último, a ignorar esa sensación de estar desbordados por emociones tales como el miedo, la ira, los celos, la culpa o incluso la alegría. Creer que amenazan nuestra paz interior y seguir la pauta, a menudo, de  preferir silenciarlas. Entender, eso sí, que las emociones en realidad son valiosos mensajes cifrados que nos dicen mucho sobre nosotros mismos y que si aprendemos a escucharlas y a dialogar con ellas, nos abrirán un nuevo horizonte vital, lleno de serenidad y mayor compresión de quiénes somos para actuar mejor y ser más felices. Entonces sí haremos realidad los buenos deseos que aún tenemos pendientes en la navidad.


jueves, 1 de diciembre de 2011

HEREDAR LA EXPERIENCIA

Sería estupendo que en el paquete de la herencia que nos llega de nuestros antecesores estuviese el resultado de la experiencia. No exactamente, esa secuela personal e intransferible de lo que pasó, sino el néctar puro de los actos y sus consecuencias. Por supuesto que es imposible. Explica un refrán que “nadie escarmienta en cabeza ajena” y la sabiduría popular es en ello, soberana. Cada cual debe hacer su camino aunque se encuentre con las mismas piedras que el compañero. La forma de verlas, la disposición para sortearlas, la habilidad para saltarlas o la torpeza de empotrarlas nos irá delimitando nuestra senda, la de cada uno de nosotros.
No queremos que sufran los que nos importan. No podemos soportar que vayan a caer en donde ya hemos caído nosotros. No estamos dispuestos a permitir que la herida que tanto tardó en cicatrizar en nuestra piel, se repita en la epidermis del que amamos. Y sin embargo, son ellos mismos los que nos invitan a retirarnos a tiempo. Antes de que no puedan aguantar nuestro direccional consejo. Antes de enfrentarse a nuestra sabiduría para rechazarla; mucho antes de que la batalla se desate sin reparar a quien se hiere. La postura a adoptar no es sencilla. Nos debatimos entre el conocimiento de las consecuencias ya vividas y el respeto por lo que otros deben vivir. Sabemos que nada de lo que digamos será entendido en un primer momento. Por lo que no queda nada más que recurrir a la paciencia. Una inmensa paciencia que, tarde o temprano, dará sus frutos. No se trata de dejar pasar la vida de los que nos importan como si se fuese una película. No podemos ser meros espectadores como si los que van a caer no estuviesen formando el tejido de nuestro corazón. Pero no olvidemos, y lo hacemos muchas veces, que tampoco somos los protagonistas. Que cada uno debe pasar por lo que le ha de enseñar lo que le falta de aprender. Que realmente, uno puede estar siempre para demostrar al que se inicia que hay un pilar que lo sostiene incondicionalmente. Para decirle, incluso sin palabras, que el amor que nos une está por encima y por debajo de las diferencias y que ante todo, pase lo que pase, seguiremos estando para ayudarle a retomar la vida. A veces, es mejor pararse. Quedarse quieto una vez que hemos hecho lo correcto que nos pide el corazón y esperar, aunque sea con desesperanza silenciada, a que sean ellos los que vuelvan. Porque siempre vuelven. Siempre. Y entonces, lejos de utilizar el reproche, hagámonos uno con la sabiduría que acaban de alcanzar aún a través del dolor…y brindemos con besos y abrazos serenos, su esperado regreso.